Nicolás Dujovne, el hombre menos pensado, emergió de la crisis cambiaria como el primer ministro de Economía del gobierno de Mauricio Macri. Primer ministro porque hasta ahora ni él ni su antecesor directo, Alfonso Prat-Gay, ni ninguno de los múltiples funcionarios que ocuparon cargos sucedáneos durante estos primeros dos años y medio de administración Cambiemos, desde Mario Quintana hasta Luis Caputo, habían podido concentrar el poder que históricamente correspondió a los responsables de Hacienda en este país y que desde ahora quedó en sus manos.
Acuciado por la realidad, Macri tuvo que ceder a algo que había querido evitar desde el día uno: la necesidad de dejar su futuro político en manos de uno de sus funcionarios.
Pero también Dujovne es primer ministro porque su nuevo rol de coordinador de medio gabinete y su triunfo en una interna cruenta, librada a varios frentes durante las últimas semanas, también significó una derrota (la primera) para el hombre que hasta ahora ejecutaba todas y cada una de las voluntades presidenciales: Marcos Peña.
A esta altura nadie puede prever cuál será el resultado de la nueva gestión, pero en la Casa Rosada aseguran que, pase lo que pase, las cosas ya no son como estábamos acostumbrados a que fueran. Este fue un cambio de planes en el gobierno de un presidente poco afecto a cambiar sus planes.
Economista de formación académica, Dujovne siempre fue una rara avis en un gabinete de empresarios. Su llegada al Ministerio de Hacienda a fines de 2016 tomó por sorpresa al establishment, que apostaba por una salida más ortodoxa tras la experiencia Prat-Gay.
Desde el primer día, Dujovne tuvo que lidiar con el hecho de que la política económica no se dictaba desde su despacho, sino en el primer piso de la Casa Rosada, pero, aún en disidencia en la toma de muchas decisiones, jugó su rol sin levantar el perfil, tal como le gusta al Presidente.
Ante la complicación en el frente externo, el ahora superministro fue de los primeros que propuso una negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI) como reaseguro de la estabilidad financiera. Su relación con la directora y otros funcionaros de ese organismo le garantizó un lugar privilegiado en la mesa de negociaciones. El éxito de sus gestiones, a su vez, lo catapultó a un rol que nunca había imaginado para sí, ser el primus inter pares ministerial, el hombre fuerte de la nueva etapa del Gobierno, aunque esto implique también ser fusible primordial, para el caso de que las cosas no salgan como él y Macri las tienen planeadas.
El ascenso de “Nico” en el esquema de poder macrista no fue una decisión aislada ni extemporánea, sino la respuesta que encontró el Presidente al punto muerto al que lo había llevado el modelo de toma de decisiones que funcionó hasta ahora, con varias terminales que muchas veces se contradecían o que disputaban sus propios intereses a plena luz del día. Eso quedó en evidencia durante la corrida, cuando el equipo Peña-Quintana-Lopetegui, que hasta entonces concentraba el poder de toma de decisiones en materia económica, dedicó mayores esfuerzo a lograr ventajas en la interna que a resolver los acuciantes problemas financieros.
El retroceso de ese tridente quedó confirmado esta semana con el desplazamiento de Vladimir Werning, el ex JP Morgan que ejercía en los papeles como subsecretario de Coordinación Económica de la jefatura de Gabinete y en los hechos marcaba la línea política del manejo de las finanzas, al menos desde diciembre del año pasado. Mentor del cambio en el alza en las metas de inflación que hoy muchos identifican como la semilla de la crisis, hasta hace pocos días este economista desconocido era promovido por Peña y Quintana, sus jefes políticos, como reemplazante de Dujovne en Hacienda. Lo primero que hizo “Nico” al asumir su nuevo rol de ministro coordinador fue pedir su cabeza, que le fue entregada con rauda diligencia.
El menos anunciado, pero no por ello menos importante, “empoderamiento” de Rogelio Frigerio como coordinador político corre en el mismo sentido que el ascenso de Dujovne y también socava el poder de la Jefatura de Gabinete, que corre el riesgo de convertirse en, apenas, una costosa secretaría de comunicación con sus capacidades atrofiadas.
Durante la última tanda de recortes en los ministerios, la estructura que comanda Peña fue la única que no redujo su personal. Hoy existe inquietud en esas oficinas; el futuro es incierto. Si se confirman los planes oficiales, que hasta ahora circulan sólo como rumores, Macri elevará también a Carolina Stanley a un rol de coordinadora del gasto social, con influencia sobre la Anses, terminando de completar la metamorfosis de un gabinete que aunque contara con los mismos nombres, sería muy distinto.
A no ser que se confirmen los rumores que corren profusamente por los mentideros políticos de que habrá cambios.