Malvinas, en la memoria de los hijos

Malvinas, en la memoria de los hijos

Por Catalina Iannelli / Especial para Noticias Urbanas

Sabrina, Ivo y Agustín relatan las dificultades para lograr el reconocimiento de sus padres como veteranos y cómo acompañaron ese proceso.


Entre líneas cargadas de historia y sacrificio, la guerra de Malvinas es un capítulo imborrable que resuena diariamente en la nación argentina. Más de 23.000 argentinos fueron enviados allí para luchar por la recuperación de las islas. Después de más de cuatro décadas de aquel conflicto, son sus hijos los que cuentan esta historia y su mirada sobre ella.

Las Malvinas, un archipiélago situado en el sur del Océano Atlántico, fue escenario de un enfrentamiento militar en 1982 entre las fuerzas armadas argentinas y británicas. A lo largo de los años, los veteranos de guerra han llevado consigo diversas huellas emocionales de un conflicto que dejó marcas profundas e indelebles en sus vidas y en las de sus familias. La guerra de Malvinas es una historia que merece ser contada, recordada y, sobre todo, comprendida.

Bernardo Cingolani: “Antes de los ’90, no nos daban nada

En un terreno de Gonnet, en la localidad de La Plata, provincia de Buenos Aires, vive Sabrina Isabel Cingolani, cajera de un comercio, tiene 32 años y es la hija de Bernardo Cingolani, excombatiente de Malvinas. Ella compartió sus sentimientos sobre lo que significa que le pregunten por la guerra. “Son sensaciones raras. Da orgullo que reconozcan a tu viejo como un héroe, pero al mismo tiempo sentimos tristeza al recordar el miedo que tuvo estando allá’. Cingolani exhaló una bocanada de aire y añadió: “El miedo que tuvo de no volver”.

Según ella, “la huella de tener un papá que es un héroe de Malvinas es muy grande”. Denunció que el reconocimiento hacia los excombatientes avanzó de manera lenta, tanto por parte del Estado como de la sociedad. Sin embargo, con el paso del tiempo sintió que la información se hizo más accesible. “Hoy en día hay charlas en distintos espacios, calles en honor a la guerra, e incluso referencias en los dibujos animados para los niños. Está mucho más visible y al alcance de la mano informarse”.

Durante el gobierno de Carlos Saúl Menem, se estableció una pensión equivalente en su momento a la mínima de los jubilados, para los argentinos que combatieron en la guerra y sus familiares. Luego, en 2005, bajo la presidencia de Néstor Kirchner, se estableció una segunda pensión, por lo que hoy cuentan con dos asignaciones, ambas equivalentes a la pensión mínima.

Al día de hoy, más de 22 mil personas reciben una retribución vitalicia del Estado destinada a los excombatientes de la guerra de Malvinas. Según datos de ANSES, la mayor parte de los beneficiarios residen en la Provincia de Buenos Aires, la Ciudad de Buenos Aires, Córdoba, Corrientes y Chaco. Además, excombatientes y sus familias cuentan con cobertura médica a través del PAMI.

Bernardo, padre de Sabrina y excombatiente, interrumpió: “Antes de los 90 no nos daban nada: ni atención psicológica, ni dinero, ni reconocimiento. Nosotros íbamos a reclamar a las plazas y el Estado nos mandaba a la caballería a reprimirnos”.

La puerta de chapa se abrió e Ivo, el hermano de Sabrina, dejó caer de un golpe seco su mochila en el suelo. Saludo a su hermana y fue a buscar una silla para sentarse junto a ella. Se sumó al relato de Sabrina, y contó lo duro que fue para su padre regresar a su pueblo luego de ser combatiente en las islas. “Intentó buscar trabajo y no lo tomaban por figurar en el documento que era ex combatiente”. “Nos llamaban Los Loquitos de la guerra”, confesó Bernardo.

En el conflicto murieron 649 argentinos: 323 durante el hundimiento del crucero General Belgrano y 326 en el archipiélago. Pero la muerte no terminó en el campo de batalla. ¿Cuántos excombatientes se suicidaron? El Estado no estableció cifras oficiales, pero entre los veteranos se habla de más de 350 casos.

El abandono que sufrieron en los primeros años fue un factor determinante. Sin apoyo psicológico ni oportunidades laborales, muchos quedaron a la deriva. “La situación de no poder encontrar laburo llevó a que muchos pasen hambre. Ahí me enteré de que muchos compañeros míos se suicidaron por esa situación”, relató.

Un lunes por la tarde de 2003, Bernardo se acercó al Centro de Excombatientes Islas Malvinas La Plata (CECIM), una organización no gubernamental creada por veteranos que ofrece talleres sobre la guerra y brinda contención a excombatientes que la necesitan. Hace unos 20 años, desesperado por su situación económica y con la responsabilidad de mantener a una hija de un año y medio y un hijo recién nacido, buscó ayuda para conseguir trabajo. En su incansable búsqueda, logró emplearse como panadero. Y, gracias a este centro, tuvo la oportunidad de viajar con su hijo a Malvinas, años más tarde.

Ivo fue uno de las 11 personas que visitó Malvinas junto a su papá en 2008. Por intermedio del CECIM, el estado se encargó de los costos del viaje, con el fin de revivir y resguardar la memoria. Narró con profunda emoción su visita. Presenció la explosion de las bombas aún marcadas en el suelo y observó los pozos de impacto cercanos entre sí. Exploró refugios y la cocina donde su padre pasaba horas cocinando para sus compañeros. “Pero lo más conmovedor del viaje fue descubrir la posición exacta donde, a los 19 años, se encontraba mi padre durante la lucha”, expuso.

Hizo hincapié en que la presencia militar inglesa no escaseaba. “Nos persiguieron todo el recorrido y quieren hacerte sentir como un invitado. Te daba un poco de terror como te custodiaban”, finalizó.

Honorio Basualdo:

En el noroeste de Buenos Aires, en la ciudad de Campana, reside Agustín Basualdo, quien es otro hijo de un veterano de Malvinas de nombre Honorio Basualdo. Lo primero que recuerda Agustín es que de niño su padre evitaba darle demasiados detalles sobre el tema. Por eso, siempre le resultó extraño escuchar que lo llamaran “héroe”.

Cuando llegó a su adolescencia, la guerra apareció en la escuela como un tema de estudio. Fue entonces cuando reunió el coraje para preguntarle a su padre sobre su historia. No fue fácil. Contó que, al principio, su padre no estaba listo para hablar y que incluso después de tantos años le resultaba difícil revivir la historia. Pero, con el tiempo, fue respondiendo sus preguntas hasta que un día le contó todo, con detalles.

“Siendo de una familia de clase media alta, de repente, con 18 años, encontrarte solo en una isla tratando de sobrevivir fue algo shockeante”, relató Agustín sobre la experiencia de su padre. Luego, agregó que “después de la guerra, no pudo dormir nunca más de tres horas seguidas, porque se despertaba para chequear que mi hermano y yo estuviéramos respirando”.

El impacto de la guerra marcó a toda su familia: sus hermanos, sus padres y su esposa, la mamá de Agustín. “Mis abuelos sufrieron más en el momento de la guerra, porque no sabían si su hijo seguía con vida o no. Mi mamá, en cambio, arrastra las secuelas”, explicó.

Ella había conocido a Honorio pocos meses antes de que él partiera a luchar y lo esperó durante los días que duró el conflicto, con la incertidumbre de no saber si volvería. Cuando se reencontraron, decidieron no volver a separarse de nuevo.

Agustín contó que, hasta el último día de su vida, su padre cargó con la misma pregunta: “¿Por qué yo sobreviví y mis compañeros no?”. También recordó cómo Honorio, a pesar del amor de su familia, nunca permitió que los médicos lo cuidaran. Como si, en el fondo, llevara consigo una herida que no podía cerrar. Una culpa silenciosa que, con los años, lo fue consumiendo hasta enfermarlo y, finalmente, arrebatarle la vida demasiado pronto. “A muchos sobrevivientes de la guerra les pasó lo mismo, viven al límite entre la vida y la muerte, porque nunca se perdonaron haber sobrevivido”.

Honorio tenía el deseo de visitar la isla para recordar a sus compañeros que quedaron allí y revivir la experiencia. Sin embargo, no estaba seguro fuera algo que debía suceder. “No se sentía militar ni soldado. Se sentía como un joven al que le tocó ir a la guerra y que, a pesar de que pudo sobrevivir, lo sufrió toda la vida”, explicó su hijo.

Luego de Malvinas, Honorio se vio afectado por las consecuencias de ser un recién llegado de la isla. “Mi papá tenía 5 hermanos, los cuales todos estudiaron una carrera universitaria. Cuando él volvió, no se sintió preparado para estudiar y no pudo hacer una carrera. Tuvo que rebuscarse en el trabajo toda la vida”, relató. Por eso su padre siempre les insistió a sus hijos que estudiaran y que hicieran lo que él no pudo hacer.

Tanto Agustín como su hermano recibieron un dinero que el Estado otorgó a su madre, en reconocimiento a su padre. Ella decidió dárselo a sus hijos, y ellos se propusieron usarlo para estudiar, cumpliendo así el deseo que Honorio siempre tuvo para ellos.

A partir del reconocimiento a los excombatientes que mencionó Bernardo en 2005, Honorio pudo mejorar su calidad de vida gracias a ese apoyo económico. Era un hombre que siempre se las ingenió con distintos trabajos y, en aquel entonces, manejaba un taxi. Con el dinero recibido, pudo comprarse su propio auto y dejar un oficio que nunca lo hizo feliz.

Sin embargo, su reclamo no fue solo por la demora en la ayuda económica, sino también por la falta de contención emocional y médica. “Cuando volvimos, nos sacaron los uniformes, nos pusieron ropa de civil y nos largaron al mundo como si nada hubiese pasado”, lamentaba.

Un vecino de su ciudad llamado Fabián Lombardi escribió el libro “Crónicas Íntimas de una Guerra”, donde transcribe relatos de distintos ex combatientes, entre ellos, el de Honorio:

“Honorio piensa cuando le pregunto. Habla lento de su vida y de las cosas que podría haber sido. <…> Malvinas nos marcó a todos. Todos los excombatientes tienen problemas, es como una lucha constante. Yo estaba estudiando el ingreso a la carrera de Medicina, había ido a Rosario, tenía el número de sorteo 320 de la colimba, creía que me salvaba, se salvaron hasta el 319. Después de la guerra no estudié más, estaba mal… ¡Ojo!, que yo no le echo toda la culpa a Malvinas porque yo no estudié, pero seguro que tuvo su influencia en un cincuenta por ciento. <…>

“A los desfiles del 2 de abril no voy a muchos y si voy lo hago de campera o saco, nunca de traje verde. Muchos compañeros se visten de militares, pero yo no y los respeto porque lo sienten. Creo que las Malvinas tienen que ser argentinas sobre todo porque murió gente por ellas. Pero hay ingleses viviendo ahí, no lo veo con muchas posibilidades. No porque uno no quiera sino porque no se puede. El poder es el poder. La Argentina está cada vez peor, en cualquier momento nos venden a todos”, relataba.

La guerra de Malvinas, que duró 74 días, dejó un saldo de 649 argentinos muertos y, sin haber una cifra oficial, más de 300 ex combatientes se quitaron la vida al no poder reintegrarse a la sociedad luego de este conflicto.

Los veteranos denunciaron el abandono al que fueron sometidos en los primeros años posteriores a la guerra, un factor determinante en muchas de estas tragedias. La falta de apoyo psicológico y el desinterés social hicieron aún más difícil su regreso a la vida cotidiana. Mientras ellos cargaban con el peso de lo vivido, la sociedad miraba para otro lado y el Estado les daba la espalda

Hoy es fundamental mantener viva la memoria y honrar a quienes lucharon por nuestras tierras. Porque más allá del olvido y la indiferencia, su valentía sigue intacta. Deberían ser reconocidos por lo que son: héroes.

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