Ningún desastre es natural, su negación tampoco

Ningún desastre es natural, su negación tampoco

Por Carlos A. Villalba

El Cuerpo de Ingenieros no es lo que parece. El codiciado complejo agroportuario. Granos y narcotráfico. El Canal Magdalena es Soberanía. ¿La Patria no se vende?


“Por más que se pretendan negar, esconder, disimular o relativizar, los signos del cambio climático están ahí, cada vez más patentes. Nadie puede ignorar que en los últimos años hemos sido testigos de fenómenos extremos, períodos frecuentes de calor inusual, sequía y otros quejidos de la tierra que son sólo algunas expresiones palpables de una enfermedad silenciosa que nos afecta a todos.

“No es posible ocultar la coincidencia de estos fenómenos climáticos globales con el crecimiento acelerado de la emisión de gases de efecto invernadero, sobre todo desde mediados del siglo XX. Una abrumadora mayoría de científicos especializados en clima sostienen esta correlación y sólo un ínfimo porcentaje de ellos intenta negar esta evidencia. Lamentablemente la crisis climática no es precisamente un asunto que interese a los grandes poderes económicos, preocupados por el mayor rédito posible con el menor costo y en el tiempo más corto que se pueda.

Papa Francisco, exhortación apostólica – Laudate Deum.
Ciudad del Vaticano, 4 de octubre de 2023

Los fuegos arrasan miles de hectáreas, en la Pomerania Occidental alemana… o en la provincia argentina de Corrientes, depende de la época del año. Las imágenes muestran la desesperación de familias que huyen, animales que mueren, especies que desaparecen, casas, edificios y puentes destruidos. Impactan las caras desoladas de miles de personas en campamentos de desplazados por ríos que se desbordan y arrasan barrios enteros, por corrimientos de laderas de cerros en cuyas bases se construyeron casas, en Centroamérica, en Africa y el sudeste asiático… o en la Jujuy sudamericana. Miles de viviendas son devastadas en ciudades del Caribe azotadas por huracanes y sorprende el impacto de inundaciones de ciencia ficción en la Nueva York del primer mundo o en barrios de la pobreza ribereña de la cuenca del Paraná.

En apenas doce meses pueden producirse inundaciones y sequías, olas de calor e incendios forestales en lugares del mundo situados a miles de kilómetros, cambios en la productividad agrícola e, incluso, la disminución de la cantidad del agua registrada desde hace tiempo en diversas regiones, a lo que se suma el deterioro de su calidad.

Cada uno de esos fenómenos y escenarios que se expresan en la naturaleza y la sociedad en realidad están determinados por aumentos de temperatura provocados por los formatos productivos adoptados por la actividad liderada por las corporaciones económicas globales. En síntesis, por el capitalismo, hoy instalado en su etapa financiarizada, la más destructiva de su historia.

La “Revolución Industrial”, iniciada a finales del siglo XVIII en Inglaterra, batió el coctel que combinó el capital con los combustibles fósiles y terminó por conquistar el mundo. En menos de dos siglos, el “productivismo” capitalista cambió las lógicas de equilibrio de la Tierra, inició el proceso de cambio climático y llevó a la actual catástrofe ecológica global que vive la humanidad.

La brutalidad del impacto, la rapidez del cambio y el daño causado, lleva a compararlo con el provocado por el meteorito que se precipitó sobre la península mexicana de Yucatán hace unos 60 millones de años y extinguió el 80% de la vida del planeta, incluido los dinosaurios. La diferencia radica en que esta extinción se produce por la acción de la actividad consciente de la producción capitalista. “En el caso del clima, no somos los dinosaurios. Somos el meteorito”, dramatizó hace pocas semanas el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, António Guterres.

El negocio de la destrucción

Ríos desviados para “mejorar el riego” de determinados cultivos, desertificaciones provocadas por la tala indiscriminada, casas ubicadas en tierras “baratas” de laderas inestables o bajo laderas movedizas, ciudades diseñadas en superficies amenazadas por las crecidas, cableados de todo tipo estirados sobre postes a cielo abierto, junto al hambre que genera la desigualdad económica, constituyen la escenografía de multitudes que se desplazan del campo a la ciudad, de sus tierras ancestrales a las falsas promesas, de la pobreza a la miseria…

“Desastre” es la palabra que se usa para definir cada capítulo del espanto, porque desastrosas son las consecuencias de esos eventos. A la hora de explicarlos, la ignorancia, el facilismo y, a veces, hasta el negacionismo, le agregan el adjetivo “natural”. Un concepto que oculta la responsabilidad de las decisiones del mercado de las grandes corporaciones, de las teorías extractivistas, de las mega productoras alimenticias y de las autoridades gubernamentales. En realidad, el circuito que desemboca en esas consecuencias catastróficas es el producto de decisiones económicas, empresariales, gubernamentales y arquitectónicas que generan o potencian el calentamiento global intrínseco a los formatos de producción del sistema global.

Por eso NINGÚN DESASTRE ES NATURAL. Y por lo mismo, es imprescindible explicarlo, determinar responsabilidades, definir, exigir y construir herramientas que permitan la reducción de las posibilidades de que la catástrofe avance aún más. Es el momento de trabar, transformar los procesos de daño, prohibir las prácticas que se convierten en causas de esos desastres y, sobre todo, de exigir a las autoridades de cada país la detención de los procesos productivos y extractivos que buscan beneficios de manera implacable y a los organismos multilaterales la ejecución y control de normativas y compromisos vinculantes, antes de que el agotamiento de los bienes comunes convierta a la humanidad en un grupo de sobrevivientes harapientos, alrededor de grupos privilegiados, protegidos por tecnologías de vida corta, fantaseadas hasta en una estratósfera colonizada.

Vida o negacionismo

En paralelo con su reciente clase magistral sobre “Los desafíos del derecho penal frente a la crueldad”, el ex juez de la Corte Suprema de Justicia, Raúl Zaffaroni (1), afirmó que “el actual capitalismo sin control político llevó a la financiarización de la economía, lo que endeuda a pasos agigantados a los países del sur, que para pagar deben explotar sus recursos con creciente degradación del medio ambiente”. Con pesimismo se preguntó si “¿Podrá moderarse el capitalismo y volver a ser limitado por la política? ¿Será el capitalismo incompatible con la supervivencia humana en el planeta?”.

En consonancia con esa visión, en junio pasado, y con motivo del Día Mundial del Medio Ambiente, Guterres denunció que “el 1% más rico emite tanto como dos tercios de la humanidad”, y constituye “una parodia de justicia climática que los menos responsables de la crisis sean los más afectados: los más pobres, los países más vulnerables, los pueblos indígenas las mujeres y las niñas”.

La vida en la Tierra fue arrastrada al borde del abismo y en ese mismo punto se encuentra hoy. Sin embargo, las corporaciones responsables de la situación no frenan sus acciones destructivas, a la vez que cuentan con la cobertura “negacionista” de algunos líderes globales, como Donald Trump, de una figura ya derrotada electoralmente como el brasileño Jair Bolsonaro, o con la expresión sudamericana del experimento ultraliberal antiestatista de Javier Milei. El 17 de enero de 2024, el presidente argentino afirmó ante el Foro Económico Mundial de Davos, Suiza, que el cambio climático es una de las “mentiras del socialismo”, dio a entender que los científicos más importantes del mundo, integrantes de los equipos de Naciones Unidas y de universidades de prestigio irrefutable manipulan las proyecciones sobre los daños que causa y sus indicadores, con la intención de atemorizar a la población. Fue la continuidad de su opinión acerca de ese “invento de los zurdos” destinado a recaudar impuestos y financiar agendas socialistas.

Los termómetros, si a alguien les disgustan los equipos de investigación que hasta fueron reconocidos con el Premio Nobel, desde hace más de un año, cada 30 días marcan que el mes en curso es el más caluroso de la historia, próximo a superar el aumento global de 1,5 °C de temperatura, que conduciría a la desaparición de determinados estados insulares y de cantidad de comunidades costeras.

Existen nueve “parámetros de la sostenibilidad” de la humanidad en la Tierra, de los cuales seis de ellos ya fueron superados por la acción del actual proceso productivo, con posibilidades de no retorno: concentración de gases de efecto invernadero, disminución de la biodiversidad, contaminación atmosférica, envenenamiento por nuevas entidades químicas, degradación del suelo y exceso de nitratos y fosfatos en las aguas. Otros dos, la escasez de agua dulce y la acidificación de los océanos, están cercanos a superar los límites relativos. Sólo se produjeron mejorías en el estado de la capa de ozono estratosférico, en función de determinadas medidas adoptadas por los estados, más allá de las posturas de sus gobiernos.

Por encima de la ignorancia, que ningún administrador gubernamental podría argumentar, la evidencia empírica que mes a mes estalla hasta en los medios que controlan las propias corporaciones económicas, la negación de este proceso y las visiones conspirativas sobre la problemática, aceptada hasta por el propio ya Davos mencionado, constituyen una elusión de las causas del problema, que no son meras “desviaciones” de un proceso, sino su propia estructura, que conduce directamente al desastre.

En síntesis, por el camino actual, la humanidad carece de futuro y los pueblos, de posibilidades. El Papa Francisco, asumió una autocrítica con la situación al reconocer que su generación “ha dejado muchas riquezas”, pero no ha “sabido custodiar el planeta y no estamos custodiando la paz” y afirmar que “estamos llamados a convertirnos en artesanos y constructores de la casa común, la Tierra”, que se está “dirigiendo a la ruina”.

Más claro, decir “amén”.

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