En la previa de las PASO había un cierto consenso entre los encuestadores que la palabra cambio era una de las claves en los focus group y la misma se estimaba que alcanzaría como piso el 60 por ciento de los votantes. Si contamos las dos primeras fuerzas que encabezaron los tercios de las primarias, veremos que el número era correcto. Y si contamos además los 11 millones de personas que no fueron a votar debemos considerar que el cambio, por acción u omisión es el tema a desmenuzar al máximo por todas las estructuras de campaña que deben entender en profundidad la cualitativa del escenario.
El desafío al que se enfrentan los tercios políticos que predominaron en los votos positivos, es entender qué pretende la gente para su vida futura cuando usa la palabra cambio. Cuál es el cambio que quiere la mayoría, hasta dónde está dispuesta a estirar su enojo, qué cosas está dispuesta a perder con tal de ganar otras, qué certezas existen de que se pueda ganar otras y quienes representan mejor lo que cada uno desea por fuera de ese enojo, de la ideología previa, de la pertenencia partidaria si hubiera existido alguna vez, conociendo la emocionalidad que conllevan todos los procesos electorales. Y este no es la excepción.
La venta marketinera del cambio es una de las novedades más importantes que tuvo esta elección primaria. Y de eso obviamente ya tomaron nota en todos los bunkers. Con toda seguridad no va a ganar en octubre ningún esquema que haga del conservadurismo del statu quo su bandera, cuánto más se pueda alejar uno de ese lugar será mejor. Ha quedado demostrado que la estrategia altamente disruptiva de Javier Milei logró alterar la lógica binaria de las coaliciones preexistentes dejando el lugar que le habían reservado de tercera fuerza complementaria para constituirse en un espacio hiper competitivo hacia la Presidencia de la Argentina.
Las medias verdades que como de costumbre aplicarán unos y otros/as en sus propuestas electorales serán poco observadas por las mayorías y su voto se decidirá en las cosas menos detectables para los candidatos, a pesar de los consejos de los carísimos equipos de campaña liderados por consultores extranjeros que posee cada fuerza.
La gobernabilidad es central para el futuro, pero no para ganar. Es uno de los temas a tener en cuenta, porque el riesgo a un cambio total de paradigmas en la política ya no asusta y quienes desean apostar a tener una mejor gobernabilidad, deberán también enfocar el cambio con las mismas ganas que los que ya patearon el tablero. Y además asumir que otro ya lo hizo primero. Dicho de otra manera, ambas mega coaliciones corren por detrás de La Libertad Avanza en este sprint de cuarenta días. Gobernabilidad sin cambio no gana, pierde.
Por eso esta columna pretende dejar claro que ningún atributo ni promesa del establishment político puede vencer a la idea de “patear el tablero” si no escucha ese deseo de cambio detectado a priori por los encuestadores y confirmado como vencedor el 13 de agosto.
No tienen que ser todos/as como Milei en esta campaña, algo que además sería imposible, pero sí tienen que igualar la esperanza que ya generó lo nuevo en las primarias. Y eso no es fácil, quizás el premio mayor en esa búsqueda sea entrar a un balotaje en las generales de octubre. El nocaut es una posibilidad concreta para los unidos y los juntados. Por eso no sería poco para cómo está el escenario y el humor social.
Vamos a ver cómo se deberían parar las tres fuerzas para tener mejores chances en la elección que se avecina.
Milei es el que menos tiene que tocar el libreto, su potencia no la construyó apelando a la racionalidad sino a la emocionalidad de su andar. Seguir en esa línea sin irse al pasto, sin cometer errores no forzados, lo mantendría como líder de la carrera. Y si le agrega algunas propuestas sensatas con la frescura de las ya expuestas, su camino estará bastante despejado.
Patricia Bullrich está tratando de convencer a la gente que ella podría hacer algo parecido a lo de Milei pero con equipos más preparados, más serios y con experiencia. Ya hablamos que la gobernabilidad no garpa un triunfo. Por ahora le cuesta dejar de pegarle al kirchnerismo, algo absolutamente inútil en esta etapa en la cual ese espacio se tornó invisible en su decadencia. Debe encontrar rápidamente otra imagen que la vuelva a sincronizar con el cambio, ya que le robaron la bandera ganadora que su coalición ostentaba. Y el cambio que promueve LLA la incluye. hace ya unos días que trata de imponer el término “orden”, ya que el cambio ya no le pertenece. Y Mauricio Macri que debería ser parte de la solución es en realidad un problema para ella. Le cuesta encontrar el lugar y definir el “orden”. Veremos.
El que rema en dulce de leche es el incansable Sergio Tomás Massa. La única posibilidad que le queda para llegar al ballotage es convencer al electorado que el cambio es él y sus capacidades. Que pulverizó políticamente a Alberto Fernández dejándolo como súper pato rengo hace más de un año y que jubiló a Cristina Kirchner y a todas sus historias. Los durmió en la interna. Su cambio es convencer a los sectores medios que su gobierno no es este, al que sacó de terapia intensiva, sino que es el que está por venir con la base que deja. Massa tiene como única ventaja que hizo un posgrado en malaria absoluta y aún está vivo. No les quiere dejar mejores herramientas de macro para 2024, y se presenta como la otra cara de los dos modelos a los que enfrenta, y en esa franja Massa no divide pero debe mostrarse él como ese cambio. No puede ser recordado como ministro, sino que fiel a su estilo debe ir por todo. Plata o mierda, le decían en el barrio.