Corría 2009 cuando Cristina Fernández de Kirchner presentó el proyecto de ley de reforma política que incluía, entre otras cuestiones, la regulación del financiamiento de campaña y la promoción de las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO), como canales para mejorar el sistema político nacional. Y fue en diciembre de ese año que, pasada la derrota legislativa K de junio aunque aún con mayoría parlamentaria para motorizar las iniciativas propias, la Ley 26.571, de Democratización de la Representación Política, la Transparencia y la Equidad Electoral, tal su nombre técnico, fue aprobada. De allí a esta parte, a este domingo, tendremos nuevamente una foto electoral, la primera de este ciclo de renovación. La primera que nos dirá, de cara a octubre, quiénes jugarán. Y quiénes seguirán participando, pero en otros años. La primera encuesta real.
Mucho se especuló sobre el candidato presidencial del Frente para la Victoria. Pero eso quedó, como buen pasado que merece el olvido, bien enterrado en la historia reciente del partido que es, como cualquier espacio que se precie justicialista, una suerte de cíborg metálico, como el que James Cameron creó para Terminator 2, que podía transformarse en cualquier persona, en cualquier cosa, y que tras un golpe, corrida o balazo, siempre se rearmaba, casi mágicamente. De un esquema similar, político, claro, Scioli devino en candidato. Hasta La Cámpora, que nunca lo quiso, empezó a encariñarse con él. Tuvo que encariñarse. Fue así que Daniel Scioli se convirtió, simbólicamente, hacia las entrañas del FpV, en el sucesor indiscutido de Cristina.
¿Y qué pasa afuera? Habría, por empezar, tres escenarios posibles, que lo tienen al exmotonauta como protagonista.
El primero, de un optimismo temerario, alude a un nocaut electoral del actual gobernador de la Provincia. Pero si bien la mayoría de los sondeos del último mes lo colocan como triunfador en un podio secundado, en el grueso de los conteos, por Mauricio Macri y Sergio Massa, nadie –nadie quiere decir las encuestadoras– se la juega por ningún candidato, o al menos, no como en un Prode ciego.
Otra chance indica que Scioli mantiene ventaja sobre el jefe de Gobierno porteño y el líder del Frente Renovador pero que la diferencia no sería tan holgada como para eludir, en octubre, una segunda vuelta electoral. De hecho, con variaciones respecto a los segundos y terceros puestos en la carrera por las candidaturas, González y Valladares, Giacobbe & Asociados, CEOP (la que mejor posiciona a Scioli) y, por caso, Management & Fit –consultora que viene vaticinando un cabeza a cabeza Scioli-Macri, que alejaría a Massa, por la misma polarización, de la victoria– ofrecen, con reparos, un pronóstico que no permite definir con firmeza un ganador con nombre y apellido. Es que, según estas lecturas, Scioli lidera los relevamientos, como el de OPSM, pero Macri se mantiene cerca, aunque no pueda acortar los casi diez puntos que lo separan del postulante del oficialismo (un 35,9 contra un 26,6 por ciento).
En tercer lugar, el peor panorama para el candidato K: aquel en el que sus contrincantes de Cambiemos, con Macri en la punta, achicaran la distancia lo suficiente para terminar derrotándolo en el balotaje, con la suma del grueso del arco opositor. Es por eso que muchos encuestadores prefieren hablar de un escenario abierto.
Sucede que el incidente Lousteau, de julio pasado, hará que les cueste reconstruir, sobre todo en el corto plazo, su prestigio y credibilidad: el 51,64 por ciento de los sufragios que obtuvo el candidato del Pro y futuro jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, y el desafiante 48,36 de la figura de ECO hicieron lo suyo ante las estimaciones que aventuraban, incluso, una lejanía de 20 puntos del primero respecto al segundo. La falta de crédito impide, entonces, hoy más que nunca, hacer futurología.
De todos modos, ciertos operadores de Daniel Scioli se encuentran confiados, muy confiados. Creen, en primer lugar, que su jefe ganará, que eso es un asunto indiscutible. Y consideran, luego, que habrá diferencia en relación al resto del pelotón. Sin embargo, otros asesores, en off the record, refirieron a NU, casi parafraseando al capitán de La Ñata, que todavía no se ganó nada, que, hasta el último día, hay que seguir trabajando. Tranquilidad sin jactancia, lejos del exitismo del teatro de revista. Justo lo que al jefe le gusta.
En el equipo de Daniel Scioli, a diestra y siniestra, eso sí, todos coinciden en que existen posibilidades serias de ganar en primera vuelta y que las primarias serán la verdadera encuesta para saber, en definitiva, dónde está parado el hoy gobernador. Dentro de esa lógica, además, Scioli viene trabajando para emitir señales de continuidad pero, al mismo tiempo, de autonomía respecto a la Presidenta, en dirección a la definición de octubre. En ese sentido, los signos que despejan dudas sobre su cristinización, según su maniobra, son la flexibilización del cepo cambiario (“gradualmente, los ciudadanos tendrán más libertad para comprar dólares”, declaró hace unas horas); un guiño a las empresas (“también iremos normalizando, sin ajustes, la situación para que las empresas puedan girar sus utilidades al exterior”, expresó), y la mención de ciertos nombres de su futuro gabinete, en caso de conducir el país, para inspirar seguridad en los mercados.
Alejarse de los conflictos es, sin duda, otra de sus estrategias, digna de su estilo moderado. Así, el martes desistió de asistir al acto de cierre de campaña en La Plata de la fórmula de Julián Domínguez y Fernando Espinoza para la gobernación bonaerense. Tampoco fue a la clausura del jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, y Martín Sabbatella, en el Gran Rex. Ante el escándalo que produjo la reyerta partidaria entre Domínguez y Fernández –opositores internos para las primarias– por la denuncia sobre la supuesta vinculación del hombre de Quilmes con el triple crimen de General Rodríguez, Scioli dijo: “Conmigo no cuenten”.