Imaginen una tormenta intempestiva que arremete en la vulnerabilidad de la madrugada. Imaginen que el agua tumba la puerta como una patada invisible, rompe los vidrios de las ventanas y empieza a subir frenéticamente, dejando los muebles patas para arriba como cucarachas de madera y chapa. Imaginen la oscuridad más insondable. Imaginen personas dando literales manotazos de ahogado: imaginen gente muerta. Ahora imaginen que esa escena existió. E imaginen, ya que están, que las personas que sobrevivieron al temporal del último 2 de abril, que afectó a la Ciudad y el Gran Buenos Aires –ni hablar del desastre de La Plata–, hace tiempo están sumidas en la resignación, acostumbradas al pánico ante cada llovizna, ese miedo al miedo encerrado en un rayo, en un trueno. O acaso en un cielo gris. Imaginen.
Daniel Abecasis ya pasó el duelo de haber tenido que ver gente muriendo, arrastrada por la corriente como en un triste dibujo animado, aquí y allá, en todo su alrededor, envolviéndolo en un manto de luto. Pero no. Vuelve a la tormenta y todo parece pasar por delante de sus ojos como una cortina de nitidez aterradora. Y eso que fue de los menos afectados, dice él, padre de familia de una de las tantas casas de la calle Cramer, en Saavedra, a media cuadra de la avenida García del Río, por cuyas entrañas corre el arroyo Medrano. Ahora bien: entiéndase por condición de “menos afectado” a aquella situación que en cuestión de minutos, unos 15, en promedio, de acuerdo a los testimonios que Noticias Urbanas pudo recabar por la zona, llevó a que 60 centímetros de agua arañaran las paredes. Todo en el marco de unos 155 milímetros que en unas horas superaron el récord del 8 de abril del 89, unos 144.
“Lo peor es la impotencia. Ver entrar el agua con furia y no poder hacer nada”, cuenta Daniel en su casa, hoy ya con menos signos de violencia hídrica. “Recuerdo que durante una semana ni cocinar podíamos, así que nos íbamos a una parrilla del barrio, también afectada, en donde nos daban fiada la comida, para pagar al mes siguiente. Y como nosotros estaba todo el barrio. También recuerdo los bancos levantados por Cabildo, los pedazos de calles destrozadas, los vendedores de velas por todos lados: un panorama dantesco”, relata a NU.
Y entra en la verborragia del dolor: “Tuvimos que hacer tratamientos contra la sarna, ya que el agua arrastraba ratas y bichos que nunca había visto en mi vida. A mis hijas todavía las tengo que llevar a dormir a la casa de mi mamá porque con el subsidio de 8 mil pesos –que en realidad es una indemnización– que el Gobierno de la Ciudad nos dio compramos las camas pero no nos alcanzó para los colchones. Un amigo, por ejemplo, perdió muebles antiguos por 30 mil pesos: con los 20 mil que le dio el Gobierno, el subsidio máximo, hizo lo que pudo. Lo que es importante destacar es que un rayo es un fenómeno inevitable, pero acá, claramente, hay mucha negligencia, porque el arroyo no se dragó ni se limpió, y tampoco se hacen obras significativas”.
Hablamos, entonces, del famoso trámite para obtener el subsidio (ver recuadro). “Gestionar el subsidio –cuenta Daniel– no fue demasiado engorroso pero tuvimos que esperar un mes para que inspeccionaran nuestro domicilio y poco más de otro mes para poder cobrar.” Daniel milita en la Asamblea de Saavedra. Dice: “Esto del drama del temporal enciende un alerta ante cada posible lluvia. Justo dos semanas antes de ese 2 de abril, los vecinos nos cansamos y desarmamos un obrador montado en las inmediaciones del parque Saavedra, porque el GCBA quería montar allí un juego de agua: lo tomamos como una cargada. Y de vez en cuando cortamos simbólicamente avenidas de la zona, solo algunas manos. Necesitamos soluciones y las necesitamos ya, mañana es tarde. Algo tienen que hacer con el Medrano, muchos hablan de un canal de alivio. Y eso que ni mencionamos el otro drama para los vecinos del Barrio Mitre, también acá en Saavedra: el shopping Dot (Vedia 3632). Salió en todos lados, tapas de diarios a morir, pero los malos de la película siempre somos nosotros, los que la padecemos. La lluvia, insisto, a no ser que hagamos magia, es algo que no podemos evitar”.
El lunes 2 de septiembre, a cinco meses del desastre, “a causa de la inoperancia de los gobiernos de la Ciudad, de la Nación y de la Provincia”, los vecinos nucleados en la Coordinadora de Inundados renovaron sus reclamos en distintos puntos de la Ciudad y el territorio bonaerense. Así, bajo el lema “Basta de inundaciones”, los miembros de la Asamblea de Saavedra – Barrio Mitre y Vecinos Inundados de Villa Pueyrredón (Comuna 12) se autoconvocaron en la avenida García del Río y Pinto (Parque Saavedra) a las 17.30; lo mismo hicieron los inundados de Villa Maipú, pero en su caso en avenida Illia y avenida Constituyentes; los afectados de Vicente López lo hicieron, por su parte, en Melo y Mitre media hora más tarde, mientras que los vecinos de la cuenca del arroyo Medrano se reunieron a las 18.30 en avenida Balbín y General Paz. El objetivo fue tratar de darse, como suele pasar en estos casos, algo de visibilidad más allá del espasmo televisivo. En tanto, aquellos damnificados de Villa Urquiza y Parque Chas (comunas 12 y 15) realizaron a las 19 un llamativo paraguazo –no, no le pegaron a nadie– en avenida Triunvirato y La Pampa – arroyo Vega. A su vez, vecinos inundados de las comunas 10 (Villa Real, Monte Castro, Versalles, Floresta, Vélez Sarsfield y Villa Luro) y 11 (Villa Devoto, Villa Santa Rita, Villa del Parque y Villa General Mitre) se concentraron a la misma hora en Nazca y Juan B. Justo – arroyo Maldonado.
Barrio Mitre: drama aparte y por todas partes
Liana Silva vive en una de las 324 casas de un barrio de cuatro cuadras de largo por dos de ancho, según lo definen sus propios habitantes. Erigido entre las calles Melian, Correa, Pasaje Posta y Arias, a espaldas de la vieja fábrica Philips, en el Mitre viven cerca de 700 familias –el barrio se fue para arriba en el sentido menos afortunado del término: sube porque otra no queda, sube porque no hay recursos para extenderse hacia los costados, sube construyendo sobre el techo de papá y mamá–. En su casa, sin más, Liana vive con su marido y cuatro hijos, más su abuela.
Cuenta a NU que el 2 de abril en su casa entró más de
un metro y medio de agua, y que perdió todo, hasta los recuerdos, esos que, anclados en el pasado de la cámara de rollo, no hicieron tiempo de ingresar en el paraíso Facebook. La ferocidad del agua llegó antes. Cree que tuvo suerte al haber podido acceder al Programa Crédito Argentino (conocido como Procrear) del Gobierno nacional y que sus chicos no estén bajo tratamiento psicológico, como tantos en el barrio, que ante cada lluvia y el ritual de tener que subirse al techo se largan a llorar. “Acá hay que articular las políticas entre Ciudad, Provincia y Nación, lejos de las mezquindades. No hace falta ser un genio para darse cuenta de que el arroyo Medrano, por ejemplo, es interjurisdiccional”, precisa.
Walter Correa es de esos tipos parcos, de pocas palabras. Eso sí, cuando habla tiene un FAL por boca. Comenta que en el barrio están cansados de las compuertas, de tener ante cada lluvia el agua por las rodillas, y de que, desde que comenzaron sus obras, hace más de cinco años, el shopping Dot haya potenciado el histórico problema del barrio en, según se calcula, un 30 por ciento.
Antes de la inundación del Día del Veterano y los Caídos en la Guerra de Malvinas, que solo en la Ciudad de Buenos Aires dejó ocho muertos, recapitula, ya se habían hecho tres audiencias públicas entre el barrio, el Dot y el Gobierno de la Ciudad. En definitiva, concluye, no se llegó a nada. Y en diciembre último, para colmo, se dio un antecedente de lo que pasaría en abril, que llevó a los vecinos a protestar al centro comercial. ¿Los resultados? Salió hasta en Crónica, varios terminaron con causas penales a cuestas. Además del siempre latente desborde del arroyo, la cuestión medular pasa por el emplazamiento del shopping, que dio por tierra con las varias hectáreas que oficiaban de reservorio de las precipitaciones. ¿Conclusión? Todo es muy inundable.
Expone Correa: “Acá nosotros pagamos el ABL, todos los impuestos y servicios. Vinieron de todos los ministerios del Gobierno de la Ciudad, hasta (Guillermo) Montenegro, de Seguridad, que salió con el delirio de cerrar perimetralmente el barrio, generando una nueva ciudad oculta, otro gueto. Pienso que fue un alivio que la Presidenta bajara al barrio. Por lo menos desde Nación elaboraron un proyecto, hecho sobre la base de reservorios, que en seis meses podría llevarse a cabo. Pero, como siempre, se tienen que poner de acuerdo entre los políticos. Y en el medio, siempre, estamos nosotros”.