No fue fácil la transición del posmacrismo al posperonismo, que transcurrió entre el 10 de diciembre de 2019 y el 12 de septiembre de 2021.
Para peor, en el día 99 del posperonismo, se desataron las fiebres inesperadas del Covid-19. Si había un plan, todo cambió repentinamente, en especial, el proyecto económico, que pasó de ser propiciatorio del desarrollo a un estadío de rancio conservadurismo, que ejerció el ahorro fiscal y restringió el gasto social, que para los gobiernos “populistas” es importante y del que los neoliberales abominan. El ajuste, bah!
Éste fue tan duro que, casi llegando a la pospandemia, si se hablaba del problema de la carne en los medios, en algunas franjas del Conurbano no se habían enterado, porque ellos ni siquiera tenían para fideos. Esa Argentina profunda y doliente, que en los primeros días del 2020 era aún la del posmacrismo, hoy es la del posperonismo, porque nada cambió para ellos desde que el vituperado Tanito del Newman se fue. Hoy ya no es su responsabilidad tanta miseria, sino que es el resultado de las políticas que puso en práctica Alberto Fernández.
Una campaña desdorada
El comienzo de la campaña –que se abrió el 24 de julio- parecía prometedor. El actual presidente hasta se dio el lujo de subir al ring al expresidente Macri. Fue un enorme error, que se diluyó entre tantos otros. Un boxeador no pelea contra un peso muerto como Macri, relegado hasta en su partido, sino que pelea contra otro boxeador, un peso vivo. Y denostar a un rival en el ocaso de su carrera política puede acarrear problemas, que se agazapan detrás de otros problemas. ¿Porqué? Porque si el actual mandatario cuestiona a su antecesor y lo pone como el ejemplo de todo lo malo, debería evitar parecérsele. Si se cuestiona a un gobernante precedente, se debe tener cuidado de no reproducir sus malas decisiones. Es decir, si la situación económica de las personas que votaron al Frente de Todos con la esperanza de mejorar sus vidas ven que el estado de su economía no mejoró en el año y medio de gestión de éste, ¿qué aliciente existe para que sigan confiando en Alberto Fernández, convertido ahora en el emblema de su decepción y ya no en el de la esperanza? Y no hay peor estado que el del desencanto.
Si el peronismo no reivindica a los trabajadores, a los industriales, a los comerciantes, a los consumidores y a la clase media, es un cuerpo sin alma. Un ridículo espectro que lanza golpes a ciegas, que no asusta a “la raza maldita de los explotadores” de los que hablaba Evita. Un proyecto político que enriquece a los ricos no puede prometer que va a redistribuir el ingreso y que va a celebrar la Justicia Social. Y en estos días, los únicos sectores favorecidos por el Gobierno son los de la salud, los de los alimentos, los de los servicios financieros y los de los medicamentos. Puede haber algún otro sector, porque la industria comenzó a dar incipientes señales de recuperación, pero en lenguaje coloquial, éstos “se la llevaron toda”. Otro día se debería hablar de los que “se la fugaron toda”.
¿Reacción tardía?
Entonces, azorado ante la defección de los sectores que fueron su base electoral, el Gobierno del Frente de Todos, al día siguiente de las PASO comenzó a replantearse la ejecución del ajuste con el que se azotó a la población en el último año. Sumido en estado de confusión, en estos días que corren intentará pasar a la ofensiva. Se dirá que son decisiones tardías, que son políticas que debería haber puesto en vigencia desde el primer día, pero un cambio tardío es siempre mejor que la persistencia en el error.
Hubo sectores dentro del propio gobierno que advirtieron ya hace tiempo que el rumbo del ajuste era erróneo. Pero la urgencia por cerrar el acuerdo con el FMI fue una mala consejera en esta coyuntura. Ya hay antecedentes y esa memoria debería ser parte del acervo de cualquier gobierno peronista. Ya todos deberían saber que cualquier acuerdo con el FMI es malo, pero es peor aún seguir las indicaciones de los trajeados ajustadores, que ejercen de verdugos de pueblos enteros y cumplen funciones en tales organismos. Éstos solo sirven a los amos del dinero y poco les preocupa el destino de los miles de argentinos que sobreviven en el barro de la escasez.
En resumen, el ajuste jamás es bueno, ni en las empresas, ni en las instituciones, ni en los gobiernos. Pero, ejecutado desde el seno de un gobierno que se define como peronista, es un sacrilegio imposible de aceptar.
La ejecución de la Justicia Social y la política se entrecruzan con las decisiones económicas y el resultado debe ser homogéneo. No se puede ajustar con una mano y abrir la billetera estatal con la otra. Es una u otra. Si el dinero del Estado no se utiliza para mejorar la vida social, va a parar a los bolsillos de los especuladores, de los banqueros y de corsarios de toda laya, que sólo se enriquecen a sí mismos con la plata ajena. Si, en cambio, decide gastar en la inversión social, aquellos desatarán una campaña feroz de hostigamiento contra el Gobierno, similar a la que lanzaron sobre el de Cristina. Es una decisión que deberá tomar Alberto Fernández, que de todas maneras puede no alcanzarle para revertir la derrota el 14 de noviembre.
Las tardías decisiones del Gobierno intentan abrir tibiamente una vía para un futuro mejor. Los sufridos argentinos han visto una y otra vez cómo se los esquilmaba en el presente para, supuestamente, abrir el camino a un porvenir venturoso, nunca alcanzado. Sólo existió un paréntesis entre tales espejismos, que duró catorce años. Antes y después, palo y a la bolsa de los pudientes.
Un baño de realismo
Producida la catástrofe electoral, el tablero político –que lo mismo iba a modificarse- mutó dramáticamente. El sector progresista –el mentado posperonismo- se encuentra ya bajo fuego.
Voceros del justicialismo le espetaron a este cronista, casi en pie de guerra, que “se acabó la pandemia, La Cámpora se murió y ganaron los intendentes y los gobernadores”. En realidad, perdieron todos, aunque existan victorias a lo Pirro.
Abandonar el territorio tiene consecuencias
El avance de Alberto Fernández y Máximo Kirchner sobre la estructura del Partido Justicialista murió sin que hayan llegado nunca a ejercer su conducción. El presidente asumió la presidencia el 22 de marzo en un acto realizado en el Club Defensores de Belgrano, pero nunca ejerció en los hechos esa prerrogativa. Él mismo afirmó tiempo atrás que era un “liberal socialdemócrata”, por lo que quizás ya entonces no estaba interesado en conducir ese potro redomón que es el peronismo.
El presidente del bloque de diputados del panperonismo, en cambio, acordó con algunos intendentes del Conurbano asumir a fin de año la presidencia del PJ bonaerense no sin la resistencia de algunos díscolos, entre los que se contó el intendente de Esteban Echeverría, Fernando Gray. Éste es de los que no hablan en público de las diferencias internas hasta que el desenlace se produce. Aún no lo hizo, pero no tardará en ventilar sus cuestiones. Hoy, sólo espera el momento.
Los intendentes peronistas bonaerenses son los líderes distritales. El acuerdo es que uno de ellos es el presidente del codiciado PJ provincial. Así se aseguran que sus voces sean escuchadas y que no llegue ningún intruso a entrometerse en sus propios territorios. Todos ellos son jefes territoriales y su poder no se toca.
Hasta allí llegó Máximo sin solicitarlo, justo es decirlo. De inmediato, Gray llevó la voz cantante de los rebeldes. Los demás no lo acompañaron en público, pero lo alentaron en privado. Así, la primera exigencia de Máximo Kirchner al ser ungido como presidente del PJ, cargo que iba a asumir en diciembre, de que todo el Consejo Provincial renunciara, jamás se concretó.
Luego, llegó la instancia electoral. Allí, a Máximo Kirchner le entregaron “la lapicera”. El armado de las listas en el peronismo bonaerense nunca fue fácil. Los dirigentes son tipos duros, que enfrentaron dictaduras, lideraron conflictos gremiales, cortaron rutas, soportaron pérdidas y aprendieron a rosquear en condiciones adversas, cuando perder equivalía a perderlo todo. El colofón fue que todos ellos quedaron heridos y hubo demasiados candidatos que entraron por la ventana, sin pasado ni pergaminos suficientes para estar en esos lugares.
Unos pocos intendentes se quejaron y el resto eligió el silencio. En estos días van a comenzar a hablar, seguramente, porque los silenciosos son los peores a la hora de los bifes, porque no anticipan sus golpes. Hablan en la previa y si no son escuchados, se borran a la hora de los hechos. Se sabe que en estas elecciones trabajaron solamente lo mínimo indispensable. Su lema es: ¿porqué voy a trabajar para ustedes si ustedes no trabajan para mí? Ya le soltaron la mano a Alberto, que ha dejado en los hechos de ser el presidente del PJ, más allá de que aún ni él mismo lo sabe ni nadie lo ha planteado en público. Hay decisiones que no precisan de los hechos formales para ser visibles. Perón decía que “conducir es persuadir”. Si no existe empatía ni orejas que escuchen a la dirigencia intermedia, no hay peronismo.
Pero la cosa no termina aquí, porque no fueron sólo los intendentes bonaerenses los que desertaron del proyecto político del Frente de Todos. Los gobernadores también lo hicieron. Tampoco ellos trabajaron por la victoria. Tan solo hicieron lo mínimo indispensable, como repartir las boletas electorales y fiscalizar a desgano la elección. Atraerlos nuevamente va a ser una misión difícil.
En privado dicen que “la vacuna que tanto publicitan no es comida”, con lo que quieren dejar en claro que la caída de los salarios y la demora en redistribuir la riqueza –que Macri volvió a concentrar en pocas manos en el poskirchnerismo- es el gran déficit de esta coyuntura política.
Esta confusión en las prioridades en la que incurrió el Gobierno los perjudica notablemente a ellos, que vieron adelgazar su volumen electoral. De todos modos, con su anomia militante, agravaron su propia crisis. Dicen ellos mismos –con la sabiduría que les dan sus largos años en la política- que se van a bancar las consecuencias, pero que su objetivo es terminar con una conducción a la que consideran ajena. En pocas palabras, dicen que el ciclo de Cristina Fernández de Kirchner llegó a su fin, que ni ella ni Máximo les atienden los teléfonos, que no hay diálogo, sino sólo órdenes y que ellos no son chicos de jardín de infantes para hacer sólo lo que se les dice.
Nadie sabe en qué momento se produjo el vuelco en los números de votación, pero a ellos les cayó muy mal el discurso triunfalista de Cristina que escucharon el jueves, que suponen que fue contraproducente en la evaluación de sus votantes. Hasta ese momento, Juntos se conformaba con perder por poco, lo que hasta les daba esperanzas para revertir el resultado en las generales del 14 de noviembre.
De todos modos, no es seguro que los comicios se perdieran por esa razón, pero también lo es que esa alocución no les ayudó en nada. Todos estos dirigentes saben que, pase lo que pase, si estas rupturas se produjeran finalmente, el precio a pagar sería alto. Aun así, varios de ellos no defeccionarán en esta tarea de quiebre, pero hay otros que se echarán atrás. Siempre hay quienes ejercen la prudencia antes de saltar al vacío.
La crisis se agravó el miércoles: FMI o yo
Esta crisis no es sólo electoral, sino esencialmente política. Está en cuestión el rumbo económico. En la cumbre entre Cristina y Alberto, que se produjo el lunes siguiente a la derrota a lo largo de tres horas, hubo una profunda discusión política y análisis, pero también algunas definiciones internas.
Cristina sabe que cualquier acuerdo con el FMI va a ser malo, aún el mejor posible. Los funcionarios del organismo de crédito multilateral no cesan de exigir más ajuste o un mayor “equilibrio fiscal”, que es lo mismo. El planteo de la vicepresidenta fue contundente: FMI o yo.
Inmediatamente, al cierre de esta edición, los ministros Martín Soria (Justicia); Roberto Salvarezza (Ciencia, Tecnología e Innovación); Eduardo de Pedro (Interior); Tristán Bauer (Cultura); Juan Cabandié (Ambiente y Desarrollo Sostenible); la titular del PAMI, Luana Volnovich; la interventora de la ANSeS, Fernanda Raverta; la secretaria de Comercio Interior, Paula Español; el presidente de ACUMAR, Martín Sabbatella y la titular del INADI, Victoria Donda presentaron sus renuncias al presidente de la Nación.
A ellos se sumaron luego los aproximadamente los 300 funcionarios que designó la vicepresidenta en distintas instancias del Gobierno, magnificando el conflicto casi hasta la ruptura del Frente de Todos.
A partir de ese momento, la crisis que se desató fue agravándose según pasaban las horas. En el mediodía de este miércoles, en una dramática reunión, la vicepresidenta amenazó con su renuncia ante Alberto Fernández, en una reunión en la Casa Rosada. Luego se fue y tras ella llegaron Máximo Kirchner y Sergio Massa.
Fernández intentaba, en las últimas horas del miércoles, sostener el rumbo actual de su gobierno. Para ello necesita desesperadamente a Cristina y a todos los que forman parte del Frente de Todos, pero los perdedores no imponen agenda. Aparentemente, no es posible que coincidan ambas decisiones.
Si finalmente, Cristina se fuera, Fernández le ofreció a Massa asumir la vicepresidencia en su lugar. Éste aceptó el convite y aseguró que los 300 espartanos renunciados tienen reemplazo. Si finalmente esto se concretara –hay varios integrantes del staff intentando convencer a Cristina de que revea su decisión, sin resultados hasta las 20:30, al menos-, Massa asumiría rápidamente su lugar, al menos ése es el plan inicial. Redrado sería el nuevo ministro de Economía y Guzmán quedaría a cargo del Ministerio de Finanzas. Esto es porque el FMI sólo pidió que no le cambien a su interlocutor, de ahí el nuevo cargo que le estaría reservado a Guzmán.
De todos modos, el cénit de la crisis tiene varios finales posibles. Uno es el descripto, en el peor de los casos. Otro sería la salida de Guzmán del Ministerio de Economía, conservando su papel de negociador con el FMI y Cristina permaneciendo en el Senado, como hasta hoy. Aún así, ésta ya advirtió que ya no será de mucha utilidad allí, dada la pérdida de senadores que preanuncian los resultados del domingo. Una de las condiciones que puso para quedarse es que no haya acuerdo con el FMI hasta el año que viene.
Si el escenario final fuera el peor, el gobierno que encabeza Alberto Fernández tendría los días contados y la resolución de la crisis sería hoy inimaginable.
En el final de Aída, la ópera de Giusseppe Verdi, la protagonista se unió a Radamés, enterrándose viva con él para morir juntos, mientras ambos cantan “Oh Terra, addío”.
No será éste el final de Cristina. La épica vale para otros gobiernos, no para éste en el que la inflación ronda el 51 por ciento anual y el desempleo se encuentra en el 10,2 por ciento. Al comienzo de la pandemia, el gobierno comenzó enviando ayudas a las empresas para sostener el empleo e ingresos de emergencia para aguantar a los más pobres, pero la mano insidiosa del FMI presionó para terminar con estos planes y no se renovaron más, dejando a miles de personas desamparadas.
Quizás el jueves haya mejores noticias, pero en la noche de este miércoles la situación era dramática.