A tres días del triunfo electoral del republicano Donald Trump, y cuando arrecian las manifestaciones populares en su contra en varios puntos de los Estados Unidos, los demócratas todavía no pueden asimilar la derrota electoral y se autocritican duramente desnudando las fallas de campaña y la incapacidad de leer adecuadamente las expectativas del electorado.
El “horror” que les genera la figura de Trump, en todos los niveles dirigenciales, les hace ver un futuro negro y desalentador, no solo para Estados Unidos sino para el resto del mundo.
Así y todo, resaltan la incertidumbre que les genera la personalidad del magnate inmobiliario y hasta esperan que durante su gobierno –que comienza el 20 de enero próximo- cambie la actitud desafiante y provocativa que mantuvo durante la larga campaña electoral por un pragmatismo que intuyen anida en su intelecto empresarial.
Los propios demócratas se manifiestan sorprendidos por la entrevista de 90 minutos que el actual presidente Barack Obama y su sucesor mantuvieron en la Casa Blanca, algo que califican de inusual en estos casos pero que a la vez significaría que ambas figuras estarían buscando una “transición distinta” a la esperada.
Por su parte, el Partido Republicano no se lleva las mejores flores en virtud de la división interna creada por las declaraciones de Trump, consideradas “poco republicanas”, al punto que desde hace más de un mes los ex presidentes George Bush y George W. Bush anunciaron que no apoyarían al propio candidato de su partido.
Varias fuentes demócratas y republicanas coincidieron en señalar que el gobierno de Trump encontrará en su camino un freno por parte de “las instituciones” que respaldan el sistema democrático de este país, entre ellas las dos cámaras legislativas con mayoría republicana donde los miembros de su propio partido, muy divididos, no estarían dispuestos en su totalidad a aprobar “cualquier medida” que el nuevo presidente reclame para su administración.
Hasta un día antes de la elección del martes pasado los demócratas no pensaban que iban a perder, y los republicanos tampoco pensaban que iban a ganar. Solo fueron a dar la última batalla de la campaña “más dura, difícil y sucia” que vivieron en su historia.
Los votos de las mujeres y de los latinos a favor de Trump que comenzaron a desglosarse en las últimas horas, especialmente en la Florida, revelaron hasta qué punto los pronósticos de los analistas y encuestadores volvieron a ser equivocados, como ocurre también en Argentina.
Las mujeres sorprendieron al verificarse que del 52% de las votantes, el 42% de las blancas norteamericanas lo hicieron por Trump, igual que el 34% de las mujeres de color.
El voto hispano, en el que tanto confió la demócrata Hillary Clinton en la Florida –el estado que a juicio de los analistas terminó de definir la elección- tuvo un comportamiento singular ya aquí se incrementó a favor de la candidata en relación a otras elecciones, pero los cubanos exiliados votaron en contra porque mantuvieron su enojo respecto del levantamiento del embargo a Cuba.
En cambio, el voto “negro” no la acompañó en la medida en que sí lo hizo en las dos elecciones de Obama, el voto “blanco” no universitario se volcó hacia Trump como en el resto del país y una cantidad indefinida de personas que antes no habían votado salieron el 8 de noviembre para apoyar silenciosamente a Trump.
“La gente, mintió”, fue la cruda conclusión de demócratas y republicanos, quienes todavía analizan en qué porcentaje incidió el denominado “voto independiente”.
Los jóvenes tuvieron su cuota de responsabilidad en esta elección presidencial. Desencantados con Hillary Rodham Clinton, los eufóricos seguidores de Bernie Sanders no la votaron y ni siquiera fueron a votar, una actitud duramente condenada por la dirigencia de ambos partidos políticos.
Son los mismos que el día después levantaron furiosos carteles con la leyenda “not my president”, desconociendo a Trump frente a la Torre Trump de la quinta avenida de Nueva York, donde el electo presidente vive en el piso 56.
Los miles de jóvenes que luego se multiplicaron en el resto del país manifestando su oposición al futuro nuevo gobierno serán los dirigentes de mañana, iniciando una etapa de virtual “resistencia” a la usanza latinoamericana. Paradójicamente comienzan el camino de la democracia sin pasar por las urnas.
Pero todo el pueblo de los Estados Unidos e incluso quienes actúan dentro de ese bipartidismo histórico están rumiando un sabor desagradable porque en el fondo se reconoce que esta vez tuvieron “los peores candidatos” para elegir, y vivieron por meses “la peor campaña electoral” de sus vidas en la que se gastaron 11 mil millones de dólares, casi un presupuesto nacional de cualquier país latinoamericano mediano.
En el fondo de la cuestión, los demócratas encontraron sus fallas más severas. Tarde y mal reconocen, sólo si se les pregunta, que Hillary –con toda su preparación y ejercicio políticos- no supo leer las expectativas del “americano blanco”, tradicional, histórico y conservador, al cual ella consideró públicamente “un sector deplorable”.
Tampoco advirtieron los demócratas, y llama poderosamente la atención, la disconformidad enorme que se fue creando con la desindustrialización de la zona centro del país a raíz de la globalización, ni tampoco la puja que se consolidó entre las grandes ciudades mayoritariamente volcadas a los servicios, y las zonas rurales e industriales.
Mucho menos se dieron cuenta del rechazo que se estuvo gestando en los electores con menos preparación educativa, ni que el famoso “obamacare” había aumentado su valor en la semana anterior a la elección, ejerciendo un efecto negativo en la población de menores recursos.
Creyeron sí que podía replicarse la coalición electoral que había favorecido a Obama en sus dos elecciones de 2007 y 2012, cuando el país había sufrido los efectos de una economía que no terminó de salir del agujero en que cayó en 2008 como consecuencia de la “burbuja inmobiliiaria” y el pésimo manejo financiero de las hipotecas.
Por último, los demócratas no tuvieron mejor ocurrencia que desoír los consejos del ex presidente Bill Clinton en el sentido de salir a conquistar el voto blanco de clase media, idea vetada por los responsables de la campaña de Hillary, John Podestá y Roby Muk, quienes corrieron al esposo de la candidata para que no se repitiera lo que sucedió en 2007 cuando ella perdió contra Obama porque Bill aparecía demasiado.
Como broche final, se puede decir que en los análisis políticos nunca estuvieron en consideración la tendencia aparentemente mundial que se viene instalando en los últimos meses, como el Brexit en Gran Bretaña, la negativa a aceptar el voto por la paz en Colombia, ni el sentimiento racista que se expande por varios países europeos.