Las “fake news” han sido un recurso del poder desde hace muchos siglos atrás, aunque no hubieran sido caracterizadas anteriormente con este nombre. ¿Sirven para algo? En realidad, sirven para muchas cosas, aunque la condición “sine qua non” para ser definida como una fake news es que ninguna de ellas pasaría una prueba de certidumbre o de verdad.
Una conductora televisiva bebió el 19 de agosto pasado, frente a las cámaras, un líquido del pico de una botella, asegurando que era dióxido de cloro (CDS). Paralelamente, exclamaba: “dejen de prohibir tanto, que ya no alcanzo a desobedecer todo”, asociando su acción a una actitud de rebeldía. Consciente de sus dichos falaces, la rubia agregó que el brebaje “oxigena la sangre, me viene divino. Yo no recomiendo. Yo les muestro lo que hago”, para aventar peligros legales. Desde el punto de vista publicitario, la estrategia fue muy efectiva, aunque la pócima, que suele ser promocionada como una especie de panacea, que cura el coronavirus, el HIV, el cáncer, la malaria, la esclerosis y la artrosis, en realidad no debe ser ingerida por la vía alimentaria, porque, según los especialistas, no es efectiva en ninguno de esos tratamientos. Para peor, en San Pedro (Jujuy), días antes de que la rubia hiciera su “acting” televisivo, un hombre de 50 años falleció por la ingestión del mismo brebaje que la conductora. Para él no hubo “oxigenación de la sangre”, ni le “vino divino”, aunque sí hubo fake news en el medio, ya que bebió la pócima que promociona un sujeto en las redes sociales.
La Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología (ANMAT) debió salir a comunicar –tras el arrebato bucal- que el CDS, por sus aplicaciones “debe ser considerado un medicamento y no ha sido evaluado ni aprobado” en tal carácter, por lo que ésta es una sustancia prohibida en la Argentina. Su ingesta puede provocar resultados que incluyen hasta la muerte. Tan lejos pueden llegar las fake news.
Mucho se ha discutido en los últimos años sobre el sujeto, el emisor, los agredidos y los promotores de las fake news, pero muy poco se sabe de ellas. Pocos, inclusive, pueden definir exactamente en qué consisten. Natalia Aruguete es doctora en Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Quilmes, posee un Magíster en Sociología Económica (IDAES-UNSAM) y es investigadora del CONICET desde 2004. Su línea de investigación se centra en el estudio de las agendas política, mediática y pública. Hace poco publicó, junto a Ernesto Calvo, profesor de la Universidad de Maryland, el libro “Fake News, Trolls y otros encantos. Cómo funcionan (para bien y para mal) las redes sociales”.
Lo primero que preguntó este cronista es si “las fake news son un recurso político y un ejercicio de poder”.
“No necesariamente –fue la respuesta de la profesora de la Universidad de Quilmes-. Las fake news son informaciones no verificadas, que no necesariamente llevan la intención de generar daño. Además, para que sean consideradas fake news, debemos poder decir que son generadas por los que se conoce como “fake news mills” (molinos de noticias falsificadas o falacias, según el diccionario WordReference). Éstos pueden ser medios apócrifos, trolls o cuentas falsas. En este punto, se distingue entre quienes generan daño –porque pueden ser dañinas- o simplemente son beneficiarios de ellas”.
NU: ¿ Son tan efectivas como piensan muchos?
Aruguete: Eso depende de los consensos que existan entre las fuerzas políticas. Tiene que ver con los contextos. Una cosa es segura: la ignorancia potencia las fake news, como se puede ver con el caso de la cloroquina. Es un caso curioso el de la ignorancia, porque ésta no parte de la voluntad de los sujetos. A veces la gente necesita acoger saberes frente al miedo a lo desconocido y muchas veces las fake news coinciden con lo que pensamos o con los prejuicios.
NU: ¿Las fake news son lo mismo que las noticias falsas?
Aruguete: No. Las fake news necesitan de la coordinación de distintos tipos de usuarios, como los trolls, las cuentas falsas donde se generan y de algunos políticos que las hacen circular. La diferencia entre fake news y noticias falsas es que en aquellas hay una elaboración previa y la coordinación con otros actores, como periodistas, trolls y los políticos interesados, además del público que las redistribuye.
NU: ¿Se puede generar odios a través de las fake news?
Aruguete: Es posible. No sólo generar odio, sino crear la polarización política y social, que se potencian en el mundo virtual. Además las impulsa la lógica algorítmica, que es una forma de distribución de la información diseñada por los algoritmos, que son como cámaras de eco, que devuelven la información consistente con lo que buscamos o deseamos habitualmente. En este punto, los que diseñan las fake news buscan imponer ideologías. Atacan a los más vulnerables, instalan temas o los visibilizan. Pueden usar recursos publicitarios o constituirse en actuación política. De esta manera, generan percepciones y preocupaciones. Un ejemplo es el tema de la inseguridad. Al comienzo de la pandemia, instalaron la preocupación por la liberación de cientos de presos por el temor al coronavirus. Inclusive, atacaron a los colectivos feministas, preguntándose: ¿adónde están ahora, que están liberando a los violadores y no dicen nada porque apoyan al Gobierno? Hoy, el tema quedó algo oculto, pero en cualquier momento va a volver a la agenda.
NU: ¿Cómo se analiza la importancia de los temas que serán fake news? ¿Cualquiera puede serlo?
Aruguete: No. Deben tener resonancia social y cultural, deben tener que ver con la idiosincrasia. Más que una táctica de guerra, es una táctica de ataque muy vieja. Las usó el nazismo. La mentira siempre fue muy efectiva como fórmula de daño, porque cuando es desmentida, ya es tarde. Por eso, las fake news no tienen como propósito durar, sino expresar, generar daño. No tienen un propósito informativo, sino que expresan un mensaje de daño. En especial, expresan la posición de poder que quienes las pergeñan y su demostración de que pueden dañar a sus oponentes.