La polarización vence al tiempo

La polarización vence al tiempo

Opinión.


Hubo épocas donde tras las grietas asomaban terceras posiciones, que casi no tenían que ver con lo ideológico. Las habitaban gente de todos los colores, muchos ciudadanos comunes y otros con alineamientos políticos más marcados, pero con el sentido común intacto. Había una certeza de que de lo que se quería más y de lo que no, que si había algo bueno en ambas márgenes de la grieta, que por supuesto las había, esas cuestiones se podían rodear mucho mejor con conductas y procesos a la altura de nuestras necesidades como Nación.

El famoso “modelo de país”, el de las coincidencias sobre cinco o seis políticas de Estado invariables en el mediano plazo, donde las certezas no eran opinables, dada la objetividad de los datos o de las situaciones por las que atravesamos. Esas que todos sabemos que hay que cambiar para bien y de manera sostenida, pero siempre por alguna razón ligada a esa negatividad adictiva que tenemos, optamos por un camino más acorde a nuestra emoción futbolera y menos con la contundente racionalidad del bien común.

No negaré en este párrafo a los intereses, que cuanto más concentrados son, más se enquistan en el poder. No todo depende de “error emocional” del argentino, como nos quieren hacer creer quienes siempre ganan con cualquiera de todos nuestros fracasos como país, que ya ganaron más de lo que hubiera imaginado el peor pesimista del siglo pasado. Sí allá cuando hubo algún derrame de cierto estado de bienestar también por estos lados del planeta.

La polarización nos enfrenta a todo o nada (o sea nada), si es cierto lo que las encuestas y los principales analistas hoy nos afirman, casi sin fisuras. El miedo definitivamente gana.

Ni vamos a ser Venezuela con Fernández, ni seremos Alemania con Macri, por más empatía que tenga con la Unión Europea.

Hay que quererse poco como país para ofrecer como menú más y más fracaso, más promesas incumplibles, más negación de los errores, sólo las culpas para el adversario y “ganar la elección como sea” por encima de todas las cosas. “Primero ganemos, después vemos que hacemos” fue el lema de la democracia moderna en Argentina. No se continuó nada de lo bueno de gobiernos anteriores ni se privaron de gastar o endeudar hasta lo que no tenemos ni tendremos más adelante.

La guerra publicitaria hacia la nada, la inteligencia artificial, la nanotecnología, las bases de datos del Estado y sus cruces infinitos, todo ese esfuerzo y ese dinero fueron puestos al servicio de ganar o ganar. Una locura total.

Mientras el país no genera socios fiables en el mundo, no se desarrollan industrias posibles para nuestra realidad, ni esquemas de trabajo crecientes para los que no tienen más que un mísero plan ni trabajo en blanco para todos los que algo hacen. Hay que pensar en cómo repartir la carga tributaria de manera proporcional y dejar de asfixiar a los que siempre pagaron y promover las leyes necesarias con los consensos de un proyecto más amplio que el que piensan los expertos en el carry trade.

La polarización es más fuerte que la organización en estos días y por carácter transitivo, la misma vence al tiempo. El 50 por ciento de chicos pobres, igual puede esperar.

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