Nunca como en este momento quedan en evidencia los equilibrios y las dinámicas que atraviesan los principales espacios y a las principales figuras políticas, trazando un mapa contante y sonante de las relaciones de poder tal como están antes de adentrarse en una campaña que, indefectiblemente, terminará cambiándolo todo y definiendo los nuevos contornos que, a su vez, tendrán fecha de vencimiento dos años más tarde, cuando vuelva a comenzar el ciclo.
El cierre de listas de esta semana nos deja algunas pautas en ese sentido. La más importante es que hay dos polos de poder predominantes en la Argentina de junio de 2017 y que los dos encarnan antes en personas que en estructuras. Uno se aglutina sin sorpresas alrededor de la figura del presidente Mauricio Macri; el otro permanece alrededor de la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, desafiando la mayoría de los pronósticos que hace un año se apuraron en poner fecha de vencimiento a su liderazgo.
Ambos encabezan dos espacios políticos que, con mayor o menor participación de identidades y estructuras políticas preexistentes, se presentan como algo novedoso. Los dos ejercen liderazgos fuertemente ideologizados. Y los dos, ubicados en el mapa político actual, parecen ser perfectamente antagónicos. Más aún, se sienten tan cómodos en ese rol de mutuos archienemigos que alimentan la polarización adrede. Lo hicieron en 2015, con los resultados conocidos. Hoy parecen estar jugando una revancha de aquella elección.
Los dos gozan, políticamente, al comienzo de la campaña, de buena salud. El Presidente llega a la evaluación de medio término conduciendo sin desafíos la coalición oficialista, que logra construirse con razonable homogeneidad en todos los distritos del país (excepto en la Capital, pero es tema para otra columna). Seguramente, terminará el año con más senadores y diputados que en la primera mitad de su mandato. Cuenta con un formidable apoyo del sistema de medios de comunicación masivos. Se siente tan confiado que ya habla de los recortes que prepara para después de las elecciones.
Fernández de Kirchner, en tanto, logró revalidar en las últimas semanas sus charreteras de generala del peronismo ante la insurrección que encabezó Florencio Randazzo. El exministro quiso batirse a duelo en las primarias, pero ella no le dio oportunidad y encolumnó a todo el justicialismo territorial detrás de la virtualidad de su candidatura en una aventura por afuera del PJ que hace un año hubiera sonado como ciencia ficción en cualquier columna de análisis. Rápida de reflejos, ahogó el motín antes de que tuviera tiempo de comenzar. Fue una jugada arriesgada cuyo resultado no puede medirse ahora sino que debe esperar a las elecciones de octubre, pero que le dio a su liderazgo una prórroga suficiente como para meter cuña en las listas este turno.
No piensa en 2019 sino en 2018: su objetivo en esta elección es engrosar y fidelizar un bloque decididamente opositor en el Congreso, sin la disposición para negociar con el gobierno que exhibieron otros legisladores de origen peronista durante este año y medio. Eso explica su negativa tenaz a dar primarias dentro del PJ, y no una cuita ideológica con el justicialismo. La foto con media docena de gobernadores que se plasmará en estos días gracias a las artes del sanjuanino José Luis Gioja, titular del partido a nivel nacional, será otra evidencia en este sentido. El masivo respaldo popular que volvió a exhibir esta semana en Sarandí es un capital político nada desdeñable.
Macri tampoco piensa en 2019 y, resignado ya a seguir gobernando sin mayorías en el Congreso, encara la campaña con la necesidad de revalidar las credenciales de apoyo social a su proyecto de forma tal de garantizarse la potencia política necesaria para dar los siguientes pasos en su ambiciosa agenda de reformas a partir de noviembre. El Presidente hoy no piensa en la próxima elección presidencial sino en avanzar lo más posible en su hoja de ruta antes de esa fecha. Él también tuvo que lidiar con pequeños focos de resistencia en su espacio político: la diputada Elisa Carrió, un sector del radicalismo, el exembajador Martín Lousteau y el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, han mostrado los dientes en algún momento de este año. Macri supo ratificar su liderazgo en cada caso.
El mismo Lousteau, al igual que Sergio Massa, Randazzo y Margarita Stolbizer, esperan una rendija en esa polarización que les permita terciar ahora para dar un batacazo en 2019. Hoy, la mayoría de los pronósticos los muestran lejos de ese escenario. Lo que pase una vez que se cuenten los votos, lo dijimos, puede cambiar el juego. Mientras tanto, tendrán un rol importante que puede definir el tono de la campaña y, en consecuencia, su desenlace. La incógnita es: ¿veremos, como es habitual, al Gobierno en el centro de la escena, discutiendo sus políticas contra una oposición atomizada en dos o tres o cuatro partes? ¿O acaso, tal como parece por ahora, el centro lo ocupará CFK y lo que dividirá votos entre dos o tres o cuatro opciones diferentes será el antikirchnerismo?