Larreta ya se apresta para el año electoral

Larreta ya se apresta para el año electoral

Balance político y de gestión del jefe de Gobierno porteño. Su proyección para 2019.


Es el tercero en cuestión del matrimonio político que conforman el presidente Mauricio Macri y María Eugenia Vidal. Desde su flamante sede de Gobierno en Parque Patricios observa con cierta distancia las tormentas que azotan al país y, particularmente, a la provincia de Buenos Aires.

Sin tanta luz propia como el Presidente o la gobernadora, pero con un presupuesto más holgado y un distrito más fácil de gobernar, Horacio Rodríguez Larreta hace balances y teje su futuro político. Buscará, el año que comienza, su segundo período como jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, de no mediar imponderables. Es un hombre muy metódico: todo lo que haga en los próximos meses apuntará a blindar la reelección. No quiere dejar ningún cabo suelto. Aprendió la lección hace cuatro años, cuando después de arrasar en las primarias y en la primera vuelta tuvo que pasar más que un susto en el balotaje contra Martín Lousteau.

Con ese objetivo en mente, su gran apuesta es completar las ambiciosas transformaciones estructurales e institucionales que comenzó este año. Quiere plasmar una imagen de ejecutor implacable. Aunque no lo diga, es la forma que encuentra de tomar distancia de Macri, acaso pensando en un objetivo todavía más grande. Pero eso, en todo caso, comenzará a gestarse después de este incierto 2019.

Rodríguez Larreta cuenta, en ese sentido, con una herramienta invaluable que no tienen en su arsenal ni el Presidente ni la gobernadora: una mayoría propia y consolidada en la Legislatura, de la que se valió este año para pasar todas las reformas que se propuso, algunas que se venían posponiendo desde el primer mandato porteño de Macri. Así, durante 2018 enlazó triunfos parlamentarios que le permitieron darle a la metrópoli nuevas reglamentaciones en materia electoral, de salud, de educación, planeamiento urbano y código de contravenciones. Casi una refundación de Buenos Aires, la tercera, en la ambiciosa imaginación del alcalde. La resistencia de diversos sectores políticos, sociales y sectoriales a cada una de estas propuestas fue, en la mayoría de los casos, avasallada por la dura matemática legislativa, aunque en algunos casos, como la ley que reforma el sistema de profesorados, tuvo que hacer algunas concesiones para alcanzar el número requerido. Las sonoras protestas que despertaron estas iniciativas no le generan un riesgo electoral, por arrastrar solamente a ese sector de la sociedad que nunca lo votaría, evalúan cerca suyo.

El segundo eje sobre el que el jefe de Gobierno construye su futuro es el de las obras públicas. Algunas, como la Villa Olímpíca, ya fueron terminadas; otras corren una carrera contra el tiempo y los recortes presupuestarios para llegar antes de las elecciones. En esa lista se inscriben la urbanización de la Villa 31; el Paseo del Bajo, que conectará la autopista Buenos Aires-La Plata con la Illia, cuyo trazado también se renovó, y la elevación de la traza ferroviaria de los trenes Mitre y San Martín, entre otras obras que, según promete Rodríguez Larreta, cambiarán la cara de la Ciudad para siempre, dejando un legado que no supo construir su predecesor. Dicen las malas lenguas (que no escasean en Parque Patricios) que la decisión de modificar el código electoral para demorar los comicios porteños hasta octubre no tiene tanto que ver con una decisión política de apuntalar votos para Macri en las elecciones nacionales sino que se hizo para dar unos meses extra para llegar a finalizar estos proyectos y poder mostrarlos en campaña, en lugar de los interminables cortes de tránsito que vienen interrumpiendo la cotidianeidad en la Ciudad por causa de estas obras.

Al mismo tiempo que se dedicó a gobernar la Ciudad, Rodríguez Larreta tuvo que hacer un precario equilibrio político con la Nación, que por momentos se espesó más de la cuenta. De hecho, la principal hipótesis de conflicto que podría complicar las chances de reelección del jefe de Gobierno tiene que ver con las internas dentro del Pro y con el fuego amigo. La interna en materia de seguridad, que comenzó en diciembre de 2015, con el ya olvidado protocolo para la protesta social que intentó imponer Patricia Bullrich, hace pocas semanas estuvo a nada de hacer volar todo por los aires a causa de los disturbios que se produjeron en las inmediaciones del estadio Monumental, en la previa de la final de la Copa Libertadores. Desde el Gobierno porteño aún culpan a la Casa Rosada de que ese partido, que estaba llamado a poner a la Ciudad en la mira del todo el mundo, terminara disputándose en Madrid. La exitosa organización del G20, una semana más tarde, poco hizo para sanar las heridas, que siguen abiertas. A la desconfianza mutua entre ambos equipos se le suman intereses electorales que no coinciden. Y estos desencuentros no se limitan exclusivamente al área de seguridad.

La relación entre Rodríguez Larreta y Marcos Peña no pasa por su mejor momento. El alcalde porteño, en tándem con la gobernadora Vidal, intentó derrocar al hombre de máxima confianza de Macri a mediados de este año, durante lo más álgido de la crisis. El jefe de Gabinete no solamente sobrevivió a ese trance, sino que a medida que se acercan las elecciones logra aumentar su influencia, a fuerza de sondeos de opinión y maniobras electoralistas, lo que no deja tranquila al ala política del Pro, que busca fortalecer las alianzas existentes y forjar nuevos lazos para acrecentar las chances de volver a ganar en la Ciudad, la Provincia y el país el año que comienza. Varios meses de negociaciones llevó forjar la alianza Cambiemos en territorio porteño, donde los radicales, de la mano de Martín Lousteau, representan la principal amenaza a su hegemonía.

En simultáneo, desde la Casa Rosada se destrata a la conducción de la UCR, haciendo temblar los tan costosos acuerdos. En voz baja, desde el GCBA señalan al jefe de Gabinete como el principal obstáculo a saltear para llegar con chances a octubre, incluso por encima de la marcha económica. Tanto es así, que el propio Rodríguez Larreta estuvo dispuesto a hipotecar su futuro político para reemplazarlo durante los peores días del gobierno de Macri. Finalmente, para bien o para mal, ambos mantuvieron sus cargos. Resta por verse cómo harán para convivir las dos campañas en simultáneo.

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