El fracaso del Gobierno del Frente de Todos, que nunca cambió nada, provocó una crisis que lo cambiará todo. La coalición triunfante el 19 de noviembre último volverá -como en 2015- a borrar todos los derechos que había conseguido la sociedad, que presenció impasible cómo este repliegue retrotraía su situación a la era paleozoica del neoliberalismo.
La moraleja que quedó flotando en el aire es que para construir sobre lo ya construido, hay que usar la dinamita o la piqueta de demolición. Y el Gobierno que encabezó Alberto Fernández no hizo nada para construir ni para destruir lo que obstruye los cambios.
En los últimos años, los gobiernos populares no derogaron siquiera la Ley de Entidades Financieras de Videla y Martínez de Hoz, ni repusieron la Ley de Contrato de Trabajo. Por el contrario, sobreviven en buena salud una serie de oscuras leyes laborales, que permiten la precarización laboral hasta el extremo de la exacción (según el Diccionario de la Real Academia, “cobro injusto y violento”).
La declinación
Es curioso, porque el 19 de noviembre pasado se desplomaron al mismo tiempo un peronismo anacrónico, que no dio respuesta al mandato de sus electores y su enemigo íntimo, corporizado en una derecha liberal, que cuando gobernó entre 2015 y 2019 se concentró sólo en los negocios financieros, ignorando cualquier asomo de construcción de la productividad, como se esperaría de cualquier partido que profesa el capitalismo.
La decadencia simultánea de las coaliciones que concentraron los votos entre el pos-2001 y el 2023 le permitió el acceso a una nueva derecha, que se autoproclama como el verdadero liberalismo y aúlla su decisión de terminar el trabajo que sus antecesores no pudieron completar.
Ahora provocarán el derrumbe de los salarios, la pobreza generalizada y una inflación que ya en los primeros días después de su triunfo, el presidente electo reconoció que tardará al menos dos años en someter.
La Génesis: ¿Un Pueblo desilusionado?
¿Porqué ocurre el regreso de una fórmula -el liberalismo- que fracasó repetidamente en la historia argentina?
Lo primero que es necesario reconocer es que este mismo Pueblo le confió su destino al peronismo en cinco ocasiones: a Carlos Menem en 1989; a Néstor Kirchner en 2003; a Cristina Kirchner en 2007 y en 2011 y a Alberto Fernández en 2019, pero una vez que el peronismo no resolvió los temas acuciantes, volvió a “lo malo conocido”, como ocurrió en 1999 (De La Rúa), en 2015 (Macri) y, por última vez, el 19 de noviembre pasado.
Hay que reconocer que ninguno de estos dos gobiernos exhibió una brillantez que hiciera olvidar al peronismo. Por esa razón -y por ninguna otra- existieron Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner.
El único momento en que existió un poco de alivio en las espaldas del Pueblo sobrevino entre 2001 y 2015, pero luego fue sucedido por una administración que llegó dispuesta a reconstruir los beneficios empresariales a costa del bienestar de las mayorias y recomenzó el ciclo de “toma de ganancias” empresariales, dejando en suspenso el tiempo de “distribución del ingreso” que caracterizó siempre a los períodos en los que el peronismo ejerció el poder.
En este ínterin, cinco oportunidades perdidas es demasiado. He ahí una primera respuesta a tanta desilusión y a tanto desconcierto que rondan las mentes de la militancia peronista. No es suficiente desear una mejora en la vida del Pueblo, es necesario tomar las medidas necesarias para que ello ocurra, con la conciencia de que todo triunfo es efímero y de que no existe la victoria final contra la injusticia. La lucha es para siempre y se repite cíclicamente y entretanto se alternan victorias y derrotas, como ocurre en la vida real.
¿Memoria, Verdad y Justicia para siempre?
En cuanto a las políticas de Memoria, Verdad y Justicia, cuando no se honran como se debe las luchas de los mártires -y en Argentina hay más de 30.000-, su recuerdo se convierte para muchos dirigentes con responsabilidades en el presente, en un molesto recuerdo. Evocar a los héroes es una ceremonia en la que un presente como el que se vive en estos días convoca a cuestionar a los dirigentes de hoy, que son sus herederos, pero que no están a la altura de aquella épica.
Es tan efímera la memoria y tan largo el olvido, que muchos desertaron de los recordatorios a los héroes, obligados por la dura lucha por la supervivencia y por la sobreactuación de los que los recuerdan sólo cuando sus necesidades del presente lo hacen inevitable.
El trauma por los 30.000 jamás será saldado, pero la lucha efectiva que deben encarar sus deudos es que nunca más se repitan aquellos crímenes, cometidos para que un sector de la sociedad argentina -y algunas multinacionales- acumularan más ganancias. No se puede esperar mucho de la dirigencia en este ítem, exceptuando a Néstor Kirchner y a Cristina Fernández.
CGT: La lucha y la negociación
¿Tanto cambió la clase trabajadora que ya no hay luchas, sino sólo “protestas”, sin correlación con los reclamos? ¿El silencio de la CGT a qué se debe? ¿A una crisis interna? ¿Perdió poder la clase trabajadora? ¿El fin de siglo trajo consigo que los obreros se “aburguesaran”?
Ahora ganó un candidato que no sólo no prometió bienestar, sino que llegó hasta a poner en duda que en el próximo mes de diciembre la administración pública abone el aguinaldo a los empleados públicos. Entonces, ¿cuál será la respuesta del movimiento obrero?
El viejo esquema del sindicalismo peronista, en el que se golpeaba para negociar, quedó en suspenso. No hay, por el momento, planteos de los jóvenes sindicalistas que rompan la inacción actual, pero la dureza del oponente siempre provoca una respuesta. Está por verse cuánta dureza va a aplicar Milei y cuáles van a ser las contramedidas que tomará el Movimiento Obrero. Aquí existe un potencial conflicto que va mucho más allá de lo ideológico.
El peronismo, en una encrucijada filosófica
Desde el fallecimiento de Néstor Kirchner el 27 de octubre de 2010, no hay líder en el peronismo. No existe una visión integral de la política. Los jefes concentrados solamente en “el territorio” o en “la agrupación” son proclives a profundizar los síntomas de disgregación y de desunión, ya que así todos los demás son, como mínimo, adversarios y no “compañeros”.
Además, esta elección mostró una fractura entre el peronismo y la clase media que tardará en recomponerse. Una muestra: UxP ganó de manera clara sólo en Formosa, Santiago del Estero y en el Conurbano bonaerense, en especial, en la Tercera Sección Electoral, donde prevalecen los trabajadores de menores recursos.
En cuanto al Movimiento Obrero, ya no existen dirigentes de la talla de Augusto Vandor, Lorenzo Miguel o Saúl Ubaldini, más allá de los méritos que exhiben sus actuales líderes. No es una falla de la CGT en sí misma. Es que la historia del peronismo lo sitúa como representante de las mayorías, pero esa virtud la ha perdido en este tiempo.
Para graficar esta conclusión es necesario remitirse a los dos balotajes -2015 y 2023- que se perdieron, en este último caso, por amplio margen. Construir mayorías desde pequeñas agrupaciones, cuyos militantes no poseen sentido de pertenencia más que dentro de su limitado grupo, es una utopía. ¿Adónde están hoy los gobernadores -como Carlos Menem y Néstor Kirchner-, que se formaban en sus provincias y luego saltaban al escenario nacional y sintetizaban por sí mismos una propuesta federal, con todas las limitaciones que se cuadren, pero buscando unir a todo el peronismo tras sus figuras?
El virus del agrupacionismo prevalece. Los intendentes se concentran en sus distritos, al igual que los gobernadores. De esta manera, arman sus internas, fijan la fecha de las elecciones provinciales y municipales a su antojo, sin una mínima visión de conjunto. El peronismo es un gigante invertebrado, una federación de partidos provinciales y municipales, sin comunicación entre los actores. Cada uno salva su ropa, sin mirar a la política. Nadie hace política. Todo se reduce a aspirar a un cargo, incluso desatando internas feroces, enemistades eternas y, lo que es peor, olvidando el objetivo de mejorar la vida del Pueblo, que debería ser el fin máximo.
En 2023, las elecciones distritales comenzaron el doce de febrero y terminaron el 19 de noviembre. La sola enunciación del hecho lleva a considerarlo un despropósito. Además, tampoco sirvió para mucho si se toma en cuenta que, en medio del caos de las fechas, el peronismo perdió seis elecciones provinciales de una barrida. Ni hablar del resultado de la elección nacional.
Cuando el peronismo no transgrede, no es contestatario y se desliza hacia una corrección política progresista, es imposible votarlo. Milei encarnó una mística y una autenticidad que todo el peronismo debería envidiarle. No sólo eso. El peronismo invotable que se tradujo en el Frente de Todos (que al final no fue de nadie), llevó a que el 19 de noviembre se definiera la elección entre el hartazgo y la bronca, dos sentimientos muy negativos, nada virtuosos. No había dos proyectos políticos para elegir. Eran dos entelequias intraducibles. Una, corporizada en una motosierra destructora y la otra, en la desesperanza de las utopías incumplidas. La destrucción y la desilusión. No había círculos virtuosos en la vidriera. Sólo desazón y la esperanza de que el que ganó use vaselina.
Tampoco esa esperanza será colmada. En el tercer día, éste ya prometió que quizás no pague el aguinaldo a los empleados públicos, además de un “ajuste fiscal monumental”, un “ajuste de schock”, que “recortarán lo que tengan que recortar” y el fin de la obra pública.
Nada mal, para empezar.