La confirmación por parte de cuatro provincias grandes de que no adherirían al esparcimiento que había anunciado el Presidente en su discurso de la continuación del aislamiento obligatorio, generó una inmediata interpretación mediática de ruptura de códigos y de entendimiento entre Alberto Fernández y los cuatro gobernadores más importantes del país, incluyendo entre ellos el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, el único de éstos que pertenece al espacio opositor.
El anuncio, vale recordar, empoderaba a las provincias para que determinaran sus aperturas de la cuarentena, en tanto y en cuanto fueran las ciudades beneficiadas de menos de medio millón de habitantes, que se puso esa noche como límite nacional. En base a esa realidad, no sólo el gobierno nacional entendía, sino que los mismos gobernadores también solicitaron y apoyaban, que ése fuera el límite.
Éstos lo hacían en la certeza que los grandes centros urbanos son complejos a la hora de hacer cumplir las obligaciones, tanto de andar como de desandar esquemas de comportamiento social, así como la cantidad de habitantes también resulta una condicionante difícil a la hora de manejar las malas noticias.
La teoría de la conspiración apuntaba a que Alberto interpretaba las necesidades de la población argentina de una manera correcta y proponía una solución parcial -pero la primera, al fin- a este encierro que tanto altera a la gente desde el punto de vista emocional y económico, mientras que los gobernadores se tendrían que hacer cargo de quitarle los chupetines de la boca a los chicos y no dejarles transitar -por vaya a saber uno cuanto tiempo-, los dichosos 500 metros junto a un mayor que los podría acompañar.
Los titulares y comentarios de algunos analistas desde el primer momento destacaron “esa importante” diferencia y marcaron luego al día siguiente con la chapa puesta el supuesto quiebre que se avecinaba en la relación del Presidente y los cuatro gobernadores en la salida de esta pandemia.
Nada más alejado de la realidad en la lectura de este cronista y vale recordar que, incluso si se especulara con una visión político electoral de la medida, difícilmente Fernández, al fin y al cabo, nítidamente el único líder que tiene el país en su combate contra el virus, dejaría descontento a buena parte de su electorado, incluida la estratégica Provincia de Buenos Aires, más allá de quien disponga finalmente la medida.
Sí es posible que los gobernadores se hayan enterado de la medida más tarde de lo que hubieran querido, algo que no le consta a este medio. En ese caso, claramente la intención de Fernández fue la de marcar hacia un futuro para el país, un pequeño camino de salida de la cuarentena, más que poner contra las cuerdas a determinados dirigentes.
Todos los gobernantes en la teleconferencia previa, incluyendo a los que les va más o menos bien y a los que menos fortuna tuvieron hasta el momento, fueron conscientes que el esfuerzo hecho hasta ahora no podía ser desperdiciado por alguna aventura irresponsable reclamada con la legitimidad del que está casi arrestado en su casa las 24 horas, todos los días.
La teoría de la conspiración apuntaba a que Alberto interpretaba las necesidades de la población argentina de una manera correcta y proponía una solución parcial -pero la primera, al fin- a este encierro que tanto altera a la gente desde el punto de vista emocional y económico, mientras que los gobernadores se tendrían que hacer cargo de quitarle los chupetines de la boca a los chicos y no dejarles transitar -por vaya a saber uno cuanto tiempo-, los dichosos 500 metros junto a un mayor que los podría acompañar.
Los datos están para usarlos y es sabido que estamos llegando -con ciertos desacoples, pero casi todos coinciden en que las fechas fluctúan entre el mes de mayo o principios de junio-, al denominado “pico” de la pandemia, en donde el sistema sanitario deberá ser exigido al máximo o al menos ésa es la previsión tomada, para la cual el país se preparó desde hace 40 días por si sucediera el peor de los escenarios planteados desde las coordinadas áreas de Salud de toda la Nación.
Es muy difícil explicar entonces el porqué de las cinco precondiciones que deberían poseer las provincias que quisieran aprovechar ese bonus de la libertad condicionada de los 500 metros con niños, si el Gobierno Nacional quería desprenderse de la responsabilidad. No la hubiera puesto y las provincias hubieran desestimado igual la oferta, ya que nadie quiere el desastre, cualquiera sea el responsable.
Las diferencias es obvio que existen entre los partidos políticos y a veces ellas se notan más dentro de los mismos espacios políticos, pero la responsabilidad demostrada por la representación democrática argentina y los resultados que como dicen quienes nos gobiernan, son los “menos malos” de lo que se esperaba, le sigue dando a Alberto Fernández la capacidad de manejar los tiempos del conjunto, sin que ninguna oveja se salga del rebaño en esta etapa.
Los agoreros de la discordia y de las grietas deberán esperar a alguna próxima jugada fallida para intentar con mayor rigor juntar masa crítica en contra del Presidente.