¿Somos todos más inteligentes que el pueblo estadounidense?
10 de octubre 2016
Por Fernando Riva Zucchelli
Si alguna vez los analistas políticos de Occidente, de América Latina y los propios políticos y sus apéndices del poder se dedicaran a opinar con tanta maledicencia sobre el candidato equis de un país equis, seguramente habría una persecución mediática inquisidora acerca de la interferencia en asuntos de otros países por parte de los conjurados, que perjudicarían al señor o a la señora XX. Más allá de quién finalmente gane la elección , sólo hay que llegar al final, esperar el veredicto popular y no adelantarlo. Así de simple.
Obviamente que XX es el señor Donald Trump, a quien ya dieron por muerto en su carrera política todos los referentes republicanos del Tea Party, luego todo el resto de la larga fila de precandidatos derrotados del mismo Partido y del que también se avergonzaron “grandes pensadores del progresismo” -y le escatimarán su voto, como corresponde- como George Bush padre e hijo, separados sólo por una H y el senador por Arizona, John Mc Cain. No faltaron tampoco personajes y actores brillantes, profesionales como Robert De Niro, entre otros Fito Paéz del Primer Mundo.
Si la Corporación de la Política Americana -trascendiendo los partidos, como hemos visto-, así como los grandes grupos contribuyentes de las campañas que –en una proporción de 7 dólares a 1- han puesto todas sus fichas en la señora Hillary Clinton, sin apostar como siempre hicieron a un Plan B, todo esto se vuelve un tanto más sospechoso, porque el poder político, judicial, mediático y empresario entienden que algunos beneficios pueden acabar con este excéntrico millonario, que hasta aquí ha llegado prescindiendo de casi todos ellos. Ese es el temor y tienen razón. Pueden perder influencia y eso es mortal.
Estados Unidos es hoy un país cuya impronta y acción está diseñada por la Agencia Central de Inteligencia (CIA), que ha capturado a partir del gobierno de Bush padre buena parte de las decisiones estratégicas que debe tomar el gobierno de la primera potencia del mundo. Como ésta sigue negando la aparición de un mundo multipolar –que ya existe a pesar suyo-, ha generado nuevos enemigos como Rusia, China, Irán o cualquier otro que se cruce en el objetivo, que sirven para justificar el gasto de más de 100.000 millones de dólares por año que exige el mantenimiento de las casi 700 bases militares que tiene Estados Unidos fuera de sus fronteras. Esto está enmarcado en el gasto de los 600.000 millones de dólares que suman los gastos militares totales que necesita el gobierno para atender las erráticas instrucciones que recibe de la CIA en base a los beneficios y prestigio que por ellos logra.
Los últimos gobiernos americanos actúan a menudo desde la ilegalidad internacional -que lamentablemente legitima la ONU- para armar facciones armadas en todo el mundo, que después generan, por ejemplo, un 11-S o tantos miles de muertos anónimos en el planeta, también manejan la OTAN a su modo, sin aportes significativos de sus socios europeos, voltean gobiernos -con soft power- como en Ucrania o Brasil, lo intentan en Turquía o directamente hacen desaparecer Estados como Libia. De todos modos, parece que nadie se anima a cuestionar estas políticas en el gran país del Norte y mucho menos sus empleados, las segundas líneas de esta parte del mundo, tan mediocre como meridional.
Pero las consecuencias de esas políticas para los habitantes de dicho país, para su clase media empobrecida -enorme y pujante, pero en caída libre y sin horizontes de cambio- en los últimos veinticinco años han hecho de un candidato antisistema un potencial Presidente de los Estados Unidos. El “yanqui “de las profundidades, que vive mucho mejor que nuestro argentino profundo, quiere seguir haciéndolo como antes, sin que nadie le meta la mano en el bolsillo por objetivos mezquinos, ajenos, caros y muy lejanos de su casa. Tan lejanos y tan ajenos son, que es fácil para Trump demostrar que los errores en el extranjero no han traído ningún beneficio y sí muchos dolores de cabeza en el plano internacional y económicos en el plano doméstico.
Se puede coincidir en que Trump a veces no salta la vara en cuestiones intelectuales. Tampoco se lleva bien con el sexismo y la xenofobia y también se le cuestiona su modo chabacano de andar por la política con ese power de millonario que todo lo puede. Ese costo lo paga centralmente con las mujeres, la mitad del electorado en aquel país. Ese hombre, que quizás no podría ni largar en una carrera de estadistas, podría ser el próximo presidente de la primera potencia del planeta sin que nadie sepa a ciencia cierta qué hará.
Más allá de sus oponentes femeninas, las preferencias masculinas en Estados Unidos no parecen variar por esas cosas y a veces no se entiende el clamor de esta gente que demuestra que no es el culpable de las decisiones que toma la elite dirigente. Cuando son malas para ellos, dan batalla, ganarán o no, pero alzan la voz contra el sistema corrupto, incapaz y peligroso para el mundo que encarna la candidatura de Clinton. Lo mejor es hablar poco de misiles, de lo ruin de la política exterior actual y mucho del Muro de Trump, para que se siga adelante con el mundo inflamable.
La hipocresía y la estupidez del coro europeo -que paga los costos- y de los latinoamericanos -igual de adoradores de Clinton y denostadores de Trump-, motivan la tristeza que lleva a escribir estas líneas. Me animo a decir, casi con rabia, que los estadounidenses nos están dando una lección de democracia. Los comunicadores que siempre nos pregonaron que debíamos seguir esa línea, la de la voluntad popular, ahora no la sostienen y vuelven a clamar por el voto calificado (el de Chelsea, Georgetown o el ahora coqueto Mid Pack District) en el país que más notables tuvo a la hora de redactar su Constitución, como Thomas Jefferson, entre otros tantos. La próxima agachada de los comunicadores e hinchas irresponsables de Clinton quizás ocurra cuando se discuta el retorno de la esclavitud.
Los paladines de la democracia todo lo pueden, en su doble estándar. En noviembre, el mundo asistirá a un cambio aún incierto si ganara Trump. La única certeza que tenemos es que la próxima guerra mundial se acercará peligrosamente de continuar haciendo más de lo mismo. Eso hoy en el mundo se llama Clinton. Y todos sus aduladores serán los cómplices. Quedan notificados.