En cualquier otra circunstancia, los encuestadores, los políticos y los economistas hubieran concordado hace ya tiempo en que la economía argentina está regenteada por un demente. Además, todas las mediciones de las variables arrojan resultados descorazonadores para cualquier Gobierno que estuviera en su lugar. La única explicación de que aún no se hayan encendido todas las alarmas tiene que ver con la fenomenal transferencia de ingresos que ejecutó hasta ahora la administración Milei.
Hace unos pocos años, un conocido empresario explicó que, para invertir en un país, lo primero que evaluaba era el nivel de los salarios locales. El producto que vendía estaba relacionado con servicios de Internet, por lo que sólo podía ser consumido por personas que cobraran un salario, como mínimo, de u$s700. Pues bien, hoy no pondría un peso en el país, ya que los salarios argentinos cayeron 28 puntos desde que Javier Gerardo Milei asumió la Presidencia de la Nación. Y no llegan a los u$s300. Un tercio de los asalariados manifestó poseer ingresos de no más de $300.000, que equivalen a u$s275.
Paralelamente, según el Relevamiento de las Expectativas del Mercado (REM), a fin de año la desocupación llegará al ocho por ciento. Actualmente, el 7,8% de los argentinos se encuentra desempleado.
Las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas
Pero esto es Argentina y en Argentina se consume carne de vaca. Al menos, eso decían nuestros padres y abuelos. También en este ítem de la economía hay malas noticias. Entre enero y septiembre de 2024, los argentinos consumieron 46,8 kilos de carne, en promedio. En el mismo período del año 2023 (enero-septiembre), el promedio fue mucho mayor, de 53,3 kilos por persona. La caída fue brutal: llegó al 12,3%.
En este marco, los aumentos salariales en el sector público alcanzarán en el último semestre una suma equivalente al 13,14%. Si se evalúa que la inflación interanual, es decir, de diciembre de 2023 a diciembre de 2024 sumó un escalofriante 104,70%, se podría concluir en que sigue vigente aquel viejo apotegma que rezaba que “los salarios suben por la escalera, mientras que los precios suben por el ascensor”.
Los números son desastrosos, más allá de las teorías económicas que rigen el pensamiento de los referentes del gobierno, que, dicho sea de paso, abrevan en múltiples escuelas, como el monetarismo, el neoliberalismo y en academias liberales de distintos matices, no demasiado serias.
Tal heterogeneidad propició la aceleración en el crecimiento de los índices de pobreza e indigencia, a los que habría que sumar la desescolarización, la falta de atención en salud y los crecientes problemas de vivienda que aquejan a los sectores más vulnerables de la sociedad. De acuerdo con el último reporte del Instituto Nacional de Estadísticas y Censo, el 52,9% del Pueblo vive por debajo de la línea de pobreza, en tanto que el 18% se encuentra en estado de indigencia.
Canastas básicas insuficientes
La Línea de Indigencia (LI) se toma a partir del valor de la Canasta Básica Alimentaria (CBA), que cubre los alimentos que son necesarios para entregar las necesidades de energía y proteínas útiles para vivir y trabajar. En octubre, una familia debía cobrar $434.620 para no ser indigente.
La Línea de Pobreza, en cambio, mide la capacidad de los hogares de satisfacer sus necesidades alimentarias y no alimentarias esenciales. Así, se confecciona la Canasta Básica Total (CBT), que incluye además de alimentos, los gastos de vestimenta, transporte, educación y salud.
Con el 52,9% en estado de pobreza y el 18% en estado de indigencia, es fácil deducir que el deterioro en los niveles de vida del 71% de los argentinos desmiente de manera absoluta a los fabuladores que diariamente difunden el estado de gracia en el que se transcurre el mandato del titular del Poder Ejecutivo.
Por si esto fuera poco, el 43% de los trabajadores es pobre. Entre los desocupados, el 77,8% también lo es, lo que significa que sólo algo más del 20% de ellos tienen ahorros o allegados y familiares que los ayudan a sostenerse.
Entretanto, los principales exégetas de Milei, como por ejemplo, el New York Times, apoyan, pero con reparos. En un informe que firmaron Daniel Politi, Lucía Cholakian Herrera y Anna Ionova, destacaron “la aplicación de profundos recortes al gasto en salud, asistencia social y educación”, a la vez que concluían en que “la estrategia del gobierno ortodoxo de Milei ha hecho desaparecer a la Argentina en un nuevo capítulo caótico, en el que los índices de pobreza se han disparado y la gente ha salido de la calle para protestar”. Tampoco pasaron por alto que, en su interpretación, hay algunas cosas que “están funcionando. Además de la disminución de la inflación, los ingresos públicos superan el gasto por primera vez en 16 años y los datos preliminares sugieren que la economía, después de contraerse durante tres trimestres consecutivos, se está estabilizando y podría estar en camino de crecer lentamente”.
Ni siquiera ellos están seguros, o mejor dicho, están anticipando el desastre. Al fin y al cabo, trabajan de eso y a veces hasta ayudan a que el caos se desate. A río revuelto, ganancia de pescadores, esos mismos que viven de vaciar las redes de los demás.