La aparición de una pandemia que paralizó a gran parte del mundo trajo aparejada una serie de cambios profundos en la vida cotidiana. Pero, entre éstos, hubo determinadas costumbres que quedaron postergadas, al menos desde lo formal, porque, como el agua busca siempre su cauce, estos usos no pudieron ser proscriptos en los hechos.
En estos días, con las restricciones existentes para la circulación y la comunicación personal consabida, el sexo es un problema. Más aún si las prácticas habituales se relacionan con el sexo entre más de dos personas.
En los últimos tiempos, en muchas ocasiones, la policía se encarga de que la moral impere en la sociedad, evitando toda clase de prácticas sexuales, al modo de la antigua División de Seguridad Personal que dirigía el comisario Luis Margaride. Éste incursionaba por las whiskerías, boliches nocturnos y hoteles alojamiento para atrapar a los amantes y, si alguno de ellos se encontraba en situación de infidelidad, llamaba al otro cónyuge para hacerle saber que desde ese momento una protuberancia adornaba su frente. Decían las malas lenguas –una versión nunca confirmada- que tanta hostilidad hacia el amor era consecuencia de que la señora del señor Margaride había abandonado el hogar común, vaya uno a saber con qué rumbo.
Esta reducción de las funciones policiales a simples guardianes de la moral se incrementó en los últimos tiempos, llevando a los agentes de la ley a la decepcionante tarea de separar cuerpos, reprimir encuentros amorosos y a apresar a los cultores del más antiguo sentimiento para que la temperatura del planeta no se vuelva insoportable para los aspirantes a Catón.
Paris: Oh! l’amour, l’amour
A la hora de la cena del 29 de enero último, una brigada de la Gendarmería parisina irrumpió en un almacén en las afueras de la Ciudad Luz para detener a 81 personas que se dedicaban a amarse felizmente. Pero los hombres de la ley, aun así, debieron padecer lo suyo, ya que los furiosos amantes los tuvieron dos horas paraditos en la puerta, a la espera de la orden judicial que un moroso juez debió entregarles, aún semidormido.
Los solícitos gendarmes incautaron bebidas, equipos de sonido y de luces y también bebidas. Al llegar al lugar, situado en la localidad de Collegien, las autoridades hallaron a once personas en el estacionamiento, a las que multaron con 135 euros por violar el toque de queda, que regía en esos días entre las 18:00 y las 06:00 de la mañana.
Trabajando de manera ímproba, las autoridades judiciales y los gendarmes organizaron una reunión de emergencia para redactar el listado de pertenencias que debieron confiscar.
Las 70 personas que se encontraban en el interior del recinto fueron atrapadas fácilmente, dedicados como estaban a actividades ajenas a la moral y a las buenas costumbres que rigen en el mundo, porque es seguro que nadie se encontraba pecando por fuera de ese almacén en el que campeaba la inmoralidad.
Un investigador, con el pecho henchido de buenas razones, expresó que “este evento no se podía realizar porque era una violación al toque de queda, además hubo problemas con las máscaras y el distanciamiento social. Las personas involucradas en la fiesta libertina cooperaron con la policía y no hubo resistencia a la autoridad”, agregó.
Nos quedó repiqueteando en la memoria eso de “las máscaras y el distanciamiento social”, porque sería difícil imaginar una escena amorosa en la que se respete la distancia “reglamentaria”.
Cree en lo que yo digo y calla lo demás
El 27 de noviembre del año pasado, la Fiscalía de Luxemburgo (Bélgica) recibió dos denuncias, la primera a la 1:00 de la mañana y la segunda, dos horas después.
Los furiosos vecinos señalaban que en un alojamiento en Saint-Mard, Municipio de Virton, se desarrollaba una fiesta en la que decenas de personas se encontraban violando las restricciones impuestas por las autoridades. Y de violaciones a las leyes se trataba, efectivamente.
Los policías se sorprendieron al llegar al lugar y encontrarse con 50 personas festejando un cumpleaños, en el que se usaron estupefacientes, bebidas alcohólicas y gas de la risa, muchas de las cuales estaban desnudas. Era el cumpleaños número 28 de una dama, pero la anfitriona había cobrado a cada asistente la módica suma de 250 euros para “poder disfrutar de alcohol ilimitado y otros placeres”, todos ellos cercanos a la indecencia.
Pero las cosas venían de lejos. Dos semanas antes, en el centro de la propia capital belga, Bruselas, la policía se había encontrado con otra celebración, en la que se encontraban 25 hombres, entre ellos, el eurodiputado húngaro de un partido ultraderechista Jószef Szájer, conocido por sus habituales diatribas homofóbicas.
Éste primero intentó fugarse, luego se negó a identificarse y, finalmente, a las cansadas, se vistió y aceptó que era quien era. Días después debió renunciar a su banca y regresar a su país y sumirse en el escándalo.
Lacónica, una fuente policial declaró a la prensa que “interrumpimos un gang bang”, en alusión al término que se utiliza en el universo pornográfico para designar al sexo grupal.
Días después, el organizador del evento, David Manzheley, declaró que existía un equívoco, ya que lo que hacían “es como un café, pero mientras tanto tenemos sexo unos con otros”.
Mucho amor diferido atrae todos estos desatinos. La normalidad está más lejos que nunca para los amantes ansiosos, que sólo esperan que las cosas vuelvan a su cauce, aunque es seguro que nada volverá a ser como fue.
Un sex-shop muy concurrido
En la noche del dos de mayo último, mientras tanto, la Guardia Urbana de Barcelona debió desalojar el sex-shop Snow Dreams, ubicado en la calle París, del distrito de Eixample, en el que 61 personas se dedicaban a profanar sus cuerpos, poseídos por la fiebre de Eros.
Como era de esperar, en el lugar las mascarillas brillaban por su ausencia y tampoco se guardaba la distancia reglamentaria. El club contaba con salas y mazmorras en las que se practicaba sexo grupal y se compartían horrorosos videos pornográficos.
De todos modos, según las autoridades, de las 65 personas que había en el interior, no todas participaban de la orgía, los que se encontraban vestidos.
Una sutileza: el encuentro estaba muy bien programado, según las fuentes policiales, pero la página web del negocio anunciaba que las orgías que organiza habitualmente se encontraban canceladas a causa de la pandemia que azota en particular a Cataluña, adonde ya hubo que lamentar 14 mil muertos.
Ana Rosa, una conocida presentadora de noticias catalana, tildó a los detenidos y sancionados de “delincuentes sanitarios”.
Un Ford, once gozosos y poca plata
Los jóvenes estaban algo cortos de efectivo, indudablemente. Entrar once personas juntas –seis hombres y cinco mujeres- a una habitación de un albergue transitorio es algo más que diversión, seguramente. Diversión en la crisis, se supone.
De todos modos, todo acabó mal. Hubo varios problemas. El primero es que una de las mujeres y uno de los varones eran menores de edad, una de 15 y el otro, de 17. El segundo, es que otra de las chicas denunció que le habían robado el celular, por lo que es presumible que no todos se conocieran previamente.
El último insalvable problema, que fue la perdición del grupo, fue que la cuenta ascendía a 14 mil pesos, pero entre todos apenas juntaban cuatro mil.
Los encargados del albergue convocaron, entonces, a la policía. Era la madrugada del domingo y seis patrulleros arribaron a la calle Blas Parera y Circunvalación de la ciudad de Paraná, dispuestos a comerse a los chicos crudos. Entretanto, el crimen seguía operando en la Ciudad Gótica de Paraná.
El dueño del Ford Fiesta Kinetic en el que arribaron los efebos fiesteros fue detenido por la policía, al igual que ellos mismos. El auto quedó en manos de la policía como caución, hasta que los buscadores –y encontradores- de placer abonaran los 10 mil pesos ausentes. Extrañamente, el fiscal de la causa calificó el delito como “tentativa de estafa”, ya que tres de los jóvenes –dos varones y una chica- saltaron la tapia del alojamiento y huyeron, aunque después fueron detenidos por los afanosos servidores del orden, a los que no se les escapan los que violan la ley.
El hotel, entretanto, fue clausurado por las autoridades de la Dirección de Habilitaciones Comerciales, luego de que se comprobara que incumplía con las disposiciones del Decreto Municipal N° 743/20, que regula los protocolos sanitarios. A esto se agregó además la presencia de menores de edad en sus instalaciones. Éstos fueron enviados a la Dirección de Minoridad de la Policía, que convocó a sus padres para que se los llevaran.
Mucho amor diferido atrae todos estos desatinos. La normalidad está más lejos que nunca para los amantes ansiosos, que sólo esperan que las cosas vuelvan a su cauce, aunque es seguro que nada volverá a ser como fue.