La realidad de los medios no es la realidad

La realidad de los medios no es la realidad

Hay versiones, no verdades absolutas. Hay opiniones, no definiciones inapelables.


La realidad cotidiana no es algo que cae por su propio peso. No es lo evidente eso que ocurre ante los ojos de cualquier ciudadano. La realidad debe ser mostrada para que sea vista. Los mediadores entre cualquier suceso y el público son los medios de comunicación. Así, un accidente, un crimen, un decreto, una ley, cualquier medida gubernamental, una frase inconveniente dicha en un arrebato temperamental son la realidad que muestran los medios, que podrían mostrar otra cosa, pero no lo hacen si no conviene.

Existe aquí un primer filtro, el que hace que la realidad llega ya interpretada al lector, televidente, internauta u oyente. Ya aquí hay una primera “masticación”, que precede a las interpretaciones posteriores, al análisis de los especialistas. Luego, éstos le dan un sentido, que a menudo se convierte en el sentido común. El público termina pensando lo mismo que el periodista que interpreta lo que se muestra en las pantallas. Por eso, se puede decir a la realidad, los medios ya la entregan hecha.

La realidad no es por sí misma. La realidad se crea. La realidad es una interpretación de los hechos. Luego de mostrada, la exégesis de los sucesos se convierte en el “sentido común”. Pero a esta sucesión de noticias les falta algo. El editor y luego propietario del diario británico The Manchester Guardian (hoy The Guardian), Chales Prestwitch Scott exigía a sus redactores hace unos cien años atrás, que “la interpretación es libre, pero los hechos son sagrados” (comment is free, but facts are sacred). Eso es lo que falta, lo sagrado de la verdad.

A menudo, en los medios de comunicación actuales, la segunda parte de la exigencia de C.P. Scott ha sido echada al baúl de los trastos inútiles. No sólo eso, sino que los “rebeldes” que no aceptan la versión que les entregan los medios acerca de un hecho, son tratados por quienes conforman sus relaciones sociales casi como parias. A menudo son aislados y muchas veces, maltratados.

En esta circunstancia se apoyó la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann para elaborar su teoría en el área de la comunicación política, que expuso en su libro “La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social”. Allí plantea que la opinión pública es una forma de control social, en la que los individuos adaptan su forma de pensar a lo que piensan los más cercanos a su persona para no quedar aislados. Más aún en estos tiempos de “trolls”, que estigmatizan, censuran y confinan en cárceles virtuales a quienes se atrevan a pensar distinto.

Esta especia de reducción a servidumbre desmiente las supuestas virtudes de las democracias, que además son sitiadas permanentemente por las corporaciones, que exigen estentóreamente que se les transfieran los beneficios pecuniarios que pertenecen a la ciudadanía. No otra cosa significan los aumentos desmedidos de tarifas, impuestos, servicios y productos que satisfacen las necesidades básicas.

Entretanto, ese “preguntale a cualquiera, que te va a decir lo mismo que yo” es la demostración más palpable que vivimos cotidianamente los ciudadanos que estamos sometidos a la dictadura del sentido común. Esta premisa nos llega impuesta desde las cumbres de un poder tan lejano a los hombres grises que hasta se pone en peligro a sí mismo. ¿Qué va a pasar cuando hayan depredado el planeta hasta el límite de su subsistencia? ¿Qué va a pasar cuando los humanos ya no puedan decidir por sí mismos qué materias estudiar o de qué manera quieren vivir? Cercado por intereses que no se manifiestan públicamente, de los cuales son voceros periodistas que no revelan su misión, sino que la disfrazan detrás del “sentido común”, el hombre gris deambula por la vida creyendo que opina libremente, sin darse cuenta de que sus más íntimos pensamientos han sido moldeados en alguna otra parte.

¿Una demostración de esta tesis? En la Argentina hubo 30.000 desaparecidos, que sufrieron un trágico destino para que muriera junto con ellos el país que había sido construido laboriosamente durante 30 años. Y hoy, 48 años después de que los asesinos abandonaron el poder, se sigue discutiendo hasta la cifra de desaparecidos, como si fuera importante, si uno solo ya hubiera sido una tragedia.

Para que esto siga siendo factible, los medios exigen demandan, ruegan, solicitan, reclaman, requieren la mágica pócima de la SEGURIDAD. Entonces, cunde el gatillo fácil, el disciplinamiento social basado en el miedo (¿en qué, sino?) y en la promesa de un mundo mejor, próspero y justo…para dentro de 30 o 40 años.

Para que el disciplinamiento sea posible no basta con la amenaza de utilizar la violencia estatal. Es necesario crear un sistema de valores en el que primen el respeto a lo que ya está establecido, la obediencia al orden y, sí, claro, ese sentido común que allana las conductas, aplana la rebedía y las introduce de prepo en la espiral de silencio. Así, según José Pablo Feinmann, “usted no es usted. Usted es un ente constituido por el poder mediático. Todo está dispuesto y armado para entregarle una weltanschauung (palabra alemana que alude a “la concepción del mundo”) desde que llega al mundo. El mundo que lo espera y lo recibe es el mundo del Poder, que le dirá su lenguaje desde su primer aliento. Así, el hombre existe <bajo el señorío de los otros> (escribe Heidegger). No es él mismo, los otros le han arrebatado el ser”. (José Pablo Feinmann-Filosofía política del poder mediático).

Un pasado sujeto a interpretación

El mundo nos llega ya digerido desde los libros de texto, desde los diarios, ahora desde las pantallas televisivas y de las computadoras, tan poderosas todas ellas. Hasta es posible que algunos de los próceres cuyos retratos pueblan los despachos oficiales y cuyas estatuas decoran las plazas y los paseos públicos, no lo sean en realidad.

Siempre recuerda este cronista la historia de la misión que llevó a cabo en 1815 Manuel José García ante Lord Strangford, ministro inglés ante la corte portuguesa, que residía en Brasil tras la invasión napoleónica. Enviado por el Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Carlos María de Alvear, García le propuso a Strangford convertir a nuestro país en una colonia inglesa. Así, sin cortapisas. Al mismo tiempo, Bernardino Rivadavia viajaba a Europa con instrucciones reservadas -que no debía mostrar a su compañero de viaje, Manuel Belgrano- de conseguir el protectorado de alguna potencia, preferentemente Inglaterra.

También recuerda este cronista aquella traición de Justo José de Urquiza, que, siendo el jefe del ejército de la Confederación, entró en negociaciones con el imperio del Brasil para derrocar a Juan Manuel de Rosas, objetivo que logró en febrero de 1852, cuando Buenos Aires fue invadida por un ejército extranjero, que impuso sus condiciones para limitar y, finalmente, abortar el proyecto de desarrollo agrícola-industrial que encarnaba el Brigadier General.

García tiene alguna calle, más o menos oculta, que disimula en lo posible su infame traición a la Patria. Otro caso es el de Urquiza, que supo guardar un importante peso político en los años posteriores a la caída de Rosas, pero pagó con su vida su felonía al ser asesinado por una partida de milicianos de Ricardo López Jordán el 11 de abril de 1870 en su propio hogar, frente a su familia. Con su nombre de bautizaron calles, avenidas y parques y su estatua insulta a los argentinos en el mismo lugar en el que dormía Juan Manuel de Rosas.

Un enano frente a un gigante

Para el poder de los medios, el sujeto (o el ciudadano, o el individuo, o el consumidor, o el enano) es un recipiente al que hay que llenar de contenido, de deseos y de aspiraciones, reales o no, posibles o no. Es bueno que el sujeto quiera y no pueda, que se fije metas que están más allá de sus posibilidades. Así, se convierte en un sujeto en todo el sentido de la palabra, el sujeto cautivo, sujetado por sus propias utopías materiales.

Un grupo editor comunicacional tiene cientos de periodistas que con sus discursos colonizan la subjetividad de los receptores. Éstos, entonces, dejan de ser sujetos, a secas. Se convierten en sujetos manipulados por discursos que les llegan por todas partes. Esta multiplicidad de voces que le martillan sus cabezas con un discurso idéntico termina convenciéndolos de una veracidad que, si fuera sometida a un análisis superficial, se convertiría fácilmente en chatarra. Pero la repetición y la reproducción por distintas voces -todas coordinadas por un productor- son convincentes. El sujeto, devenido ahora en el recipiente perfecto, machacado por las voces amigables de sus aparentes amigos, es ahora un hombre que ha sido privado de su conciencia. Por eso, es un hombre sometido.

Nabucco, la ópera de los libertos

El 15 de marzo de 2011, el director de orquesta Riccardo Mutti dirigía la ópera Nabucco, de Giusseppe Verdi en el teatro de la Ópera de Roma. En la obra, el coro canta en un pasaje el Va pensiero, una de las obras fundamentales de la ópera mundial.

En Vá pensiero, los esclavizados judíos prisioneros en Babilonia bajo el influjo de Nabucodonosor cantan su himno. Recuerdan “l’aure dolci del suolo natal” (el aire dulce del suelo natal) y lamentan por “Oh mia patria si bella e perduta” (Oh, mi patria, tan bella y perdida).

Eran los tiempos de Silvio Berlusconi, que había ejecutado un brutal recorte del 30% de los fondos destinados a la cultura, por lo que el público -con Berlusconi en el palco- estalló repentinamente en vítores y aplausos. Mutti suspendió el trabajo de la orquesta y el coro, se dio vuelta y enfrentó a los espectadores.

“Viva Italia. Sí, estoy de acuerdo. Absolutamente. No tengo ya 30 años -dijo el músico- y, por lo tanto, mi vida la he hecho, pero estoy muy dolorido por lo que está sucediendo. Esta noche, mientras el coro cantaba O mia patria, si bela e perduta, he pensado que si nosotros matamos la cultura sobre la cual está fundada la historia de Italia, entonces sí nuestra patria estará bella y perdida”.

Entonces, Mutti le ordenó a los coristas que volvieran a sentarse y le propuso al público: “haremos de nuevo el Vá pensiero y si ustedes quieren unirse a nosotros, háganlo”. Luego, les espetó a sus improvisados coristas: “pero, a tempo, eh!”. El público coreó jubilosa y furiosamente el coro de Verdi, en un arrebato de rebeldía que, si bien no derrocó a Berlusconi, mostró que en la noche no todos los gatos son pardos. Y Berlusconi de gatos sabía mucho.

Esta historia tiene un antecedente maravilloso. Nabucco fue estrenada el nueve de marzo de 1842 en La Scala de Milán, en tiempos en los que el norte de Italia formaba parte del Imperio Austro-Húngaro. El nacionalismo itálico encontró en el Vá pensiero su himno nacional y sus militantes salían a pintar en las paredes de las ciudades: ¡Viva Verdi! Los invasores tomaron -equivocadamente, es necesario aclarar- esas efusiones murales como un gesto de simpatía hacia el popular compositor. Lo que no sabían era que los pintores, en realidad querían significar otra cosa. Daba la causalidad que Verdi no era Verdi, sino que era el acrónimo de “Vittorio Emmanuelle Ré d’Italia”.

Engañar al opresor fue siempre el sueño de los oprimidos y Verdi fue el vehículo en esta ocasión.

La rebeldía de los pueblos frente a la versión de la realidad de los poderosos es un camino para encontrar una identidad, una cultura y un camino hacia un mundo mejor. Por eso, la guerra desatada desde las corporaciones mediáticas contra la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual fue tan feroz.

De todos modos, hasta ahora fue sólo una batalla que aún no terminó. Habrá segundo tiempo.

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