La industria de la desinformación funciona a pleno en la Argentina por estos días. Estadísticas incomprobables, teorías económicas abstrusas, adjudicación de responsabilidades de unos a otros, alimentos en mal estado que nadie puede explicar qué hacían en Villa Martelli y en Tafí del Valle, ni porqué no estaban en los hogares más golpeados por una crisis que el propio Gobierno provocó, ejecutando un ajuste de un inédito salvajismo.
Explicar lo inexplicable obliga a los funcionarios a apelar al eufemismo, el infundio, la calumnia, la mendacidad y aún a la creación de mundos paralelos que sólo ellos conocen.
Sócrates pensaba, 400 años antes de Cristo, que “el mal uso del lenguaje induce el mal en el alma”. Se refería al lenguaje utilizado con fines de lucro, sin asumir la responsabilidad por la significación de las palabras.
La escritora Ursula K. Le Guin observaba, con una hermosa empatía, que “el lenguaje utilizado como fin en sí mismo para cantar un poema o contar una historia, va hacia la verdad. Un escritor es una persona a la que le importa el significado de las palabras, lo que dicen y cómo lo dicen. Los escritores saben que las palabras son su camino hacia la verdad y la libertad y por eso las usan con cuidado, pensamiento, miedo y deleite. Usando bien las palabras, fortalecen sus almas. Los narradores y poetas se pasan la vida aprendiendo esa habilidad y el arte de utilizar bien las palabras. Y sus palabras hacen que las almas de sus lectores sean más fuertes, más brillantes y más profundas”.
Vivimos la era digital. Nuestros hijos nacen con una computadora en la mano y nuestros nietos deberán disfrutar y sufrir (más de esto que de lo otro) los embates de la Inteligencia Artificial. Los humanos tenemos frente a nosotros más información que nunca en la historia de la Humanidad. A lo largo y a lo ancho del mundo, se producen cada segundo 6.000 tuits, 740.000 mensajes de WhatsApp y 694 posteos de Instagram.
Este excesivo tráfico de noticias nos impide investigar acerca de su veracidad. De allí a la desinformación existe apenas un solo paso. Para peor, existen estrategias de desinformación, que tienen objetivos muy bien definidos, relacionados con tácticas de poder, de negocios y aún de guerra. La palabra que nos comunica, también nos manipula, nos engaña, nos enfrenta con enemigos imaginarios y nos obliga a tomar decisiones importantes sin reflexionar acerca de los resultados de lo que estamos haciendo. La antigua fe en la palabra escrita que profesaban nuestros padres y abuelos, ahora nos hace poner la fe en una caterva de idiotas irresponsables, a los que alguna vez definió Umberto Eco con agudeza.
La invasión de los (peligrosos) idiotas
Eco pensaba que “las redes sociales les dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”, declaró en el diario italiano La Stampa, en junio de 2015. Apenas un tiempo antes, el semiólogo había afirmado complementariamente que “el drama de internet es que ha promocionado al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad”.
Como casi todos los gobiernos se ven favorecidos por la generación de noticias falsas, casi no existe legislación que sancione su difusión. Este nivel de desinformación exige alfabetización mediática. Siempre existieron las noticias falsas, pero en el mundo digital el fenómeno y el perjuicio se multiplicaron.
Los medios comunitarios: El antídoto
La psicoanalista y magister en Ciencias Políticas Nora Merlin definió que “cuando hablamos de fake news, podríamos tildarlas como la mentira socializada. Es hacer creer algo que no es. Va en contra del derecho a la información y es un mecanismo propio del neoliberalismo, porque el poder reside en los dueños de los diccionarios”.
La intelectual planteó luego que “me parece que hay que llevar adelante una batalla cultural y política por la verdad, para instalar otros valores que sean más solidarios y comprometidos con los tiempos actuales. Pero lo más difícil va a ser desnaturalizar las sensaciones de odio que se han instalado”.
La crueldad nace del odio, el sentimiento más malsano que envenena las relaciones sociales y personales. Por esta razón, no genera indignación que cinco mil toneladas de alimentos se encuentren ausentes de la mesa de los argentinos más pobres. No existieron críticas altisonantes de parte de la oposición, tan proclive a manifestarse “enfadados” cuando alguno de los funcionarios de este Gobierno, que suelen patinar con gran estilo en las pistas del ridículo, cometen exabruptos o expresan una ideología tan desprendida del argentinismo que preocupan a todo el mundo. Esta vez, “silencio stampa”.
Nora Merlin planteó una alternativa frente a tanta agresión mediática, de la que es tan difícil defenderse. “Hay que producir sistemas regulatorios para que las fake news no sean moneda común en nuestra vida cotidiana. Que, si uno dice cualquier cosa sin tener pruebas o definiendo como verdadero algo que no lo es, tenga consecuencias. Igualmente, el escenario ha ido cambiado y se ha comenzado la batalla real contra la circulación impune de las fake news: la creación de medios alternativos ha sido un elemento muy importante y hay que seguir apostando por eso”.
La generación de información no contaminada, es decir, que tenga como objetivo la verdad y no la manipulación de las conciencias sólo se puede producir desde medios de comunicación que sean dirigidos por periodistas y no por operadores del poder. Claro, la publicidad será escasa, la permanencia será dificultosa y las presiones serán mucho más peligrosas. Es necesario recordar que hubo más de 100 periodistas desaparecidos durante la dictadura, habiendo sido ésta la profesión sobre la que con más saña golpearon los genocidas.
La búsqueda de la explicación
Oscar Villarroya, profesor de Neurociencia de la Universidad Autónoma de Barcelona, explicó en su libro “Somos lo que nos contamos” que los humanos “siempre necesitamos una explicación, por incierta o fantasiosa que parezca”.
El profesor planteó que “las fake news no son otra cosa que un conjunto de relatos, muchos de ellos primordiales, es decir, basados en una estructura narrativa mínima, puestos al servicio de la manipulación y el engaño”. Describió el fenómeno como relatos que se alimentan de las emociones más peligrosas, como el miedo y la ira. Promueven la creación de alineamientos partidistas extremos y generan una polarización social de gran beligerancia. “Son un riesgo evidente para la convivencia democrática entre adversarios y están en el origen de decisiones que pueden llegar a ser irremediables”, completó.
En Salem, el epítome de las “fake news”
Cuando se demoniza desde las redes sociales a personajes públicos, se lo denomina “caza de brujas”, pero pocos conocen el origen del término.
Todo comenzó en algún día del año 1692 en la localidad de Salem, en el estado norteamericano de Massachusetts. Una niña de nueve años comenzó a mostrar comportamientos extraños. Chillaba y gritaba sin motivo aparente. Corría sin ir a ninguna parte en especial por la casa y por el jardín. Otras dos niñas comenzaron a mostrar el mismo comportamiento, que luego se extendió a otras infantas de Salem.
Enseguida apareció la palabra brujería. Se interrogó a las niñas acerca de lo que sentían y concordaron en que eran objeto de brujerías. El miedo y la ira se extendieron por todo el pueblo.
Las niñas acusaron primero a las tres mujeres más vulnerables de Salem: una esclava, una mendiga y una mujer que no acudía a la iglesia. Pero las posesiones seguían creciendo y también las acusaciones. Éstas se ampliaron a más mujeres, ya no tan desprotegidas. Llegaron a acusar a respetadas integrantes de la comunidad. Las autoridades, poseídas por una santa ira, arrestaron a 141, que fueron juzgadas entre junio y septiembre de 1692. De éstas, 19 fueron ahorcadas y tres más murieron en la tortura.
Finalmente, en octubre, tan rápidamente como había llegado, la histeria se esfumó. El gobernador ordenó terminar con los juicios y en mayo de 1693 indultó a los que aún estaban en prisión. En este mismo año, los jueces y los jurados pidieron perdón a las víctimas y todo volvió a una aparente normalidad, que en realidad había desaparecido para siempre. La vergüenza obligó a sus habitantes a rebautizar a su ciudad, que hoy se llama Danvers. Por lo menos, mirado desde la perspectiva de hoy, los asesinos pidieron perdón, una posibilidad que en este tiempo sería impensable. Igualmente, el perdón para los asesinos es imposible.
Ahora y siempre.