No habían pasado diez días desde las primarias legislativas y Mauricio Macri tuvo, para muchos, su gesto fundacional como presidente de la Nación. El mismo día en que el sector más duro de la CGT lo desafió con una extemporánea protesta en Plaza de Mayo, decidió desplazar a dos hombres vinculados con el mundo sindical y su caja millonaria: Luis Scervino, superintendente de Salud, y Ezequiel Sabor, viceministro de Trabajo. La demostración de poder que hizo el jefe de Estado sorprendió a quienes, ingenuamente, seguían identificándolo aún entonces como un novato en el ejercicio de la conducción.
Hoy, esos mismos dirigentes, algunos de los que creían que Cambiemos no llegaría al fin de su mandato, empiezan a preguntarse cuánto tiempo deberán convivir con esta alianza ajena (en parte) a los modos tradicionales de la política.
Aquel martes 22 de agosto en el que Macri decidió desplazar a Scervino y Sabor, su partido venía de una elección preliminar con lectura heterogénea. Si bien había sido claramente la fuerza nacional más votada, promediando el 36 por ciento en todo el país, la ajustadísima derrota en la provincia de Buenos Aires contra Cristina Kirchner mantenía interrogantes abiertos. Pero la contundente demostración de fuerza que hizo el oficialismo el último domingo, ganando después de más de 30 años una legislativa intermedia en las cinco provincias más grandes del país, y sacándole unos 20 puntos a la principal fuerza opositora, el neokirchnerismo, pone a Macri en una situación inédita. Y una pregunta hace volver al principio. ¿Cómo actuará el Presidente ahora? ¿Cómo ejercerá el poder?
La primera reacción del mandatario, la discursiva, estuvo a tono con la lógica que llevó a Cambiemos al triunfo. Agradeció al votante, se mostró optimista (“la etapa más difícil ya pasó”) y repasó sus tópicos clásicos de “transparencia, equidad y trabajo en equipo”. También, con un elogio generalizado en el que se incluyó, anticipó sus próximos pasos. “Somos la generación que está cambiando la historia”, exageró. Ya ese feliz domingo trascendió lo que sería su primera medida poselectoral: la convocatoria a un “gran acuerdo nacional” para avanzar “en reformas” clave. Al otro día, en conferencia de prensa, dio más precisiones. Y dejó trascender otras más. Serían convocados opositores, sindicalistas y empresarios. Se haría en un lugar “neutral” (el CCK) para dar idea de apertura, con una puesta en escena masiva, con entre 150 y 200 invitados.
La envergadura del evento trae una duda-casi-certeza. Será un lanzamiento formal, una postal política para luego avanzar en las discusiones reales. Según los trascendidos, se tratarán temas profundos y de largo plazo, como las reformas laboral, tributaria y previsional. Otras más cotidianas y próximas, como el Presupuesto 2018, y un nuevo reparto de fondos con las provincias.
En boca del Presidente, en charlas privadas y en público, la Argentina tiene un serio problema de competitividad para insertarse en el mundo y ser sostenible. Para simplificarlo, el único rubro en el que el país juega en las grandes ligas es en el agro. Un veloz repaso de las exportaciones así lo certifica. Macri también dejó claro que el modelo actual, por más exitoso que quieran venderlo, es finito, sobre todo por un persistente déficit que llevaría a una nueva crisis de endeudamiento externo.
Las reformas económicas que el Gobierno solo deja traslucir en títulos también están pensadas, claro, para un proyecto político de al menos seis años más con actores repetidos en la Casa de Gobierno, La Plata y la Jefatura porteña.
La gran incógnita respecto a las reformas es su profundidad y costo. El oficialismo viene siendo cuidadoso en intentar transmitir que no habrá shock en ningún caso y que la peor parte no recaerá sobre los que menos tienen. Un buen ejercicio, casi personal, es mirar lo que pasó con las tarifas de los servicios. Uno de los pocos temas en los que el Gobierno, aun con contramarchas, pudo avanzar. Solo dejó afuera, a través de la tarifa social, a los sectores bajos. Muy bajos. Todo el resto fue afectado. ¿Será finalmente esa primera reforma una garantía para un servicio de calidad? Más allá de algunas mejoras puntuales (hay menos cortes de luz, por caso), por ahora la única certeza es el fortísimo aumento.
Otra reforma que seguramente se llevará las discusiones más acaloradas es la previsional. El sistema era deficitario aun antes de la llamada “reparación histórica”, que aumentó jubilaciones y reconoció retroactivos. En un primer momento se compensó con la plata que dejó el blanqueo. Una vez cortado ese chorro, la situación será peor que al principio. En boca de un funcionario nacional, no habrá otra salida más que aumentar la edad jubilatoria.
Todos estos cambios, creen en el Gobierno, deben encararse ahora que Macri acumuló poder como nunca antes desde que asumió la Presidencia. Él confía en que sabrá imponerlo. ¿Hasta dónde podrá condicionarlo el resto?