El triunfo de Donald Trump hizo realidad -una vez más- aquel aserto de un veterano caminador de los pasillos del poder en Argentina: “Cuando hace frío en Washington, hay quienes se resfrían en Buenos Aires”.
La evocación viene a cuento porque en la Casa Rosada existe conciencia de que la derrota de Hillary Rodham Clinton a manos del magnate inmobiliario neoyorquino cerró una etapa en la relación con EE.UU, que, entre otras medidas, exige el regreso del embajador argentino en Washington, por lo que Martín Lousteau hará sus valijas antes del 20 de enero, el día en que Trump se convertirá en el 45° presidente norteamericano.
No significa esto que el líder radical haya incumplido sus tareas diplomáticas, ni que haya realizado declaraciones imprudentes acerca del apoyo argentino a Hillary, una deuda que deberá pagar la propia canciller argentina, Susana Malcorra, que sí lo hizo.
El otro motivo del regreso del hijo pródigo que los radicales esperan como un milagroso maná del cielo, el que los regrese a los primeros planos en la disputa de espacios reales de poder, ganando la ciudad de Buenos Aires, es precisamente éste. De aquí a que eso ocurra es casi una eternidad, pero las amenazas de disputarle la Jefatura de Gobierno al Pro por parte del radicalismo, sumadas a la morosidad en darle forma definitiva a la alianza Cambiemos, no le sumaron recorrido al futuro diplomático de Lousteau.
Para competir en la Ciudad, además, éste deberá estar presente antes de que transcurra el 2017. No será sencillo para nadie el futuro próximo, puesto que el último 13 de octubre, el propio embajador en retirada había adelantado que competiría en la ciudad en un acto radical de homanaje a Hipólito Yrigoyen. Allí, desde el micrófono confirmó el rol de “oposición responsable” en el ámbito porteño, reconoció que “vamos a tomar la decisión en conjunto con ECO” sobre su regreso desde Washington y hasta amagó un reconocimiento para con el “Lilito” Fernando Sánchez, “mi compañero de fórmula el año pasado y espero que también en 2019”.
Desde el Pro, hasta ahora, reaccionaron -al menos en público- con una cierta tibieza habitual en ellos. El vicejefe de Gobierno, Diego Santilli, aseguró el ocho de octubre último que “no nos molesta que Lousteau se adelante. Estoy convencido de que nuestra mayor herramienta de campaña es la gestión. Si lo logramos cumplir, seguramente podremos continuar cuatro años más. Depende de nosotros, más que del rival de turno”.
En cuanto a la embajada argentina en Washington, en la cancillería piensan que la debería ocupar una figura política que haya estado ligada al menemismo, representante de aquella época de las “relaciones carnales”. Los que tomen la decisión serán, seguramente, Marcos Peña y Fulvio Pompeo, que serán quienes le darán la puntada final junto con Mauricio Macri al nombre del futuro habitante del edificio situado en el número 1600 de la avenida New Hampshire.
Hasta ahora, en los pasillos de la Casa Rosada se escucharon los nombres del exvicecanciller de Carlos Menem, Ricardo Petrella -cuyo hijo Iván fue legislador porteño por el Pro y actualmente es el secretario de Integración Federal y Cooperación Internacional del Ministerio de Cultura; del exembajador argentino ante las Naciones Unidas, ante Dominica y Guyana y ex HSBC, Emilio Cárdenas y del economista Martín Redrado, expresidente del Banco Central de Néstor Kirchner.