Un primer análisis sobre las masivas movilizaciones del 17A en todo el país, con epicentro en el Obelisco porteño, es que significó un golpe temprano para el Gobierno nacional y le dio aire a una oposición que hace menos de ocho meses debió dejar el poder tras una dura derrota electoral. Es, quizá, la mirada más previsible. Pero cuando se indaga un poco adentro de cada espacio, el balance resulta un poco más sofisticado y los ganadores y perdedores se entremezclan.
Uno de los datos políticos que ratificó la marcha es la vigencia de la grieta. Este fenómeno de polarización, que luego de las elecciones y sobre todo a partir de la llegada del coronavirus se había aplacado, sigue demasiado latente. El duelo verbal previo a la protesta y la noticia de que algunos dirigentes opositores se sumarían con nombre propio, como la líder del PRO, Patricia Bullrich, aportaron en ese sentido. También, la suma desordenada de consignas, donde sobresalió el rechazo a la reforma judicial; más los carteles y los dichos de los manifestantes a los medios, que recordaron otras movidas antikirchneristas previas a 2015 e incluso se asemejaron a algunas de las movilizaciones que impulsó Juntos por el Cambio luego de la derrota de las PASO y que permitieron una remontada para la derrota decorosa de octubre.
El propio Mauricio Macri vio luz y se sumó desde las comodidades suizas, adonde viajó con su familia por su tarea como asesor de la FIFA. Fue ostensible la diferencia con el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, que hace malabarismos para mantenerse como opositor moderado y quien, vale recordarlo, es uno de los responsables de la cuarentena que rechazan sus votantes. No parecieron casuales algunos insultos al jefe de Gobierno en la marcha. En la lógica interna de Juntos por el Cambio, a un grupo de militantes –y dirigentes- no les cae bien su cercanía con el Presidente. Tampoco llamó la atención, en ese contexto, que en la primera reunión por zoom luego de la marcha, Larreta apenas apareciera.
Si bien hay coincidencia unánime en la principal alianza opositora para rechazar la reforma judicial y otros proyectos K de avance sobre la Justicia, los modos y la centralidad de ciertos actores –básicamente Macri- generan diferencias y rispideces. En este terreno sinuoso irá construyendo Juntos por el Cambio su fisonomía para el 2021. La duda central también puede resumirse en un interrogante: ¿será candidato el ex presidente?
Uno de los datos políticos que ratificó la marcha es la vigencia de la grieta. Este fenómeno de polarización, que luego de las elecciones y sobre todo a partir de la llegada del coronavirus se había aplacado, sigue demasiado latente. El duelo verbal previo a la protesta y la noticia de que algunos dirigentes opositores se sumarían con nombre propio, como la líder del PRO, Patricia Bullrich, aportaron en ese sentido.
Del lado del oficialismo, la marcha unificó diferencias. Al rechazo obvio del kirchnerismo duro, representado en la figura de Cristina y principal blanco de los manifestantes, se sumaron las críticas del peronismo más moderado y el llamado albertismo, que también se sintió atacado por la movilización. El propio Presidente salió a pedir la unidad y subió la apuesta: dijo que no lo van a doblegar “los que gritan”.
Más allá de aglutinar momentáneamente al Gobierno, la reacción lo pone a Alberto Fernández en un lugar incómodo, o al menos diferente al que plantea desde su discurso. El suele autodefinirse como un hombre de diálogo, que escucha a todos. A la masiva movilización, sin embargo, la resumió como “los que gritan”. Caben más preguntas: ¿le conviene la tensión política al Presidente cuando difícilmente tenga buenos resultados económicos, sociales e incluso sanitarios para mostrar? ¿Hasta dónde permitirá que se fuercen proyectos judiciales que parecen alejados de las preocupaciones de los argentinos, más allá del obvio reclamo de una mejor justicia?