Un argentino, esté donde esté, recuerda a su tierra fundamentalmente por dos razones: la Madre y el club de sus amores. Y esto es casi una verdad de Perogrullo, aunque al nostálgico se haya visto obligado a viajar al extranjero empujado por las más altas responsabilidades. Cautivos de esta nostalgia, miles de argentos se volvieron más hinchas que nunca de sus colores, enarbolando su pasión con fervor.
El argentino más ilustre de estos tiempos -y quizás de todos- no renunció nunca a ese amor por los colores de la segunda Patria, que es el club de las alegrías de la infancia, la adolescencia y la adultez.
San Lorenzo, el club que el Papa Francisco lleva en el corazón, viajó este jueves a Roma para jugar un amistoso con el club homónimo y, como no podía ser de otra manera, sus jugadores cumplieron con su cita de honor allegándose hasta el Vaticano para encontrarse con él.
Al igual que ocurrió en 2013 y 2014, Francisco rezó una misa para los futbolistas, que concurrieron acompañados por los jugadores giallorossi (rojiamarillos, por los colores de su camiseta), sus rivales del sábado próximo. La ceremonia fue oficiada en el marco los actos conmemorativos del Jubileo y de la Fiesta de la Familia.
Durante la ceremonia, Francisco brindó un discurso en el que aludió en repetidas ocasiones al club azulgrana. Una vez terminada su alocución, el Papa tomó una caja con una camiseta del Ciclón de la década del ’40 y se la regaló al presidente del club, Matías Lammens.
Esta fue la cuarta ocasión en que el Sumo Pontífice recibió a los jugadores y dirigentes de San Lorenzo. Anteriormente, en su primera aundiencia pública Lammens y otros dirigentes, después de escuchar su alocución, le obsequiaron al Papa la estola del padre Lorenzo Massa, fundador y alma máter del club.
Poco después, una delegación integrada por Marcelo Tinelli, el arquero Sebastián Torrico, el defensor Mauro Cetto y Lammens le llevaron a Francisco el trofeo que les fue otorgado al ganar el Torneo Inicial de 2013 y los guantes de Torrico, con los que atajó el penal decisivo. La última vez fue en 2014, cuando ganaron la Copa Libertadores, que el Papa alzó muy terrenalmente, en un gesto que era a la vez de alegría azulgrana y de “gaste” a los de la “contra”.