El conflicto por la suba del valor de los servicios públicos escaló y ya amenaza con llegar a un punto de no retorno; la palabra “crisis”, a esta altura, ya no suena exagerada. Sin iniciativa, el Gobierno solo atina a ser espectador mientras sus planes para ordenar la economía y (luego) la política se le complican.
Los parches que propuso el Presidente y adoptaron sus alfiles, María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta, no encontraron eco en la opinión pública ni en los gobernadores, que esta vez evadieron las presiones centralistas para que fueran socios solidarios del ajuste. Mauricio Macri se encuentra cada vez más aislado. Soluciones de fondo ni siquiera asoman.
“Hasta el Mundial” era la consigna no escrita que alumbraba los planes oficiales. Según esta lectura, emanada de la usina oficial de Jaime Durán Barba, la Copa del Mundo era la meta a la que había que llegar con la política y la economía ordenadas. Después, las aventuras de Lionel Messi y compañía pondrían paños fríos en la agenda, durante cuatro semanas y, tras el final de la competencia, prácticamente a un año de las PASO, empezaría prematuramente la campaña, un terreno en el que el ecuatoriano y su alter ego con despacho en la Casa Rosada, Marcos Peña, se mueven con más comodidad que en las aguas de la gestión.
Los cálculos fallaron por mucho, empero. A un mes y medio de que empiece a rodar la pelota, el Gobierno tiene entre manos un panorama que requiere soluciones políticas urgentes, no solamente patear el problema para adelante a esperar que se ordene la macro. Lo más grave es que ni el Presidente de la Nación ni ninguna figura del Gobierno demuestran estar trabajando en encontrar soluciones para esta crisis; ni se evalúan correcciones al modelo económico. La única respuesta oficial es pedir paciencia y apuntar que podría ser peor. Asustar con el cuco del shock.
Macri se jacta de no tener plan B, pero en política siempre llega un momento en el que es necesario volver a evaluar las opciones. La crisis de las tarifas puede ser ese punto. Según los sondeos que se manejan en la Casa Rosada, el mensaje que dio el Presidente desde Vaca Muerta la semana pasada, a modo de falsa cadena nacional, no hizo nada por mejorar su imagen pública en baja; tampoco tuvieron éxito en ese sentido los magros descuentos impositivos anunciados por Vidal y Rodríguez Larreta, que por primera vez se encuentran con que el descontento permea hasta ellos.
Sucede que cuando arde el bolsillo hacen falta soluciones; no explicaciones, ni excusas, ni promesas, ni curitas. Y el Presidente no parece en condiciones de ofrecerlas. Le falta reacción política, o le faltan ideas, o está, con perdón de la palabra, sobreideologizado. Sea como sea, el escenario es complejo: el Gobierno nacional todavía no parece siquiera haber asumido el problema de fondo, paso necesario para comenzar a solucionarlo. Y todavía falta tanto para el Mundial que ni siquiera sabemos si llegan Biglia, Agüero o Aranguren.
Mientras tanto, el Congreso está en abierta rebelión. La oposición se unió para forzar una nueva ley de tarifas y podría obligar un veto presidencial antes de fin de mes. Los números, en la Cámara baja, están; el texto, casi con seguridad, tendrá media sanción el miércoles que viene. En el Senado, sin la ayuda de los gobernadores, las cuentas no le dan mejor al oficialismo. Para peor, el bloque de Miguel Pichetto, comprensivo con los humores de la Casa Rosada, sigue sangrando senadores: se pasillea un cisma importante, de al menos media docena, incluyendo a un exgobernador y a un futuro gobernador de provincias importantes.
Todo sobre un telón de corridas cambiarias y temblores financieros que responden tanto a vaivenes externos como a las crecientes dudas sobre la capacidad de Cambiemos de llevar a buen puerto su primer mandato y asegurar cuatro años más de gobierno. Los problemas del Ejecutivo son de índole política y requieren soluciones de la misma naturaleza. Ahí reside el principal desafío para Macri: debe salir de su zona de confort y buscar respuestas que no están en su manual. Si no lo hace, corre el riesgo de no dar la estatura a los desafíos que vienen con el bastón y la banda. La historia hará el resto.