Las diferencias en las altas cúpulas de Cambiemos trajeron desencuentros, en especial entre el jefe de Gabinete, Marcos Peña; la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, y el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta.
Entre ellos se había desatado una suerte de “guerra fría” que intentaban guardar en lo privado, aunque las turbulencias lograban traspasar a la luz de lo público ya que sus diferentes posiciones y opiniones los exponían.
A mediados de julio del pasado año, el eslabón desencadenante fue el achique de la cantidad de ministerios, en principio, al que Peña se rehusaba fervientemente, al igual que a la propuesta de los mandatarios de ir a un gran acuerdo con el PJ en el Congreso y con los gobernadores opositores y rearmar el esquema de decisiones de la Casa Rosada. Sin embargo, Peña no dio el brazo a torcer en este punto.
Es que la mano derecha de Mauricio Macri no solo representa y defiende los intereses de la Casa Rosada con los que a veces Larreta y Vidal se topan, sino que deberá competir con ellos la sucesión de Macri en Balcarce 50.
Si bien Vidal ya aclaró que no tiene intenciones de ser presidenta y Larreta esclareció que irá por su reelección en la Ciudad, serán estos quienes den directivas para consagrar a los y las candidatas que compitan en las elecciones generales de octubre a lo largo y ancho del país.
Además, ambos mandatarios van cosechando apoyos, como el de Nicolás Caputo, el empresario íntimo amigo de Macri, que es un férreo crítico de Peña.
Sin embargo, las elecciones de octubre urgen orden y unidad, por lo que con la bandera blanca en alto dejarán la guerra fría de lado y trabajarán codo a codo para poder apoyar a los mismos candidatos en cada provincia.