La Argentina enfrenta dos grandes problemas que se combinan e interactúan entre ellos, uno es de características estratégicas, que tiene que ver con la negociación de la deuda externa bajo ley americana y la otra, más doméstica, tiene que ver con la salida de una cuarentena que por ahora es exitosa, pero que en cualquier escenario nos dejará en una situación de extrema debilidad. Esto, debido no sólo a nuestras propias decisiones sino al entorno mundial que estará en sintonía con nuestras dificultades, cada uno desde su lugar, obviamente.
Poco se habla en la pandemia de potencias que todo lo pueden y los países de segunda y tercera línea. Los países ricos en industria, finanzas y comercio, las potencias lideradas por los Estados Unidos y China, seguidos por otros históricamente ordenados, ahora con dificultades como Alemania o emergentes como Canadá, Australia, Rusia y Brasil, los asiáticos y los escandinavos siempre silenciosos, pero híper efectivos, encaran el COVID 19 de distintas maneras, pero siempre sabiendo que los rescates multimillonarios estarán a la orden del problema, y ya muchos los han puesto en marcha para diferentes rubros de sus economías .
La pandemia, además de generar una guerra desigual por los insumos en las que los grandes tienen todo y, si no lo tienen, los consiguen de la manera que sea, muestra también, además de la muñeca política de los gobernantes, cómo se planta ante el mundo el grupo de países que mueven la aguja y aquellos que vemos pasar y nos sacuden con las decisiones cada vez más violentas que toman ante las guerras declaradas o encubiertas que sacuden al mundo.
Nuestra cuarentena, que fue alabada por la “salud civilizada” del mundo, tiene una difícil resolución, ya que no sabe si va a encontrar su pico y cuándo lo hará. Tampoco se sabe si esto es o no una buena noticia para el país, que ve agotada la capacidad de la gente de mantenerse relativamente bien ordenada ante las rígidas instrucciones de un Estado que ha desarrollado su estrategia de un modo, por lo menos, correcto y prolijo.
Salir de la zona de confort del gobernante, para llegar al infierno social que se avecina es una decisión que aterra a los que optaron por ella y que de algún modo son “referentes” globales o regionales de esta estrategia. Ésta es todavía bancada por la OMS como el paraguas del que agarrarse, ante las críticas que empiezan a tener los efectos económicos y físico-psíquicos de la medida.
Alberto Fernández eligió claramente la postura más médica y conservadora a la hora de tener que definir la salida y por otro lado acaparó todo el poder de fuego que le permitió la situación, delegando sólo algunos permisos menores en los gobernantes de las provincias.
Salir de una cuarentena rígida y exitosa no es un problema fácil para ningún gobernante que entiende que llegó hasta acá con buenos números y costos moderados, pero al desastre económico que se le viene encima, además se le podría sumar una catástrofe sanitaria si se equivoca en las decisiones de este momento. No hay margen para extender infinitamente el tema, claro que no. Pero ya la discusión no pasa por cómo vamos a pasar encerrados este invierno sino por cómo vamos a desembarcar todos los argentinos en la calle -de manera segura y con tranquilidad socio política- en aproximadamente 30 días, ya que será imposible decidir más de dos extensiones, contando la que se anunciará el fin de semana que viene.
La popularidad de Alberto Fernández está en un punto de peligro, primero porque sólo puede bajar de valores tan altos y segundo, que estos mismos valores le granjearon algunos enemigos internos y externos, de los cuales por ahora sólo hay que preocuparse de los primeros, que asaltan el poder de las decisiones ante cada duda o error del equipo propio o cercano del mandatario.
Ese vector positivo es analizado en la Rosada como uno de los bienes a proteger en la decisión de salir de la cuarentena, como también y en paralelo la decisión de no caer en default en una tensa movida que no parece tener un grado de dificultad enorme, habida cuenta de nuestro currículum financiero, en el que más vale agarrar algo ahora que nada luego, ayudado por la tasa cero del mundo, hoy que no genera atractivo para nadie.
Todo indica que el arreglo, de no mediar errores no forzados, llegará con algunos endulzantes que guarda el Gobierno para el momento del cierre, mientras que la mayoría del país mirará desde la pobreza en la que quedó, con cierta lejanía los movimientos hechos en esa dirección, solo aptos para los que saben jugar con moneda extranjera, algo que ya no abunda en el país, en el que el que la tenía la sacó a tiempo.
El gobierno vive en las curvas, ya sea la financiera como la de los contagios y de tanto maniobrar en situaciones límites o aprende finalmente a vivir en modo zozobra, pero controlada, sobre todo si hay solución internacional a ello, o tendrá que replantear la manera de llevar un país quebrado por la herencia y el virus a un modo conflictivo, en el que habrá que observar atentamente como se mueven los aliados de la coalición y qué escenarios futuros se generan en la oposición.
La política, basada en la lapicera y el riesgo fatal para el que se oponga, parecería ser la llave de la salida, tal como lo fue durante las primeras etapas de la pandemia, en esa ocasión visto con buena imagen por la sociedad.
Pero en el 2021 no pueden ganar todos, habrá blancas y negras, como en todo ajedrez y un reloj que quite tiempo y determine un ganador y un perdedor. Eso se juega esta semana con el mundo financiero y los próximos 30 días con la cuarentena.
El resto ya se sabe que será muy complicado, sólo hay dudas en cómo será el manejo de esa situación. Y quien mandará en ella.