Javier Milei repite y repite los mismos conceptos desde que en 2019 dejó de ser un panelista de programas de lanzamiento de improperios y debió comenzar a precisar sus definiciones políticas.
No ahorró desde entonces desagradables epítetos, lanzados como ladrillazos contra quienes representan ideas que no coinciden con las suyas. A éstos los llamó “comunista de mierda” (a su vecina del barrio de Abasto); “mogólico” (al economista liberal Roberto Cachanosky); “hija de puta” (también a su vecina); “pelotudo” (a su viejo enemigo, pero actual amigo, Mauricio Macri); “gusano” (a Horacio Rodríguez Larreta); “estiércol” (a Gerardo Morales); “terrorista” (a su ahora aliada y perdonadora Patricia Bullrich); “imbécil” (al Papa y a Cachanosky); “zurdo de mierda” (de nuevo a Larreta, pobre) y “Juntos por el Cargo” a sus impensados colegas de Juntos por el Cambio.
De todos modos, la panoplia de improperios del libertario es ilimitada y utilizó toda clase de insultos y palabras soeces contra personajes de la política, del espectáculo y de congregaciones religiosas que lo superan ampliamente en prestigio y en representatividad. ¿Traerá aparejada esta actitud una expresión de cierto complejo de inferioridad?
Milei, contra la política de Memoria, Verdad y Justicia
Pero el exempleado de Aeropuertos 2000 subió la apuesta en los últimos debates y entrevistas televisivas. El neófito político, apoyado por algunos de sus referentes se concentró en cuestionar -como si importara- la cifra de detenidos-desaparecidos que la dictadura militar perpetrara contra la sociedad argentina. “Nosotros valoramos la visión de memoria, verdad y justicia. Empecemos por la verdad. No fueron 30.000 desaparecidos, fueron 8.753”, expresó en el debate que se produjo el 1° de octubre último en la Universidad Nacional de Santiago del Estero.
Éstas fue una definición teñida de vileza, debido a que, 40 años después de finalizada la dictadura político-militar, la cifra exacta de detenidos-desaparecidos es aún desconocida. Ni siquiera es definitivo el número que esgrimió Milei, que utiliza la mentira como un fusil.
Los secuestros, los asesinatos y el posterior ocultamiento de los cadáveres de miles de militantes políticos de todo el arco ideológico, de distintas organizaciones y también de sus familiares que pedían por ellos -no solamente desaparecieron militantes armados- se hicieron lejos de la luz pública, a pesar de que las Fuerzas Armadas habían usurpado todas las instituciones del Estado y las manejaban a su antojo. Presidente, ministros, jueces, fiscales, policías, gendarmes, prefectos, gobernadores, intendentes y el resto de los funcionarios estatales operaban bajo un férreo control de la Junta Militar.
Con un cinismo nacido de la ignorancia y de profesar una ideología propensa al negacionismo de los crímenes de lesa humanidad, Milei se atrevió a afirmar que “para nosotros hubo una guerra y en esa guerra, las fuerzas del Estado cometieron excesos. Y por tener el monopolio de la violencia, les vale todo el peso de la ley. Pero también los terroristas de los montoneros, del ERP, mataron gente, torturaron, pusieron bombas y también cometieron delitos de lesa humanidad”. La ignorancia -o la sutileza en la mentira- del candidato omite que un delito de lesa humanidad es considerado como tal cuando existe desequilibrio de fuerzas a favor del criminal, que lo perpetra utilizando como cobertura el poder del Estado.
Para justificar lo injustificable, el heroico libertario de escritorio advirtió que “no estamos de acuerdo con los curros de los derechos humanos”, parafraseando a su ahora aliado Mauricio Macri.
En su apoyo salió Guillermo Francos, que posiblemente se convertiría en ministro del Interior en el caso de que Milei alcanzara la Presidencia de la Nación. El exconcejal del Partido Federal y exdirectivo de Aeropuertos 2000, adonde conoció al actual candidato de La Libertad Avanza, no se limitó a defender a Milei con esa prolijidad de antiguo funcionario atildado, entrenado para decir violentas banalidades sin levantar la voz, sino que amplió su resguardo a su compañera de fórmula, Victoria Villarruel.
“Yo siempre entendí que la posición de Victoria estaba referida a un tratamiento igualitario entre las víctimas de la represión ilegal del Estado durante la dictadura militar a las víctimas de la subversión. Me parece que ella orientó su propuesta a esto, que es una cuestión de absoluta lógica”, lanzó, como si nunca hubieran sido asesinados 30 mil militantes políticos en la Argentina.
Luego, el asesor de Milei aseveró que “hay varios casos de militares que están presos desde hace muchos años sin una condena o sin un juicio. Ése tal vez haya sido el planteo que puede haber hecho Villarruel”, dijo, para agregar luego que éste “es un problema de nuestra justicia, que ha sido incapaz de resolver una cantidad de casos que están pendientes, en un sentido o en otro. No estoy diciendo que sean inocentes ni culpables. Estoy diciendo que les consta que hay muchos casos de gente que está detenida sin proceso ni cuestionamiento concreto. Habiendo pasado tantos años, es increíble que todavía tengamos esta situación”, se lamentó.
Las disquisiciones de los “no enemigos”
En tanto, dos pequeñas historias, protagonizadas por personajes insospechados de ser enemigos de la dictadura militar argentina, que gobernó el país entre el 24 de marzo de 1976 y el 10 de diciembre de 1983, dieron cuenta de algunas cifras y reflexiones que desmienten a Milei y Villarruel.
En el Juicio a la Juntas rindió testimonio el exdictador, general Alejandro Agustín Lanusse sobre el secuestro y posterior asesinato de su prima Elena Holmberg, que había sido funcionaria de la embajada argentina en París. En los últimos días de 1978, su cuerpo fue hallado -como los de tantos otros- en el Río Luján. A causa de que el jefe de la brigada policial de Tigre no dio parte del hallazgo, su identidad recién fue certificada en enero de 1979. Cuando el comandante del Cuerpo Primero de Ejército, general Carlos Suárez Masón, le recriminó la omisión al policía, éste le respondió: “tiene razón, general. Pero no se olvide que ustedes tiraron más de ocho mil cadáveres al mismo río”. Teléfono para Milei y Villarruel.
Cuando el gran -y a la vez cuestionable- Jorge Luis Borges escribió una crónica sobre la audiencia del mismo juicio, que tuvo ocasión de presenciar en una oportunidad, coligió que “es de curiosa observación que los militares, que abolieron el código civil y prefirieron el secuestro, la tortura y la ejecución clandestina al ejercicio público de la ley, quieran acogerse ahora a los beneficios de esa antigualla y busquen buenos defensores. No menos admirable es que haya abogados que, desinteresadamente sin duda, se dediquen a resguardar de todo peligro a sus negadores de ayer”.
La ironía es, en ocasiones, más letal que un FAL.
Walsh
El 25 de marzo de 1977, una patota de la Marina secuestró al escritor, periodista y militante de Montoneros, Rodolfo Walsh.
El intelectual estaba repartiendo su Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar entre periodistas, agencias de noticias y medios de comunicación, cuando una patota de la ESMA lo sorprendió en la esquina de Entre Ríos y San Juan. Walsh, además de varios ejemplares de su texto, cargaba una Walther calibre 22, que desenfundó ante sus enemigos, que estaban armados con fusiles y pistolas calibre 9mm y 11,25.
Walsh sabía que no tenía salvación. También sabía que los marinos querían sacarle toda la información que almacenaba. Eso significaba que iba a ser torturado sin límites, que iba a sufrir palizas, descargas eléctricas, submarino seco y todo tipo de vejaciones, que sólo culminarían con su asesinato y desaparición. La 22 no lo iba a salvar. La empuñó más para morir bien que para no morir. Un gesto de dignidad. La misma que lo acompañó toda su vida.
La descarga que lo abatió no terminó con su historia, ni con el sólido contenido de su carta. “El primer aniversario de esta Junta Militar ha motivado un balance de la acción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades”, escribió el periodista (y leyeron sus asesinos).
Luego, Walsh les espetó a los miembros de la Junta Militar que “Ilegítimo en su origen, el gobierno que ustedes ejercen pudo legitimarse en los hechos recuperando el programa en que coincidieron en las elecciones de 1973 el ochenta por ciento de los argentinos y que sigue en pie como expresión objetiva de la voluntad del pueblo, único significado posible de ese ‘ser nacional’ que ustedes invocan tan a menudo”.
El escritor nacido en Choele-Choel les reprochó a los dictadores que “Invirtiendo ese camino han restaurado ustedes la corriente de ideas e intereses de minorías derrotadas que traban el desarrollo de las fuerzas productivas, explotan al pueblo y disgregan la Nación. Una política semejante sólo puede imponerse transitoriamente prohibiendo los partidos, interviniendo los sindicatos, amordazando la prensa e implantando el terror más profundo que ha conocido la sociedad argentina”.
Luego, Walsh llegaba al tema que divide las aguas en estos días. “Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror. Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales guarniciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún juez, abogado, periodista, observador internacional”.
Después, el rionegrino describe la manera en la que operaban las patotas de la dictadura, una de las cuales lo asesinó a él mismo. “El secreto militar de los procedimientos, invocado como necesidad de la investigación, convierte a la mayoría de las detenciones en secuestros que permiten la tortura sin límite y el fusilamiento sin juicio. Más de siete mil recursos de hábeas corpus han sido contestados negativamente este último año. En otros miles de casos de desaparición el recurso ni siquiera se ha presentado porque se conoce de antemano su inutilidad o porque no se encuentra abogado que ose presentarlo después que los cincuenta o sesenta que lo hacían fueron a su turno secuestrados”.
Anticipando lúcidamente el futuro, Walsh describía hace 46 años la realidad de nuestros días en las barriadas del conurbano bonaerense. “Como si esas fueran metas deseadas y buscadas, han reducido ustedes el presupuesto de la salud pública a menos de un tercio de los gastos militares, suprimiendo hasta los hospitales gratuitos mientras centenares de médicos, profesionales y técnicos se suman al éxodo provocado por el terror, los bajos sueldos o la ‘racionalización’. Basta andar unas horas por el Gran Buenos Aires para comprobar la rapidez con que semejante política la convirtió en una villa miseria de diez millones de habitantes”.
Sin concesiones, el gran escritor describía luego una realidad casi de ciencia ficción, pero no por ellos menos cierta. “Ciudades a media luz, barrios enteros sin agua porque las industrias monopólicas saquean las napas subterráneas, millares de cuadras convertidas en un solo bache porque ustedes sólo pavimentan los barrios militares y adornan la Plaza de Mayo, el río más grande del mundo contaminado en todas sus playas porque los socios del ministro Martínez de Hoz arrojan en él sus residuos industriales, y la única medida de gobierno que ustedes han tomado es prohibir a la gente que se bañe”.
El colmo llega en los párrafos siguientes. En una descripción escrita ayer mismo, Walsh se condolía por el destino de sus compatriotas y el de él mismo. “Dictada por el Fondo Monetario Internacional según una receta que se aplica indistintamente al Zaire o a Chile, a Uruguay o a Indonesia, la política económica de esa Junta sólo reconoce como beneficiarios a la vieja oligarquía ganadera, la nueva oligarquía especuladora y un grupo selecto de monopolios internacionales encabezados por la ITT, la Esso, las automotrices, la U.S.Steel, la Siemens, al que están ligados personalmente el ministro Martínez de Hoz y todos los miembros de su gabinete”.
Finalmente, el autor de Operación Masacre radiografiaba a la Argentina colonial. “Un aumento del 722 % en los precios de la producción animal en 1976 define la magnitud de la restauración oligárquica emprendida por Martínez de Hoz en consonancia con el credo de la Sociedad Rural expuesto por su presidente Celedonio Pereda: ‘Llena de asombro que ciertos grupos pequeños pero activos sigan insistiendo en que los alimentos deben ser baratos’”. De aquel Celedonio Pereda a este Alfredo De Ángelis hay apenas una décima, pareciera.
La Argentina que plantean algunos se parece demasiado a la de 1976. Es que el tiempo no es veloz, como cantaba David Lebón, a veces se detiene o vuelve a ser igual al pasado. La catástrofe es que el ajuste salvaje es posible sólo con represión.
Los Pueblos nunca entregan su futuro ni su bienestar sin resistencia. Rodolfo Walsh fue un emergente de las luchas de los ’60 y los ’70, en las que cada centímetro ganado costaba sangre, sudor y lágrimas.
Si hoy existe la posibilidad de que se repita aquella represión es porque aquel ajuste está siendo planificado en estos mismos días.