Movimientos sísmicos en la alianza oficialista

Movimientos sísmicos en la alianza oficialista

Arde la interna en Cambiemos.


El embate de Elisa Carrió contra el ministro de Justicia, Germán Garavano, socava el poder de Mauricio Macri, quien, además, debe lidiar con el descontento de María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta hacia Marcos Peña, al que responsabilizan de los errores políticos del Gobierno.

Durante un poco más de cuatro años, en el período que transcurrió desde la convención de Gualeguaychú hasta que la crisis política y económica le explotó en las manos, Mauricio Macri creía, y no tenía problemas en decirlo en voz alta, que Cambiemos era un espacio político diseñado exclusivamente para su provecho personal; había sido creado para llevarlo a la Casa Rosada y, una vez allí, seguiría orbitando a su alrededor, respondiendo a sus comandos como una empresa obedece las órdenes de un CEO. La realidad, una vez más, se encargó de enrostrarle al Presidente sus errores. “Socios” nunca significa “subordinados”, es la lección que aprendió en estos días, después de toda una vida acostumbrado a que nadie le lleve la contra.

Acaso todavía está a tiempo de poner orden a la tropa propia y llevar a buen puerto su gobierno, con el objetivo de ser el primer presidente no peronista electo por voluntad popular que concluya su mandato desde Alvear, hace noventa años. Las amenazas que se interponen entre él y ese objetivo ya no son solamente externas: ni el peronismo, ni los sindicatos, ni la meteorología financiera internacional son responsables de la fuerza centrífuga que aleja a sus aliados y lo deja cada vez más solo. La pregunta es si podrá revertir esa tendencia cuando la economía atraviesa el desierto, la calle se vuelve hostil y los Tribunales comienzan a dibujarse en el horizonte. Mientras tanto, otros hacen planes.

Si alguien pensaba todavía que Elisa Carrió estaba jugando un buzón, esta semana se disiparon todas las dudas. El pedido formal de juicio político al ministro de Justicia, Germán Garavano, no va a prosperar formalmente pero funcionó como una bomba de profundidad apuntada a los cimientos de Cambiemos. Más allá de los eufemismos que se usen en público, el vínculo entre Carrió y Macri está desintegrado. En la Casa Rosada no saben cómo lidiar con su potencia destructiva; cada nueva declaración de la diputada socava un poco más el poder de Macri. Cuesta creer que ella no sepa perfectamente lo que está haciendo. “Si ya saben cómo me pongo, ¿para qué me invitan?”, podría decir, con toda razón.

Las condiciones que puso para un armisticio no son aceptables por el mandatario. No solamente porque resignar un ministro sería el equivalente a prestarle a Lilita la banda celeste y blanca y el bastón diseñado por el orfebre Pallarols. Garavano es mucho más que un miembro del gabinete: es el garante de que no ceda el dique judicial que protege a la familia Macri y a sus allegados más cercanos en las investigaciones sobre casos de corrupción. La estrategia, en el corto plazo, es de contención: el eventual regreso a la función pública de Mario Quintana, uno de los preferidos de la diputada, circula como un rumor en la zona de Plaza de Mayo estos días. Sería una prenda de paz que compre tranquilidad por unos meses, hasta que pase el ominoso diciembre.

Seis meses, en rigor de verdad, es el plazo explícito que le puso Carrió a su socio. Vencen en marzo, cuando esté definiéndose la grilla de candidatos presidenciales. “El mejor es Macri”, dijo la diputada, entornando la puerta para una reconciliación que hoy parece lejana. Mientras tanto, dibuja la estrategia con la que aprovecharía la ruptura como lanzamiento de su propia campaña. Eso sucederá si la crisis económica se agrava y, principalmente, si las investigaciones por corrupción contra la familia presidencial pegan sobre la línea de flotación del Gobierno. El impulso que ella misma les da a esas investigaciones es más elocuente sobre su voluntad política que los carteles de “Carrió 2019” que aparecieron el fin de semana pasado en los paredones de la autopista Riccheri y la General Paz.

¿Sueñan los radicales con ovejas presidenciables? En este contexto, hasta los boinablancas se animan a anhelar el premio mayor. Ya no se trata solamente de la patrulla progresista que encabeza Ricardo Alfonsín y que trama desde hace diez meses un armado diferente a Cambiemos, con eje en la centroizquierda. Los gobernadores que hace unos meses se disputaban un lugar en el asiento de acompañante de la fórmula que encabezaría Macri hoy se imaginan protagonistas. Otros dirigentes se entusiasman con encuestas que muestran a Martín Lousteau bien posicionado para iniciar una campaña presidencial. En 2015, la candidatura de Cambiemos se dirimió en las PASO; la UCR podría volver a pedir que se use el mismo mecanismo el año que viene, algo que no estaba en los planes de la Casa Rosada.

Los movimientos sísmicos al interior de la alianza oficialista tienen, sin embargo, su epicentro en el círculo más íntimo de Macri. El conflicto subterráneo entre el Presidente y sus adláteres María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta salió a la superficie el domingo pasado cuando los dos diarios más importantes se hicieron eco de los mismos trascendidos sobre el descontento de la gobernadora bonaerense con su padrino político. Los resquemores tienen nombre y apellido: Marcos Peña, al que responsabilizan de la mala praxis del Gobierno, del costo de mantener un gabinete desgastado y, sobre todo, de la decisión de hacer caer sobre las espaldas de la Provincia y la Ciudad de Buenos Aires el grueso del ajuste.

La decisión de blanquear el conflicto la tomaron Vidal y Rodríguez Larreta juntos, luego de comprobar que el rumbo que tomó el país no solamente ponía en riesgo la reelección del Presidente sino el futuro político de todos los que lo acompañan, ellos dos entre los primeros de la lista. Antes, habían establecido lazos con un amplio espectro del mapa político: desde el presidente del PJ bonaerense, Gustavo Menéndez, hasta el líder del Frente Renovador, Sergio Massa, pasando por el conductor de televisión y empresario Marcelo Tinelli. Están tratando de trazar el plan B que no ven en la Casa Rosada. Aunque nunca competirían directamente con Macri, se preparan por si decide no ser candidato.

Las encuestas sobre posibles escenarios de balotaje entre el mandatario y CFK no se ponen de acuerdo, lo que habla de un resultado, a un año de esa eventualidad, lógicamente incierto. Si los sondeos, con la llegada del verano y la profundización de la recesión, llegaran a favorecer a la senadora de forma consistente, la presión para que Macri dé un paso al costado y deje su lugar a un postulante más competitivo se volverá insoportable. En la política argentina hay una sola cosa que no puede hacerse jamás: ceder poder sin ofrecer resistencia. El Presidente le cedió la economía al FMI, la política a su equipo de marketing, el futuro a sus aliados y la calle a la oposición. Lo que tiene por delante es un año a la intemperie.

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