La torpeza de la política del Pro es la que se encarga de ponerle los límites al crecimiento de la fuerza de Mauricio Macri. Los crecientes rumores acerca del “agotamiento” de la sigla Pro para las futuras batallas electorales no son un tema de marketing, sino lisa y llanamente se condicen con lo que veníamos anunciando desde aquí el año pasado: el agotamiento de la política y, por ende, del sello, y todo lo que tenga que ver con una incapacidad manifiesta de sostener una candidatura presidencial.
El Pro estaba en una situación de las que se denomina en política como “el mejor de los mundos” a raíz de la movilización impresionante a nivel nacional (principalmente urbana) del #18A, que superó el millón de personas, y de la reforma judicial por la que el Gobierno nacional pagó costos altísimos hasta ahora y los va a seguir pagando tanto en el terreno político como en el judicial con la catarata de amparos que se le viene encima. Aquí se produce un cisma en la oposición entre los que sostienen, a partir de la denuncia de Elisa Carrió, que el presidente de la Corte Suprema, Néstor Lorenzetti, llegó a un acuerdo integral con la Presidenta que terminará con dejar a la corporación judicial en manos de Cristina y los que sostienen –también desde estas líneas– que solo se arribó entre las partes a un acuerdo por el tema del manejo presupuestario perdido y que todas las demás discusiones vendrán a su tiempo.
Como si esto fuera poco en contra del Gobierno nacional, las denuncias de Jorge Lanata en el programa Periodismo para todos le pegaron a este en la línea de flotación. Antes hubo escándalos de importancia como el del caso Schoklender y la Fundación Madres de Plaza de Mayo, que involucra a Hebe de Bonafini en la construcción de viviendas, o como, por ejemplo, la tragedia de Once y sus 52 muertos, de la que nadie en el Gobierno, por ahora, se hace cargo. Pero las frondosas “cajas” superaban a la política y la silenciaban en acuerdo con el Poder Judicial. Solo pagaban –y a medias– funcionarios de segunda línea o no comprometidos en la actualidad con el oficialismo. Nada conseguía llevar hasta Santa Cruz el origen de la corrupción. Ni tampoco hasta los amigos cercanos del matrimonio presidencial. Lanata sí.
Las pantallas estaban calientes con estos temas, la calle no tenía otro motivo de conversación, el silencio de las principales espadas del Gobierno era profundo. Estaban tocados en su alma y su modelo.
Es muy normal hablar de la incapacidad y la poca creatividad de la oposición para transformar los escenarios positivos en ventajas competitivas y certeras. Y esta no podía ser la excepción. Siempre hay un tonto –o un grupo de ellos– que se encarga de arruinar todo.
Con el Centro Cívico en marcha y la venta del Edificio del Plata abrochada, no era tan difícil diseñar la operación y la secuencia correcta de los movimientos. Lo más difícil ya había pasado por la Legislatura en aquel festival de acuerdos de fin de año entre el Pro y los K para hacer dinero con emprendimientos múltiples. Pero la impericia de quienes no provienen de la política y se creen los principales oxigenadores de esta llevó a que las cosas volvieran a fracasar. La dupla Daniel Chain – Guillermo Montenegro demostró una vez más no estar a la altura de las circunstancias. ¿Tan difícil era hacer un nuevo taller protegido, con gas y todas comodidades para los internos, para luego avanzar sobre lo que se quería demoler, una vez que estuvieran todos contentos? Hasta se podía inaugurar con Mauricio y toda la pompa. ¿Cuánto cuesta eso en el número global del Centro Cívico? Nada. Solo pensarlo. ¿Tan difícil era comunicarle al responsable del Hospital Borda lo que se iba a realizar? Poner cientos de policías para iniciar una construcción no parece razonable salvo que algo esté mal pensado.
Sobre la decisión de Chain abundaremos en la nota que continúa a esta columna, pero sobre Guillermo Montenegro cae la espada por enésima vez por la errática conducción de la Policía Metropolitana. Esa policía de proximidad, de prevención ¿donde quedó, Guillermo? Donde hay pacientes, enfermeros, médicos, periodistas y legisladores heridos obviamente hay solo un culpable: quien maneja la Policía. Y es doblemente culpable, además, por la incapacidad de proteger a sus efectivos ante una provocación standard, una de las tantas de todos los días. Es cierto que todos los heridos tienen familia, pero la explicación oficial fue vergonzosa. Y, como siempre, María Eugenia Vidal estuvo más sólida que su jefe Macri, a pesar de la ridícula e increíble argumentación esgrimida por ambos, siempre preparada por quienes comulgan con el error comunicacional permanente.
Una vez que se había organizado con el empuje de la realidad una movida ofensiva del lado de la oposición al Gobierno nacional, siempre con matices pero aceptable, con el kirchnerismo que se defendía solo con la mano izquierda quebrada de Maravilla Martínez, algunos imbéciles del macrismo arruinaron otra vez la historia con sus errores infantiles.
No hay que cambiar el nombre del Pro. No alcanza con cambiar el collar, Mauricio, tenés que cambiar el perro. O si no, irte a la cucha.