En cualquier mañana gélida del invierno argentino, una señora, un señor, que todavía tengan algún “resto” para consumir en las góndolas de los supermercados -que cada día tienen menos ventas- y busquen alguno de los productos que utilizan habitualmente, seguramente no se van a enterar de que las fábricas de muchos de ellos cambiaron de dueño durante el corto gobierno de Javier Milei.
Ni los pañales para el abuelo o para la beba, ni las maquinitas de afeitar, aquel champú, esta pasta dental, una cantidad de los artículos de limpieza más usados por los sectores medios, desde la lavandina hasta líquidos limpiadores de piso o esponjitas de doble cara o de acero… Las transnacionales propietarias de esas marcas se fueron, ya no están radicadas en el país y derivaron la producción a otras empresas. Lo mismo sucedió con la más importante casa de fotocopiadoras, con la tercera petrolera con más kilómetros cuadrados concesionados sobre Vaca Muerta, con alguna productora de fertilizantes para el mundo sojero y con la sucursal de un banco británico que, no para ser acusado de lavado de dineros, deja de ser de los de mayor peso financiero mundial. Es inminente que el mismo camino siga el grupo que controlaba la cementera más importante del país.
Quedan las marcas, pero Procter & Gambler, y Clorox… se van. Las siguen Xerox, HSBC, Exxon Mobil y siguen los nombres
Bajo cualquier gobierno que intentase regular procesos, inversiones, toma de ganancias, derechos laborales o pagos de impuestos (como en general lo son las administraciones peronistas) existe cantidad de empresas que se retiran del mercado argentino, alegando la dificultad para producir de manera rentable; esta circunstancia es de larga data en la Argentina de las corporaciones. Ese proceso se sumó a la evasión de divisas hacia cuevas fiscales, en una maniobra que deja habitualmente al país sin los recursos necesarios para garantizar su producción y estabilizar la economía; una más de las herramientas del saqueo. En el presente, además, acompaña el desastre que ya provocó en el sector empresarial la política vigente, con cierre en el primer semestre “libertario” de más de 5.000 establecimientos pequeños y medianos de capital nacional.
Lo distinto, la novedad, es que el éxodo se mantiene y tiende a acelerarse bajo una administración ultra antiestatista, que arrancó el año con su proceso de desregulación por decreto e impuso, con mecanismos cuasiextorsivos, una ley que incluye un Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI) opuesto a la tendencia internacional de reindustrialización, facilita la extracción indiscriminada de los bienes naturales comunes convertidos en “recursos” para las transnacionales y, además, no deja ni un dólar por exportaciones en el país. La nueva norma, considerada un acto de entrega de la soberanía nacional por diferentes sectores de la política y la producción local, impide avanzar hacia la solución de la citada escasez relativa de divisas a partir, por ejemplo, del desarrollo planificado y controlado de áreas hidrocarburíferas como Vaca Muerta en Neuquén, Palermo Aike en Santa Cruz o de explotación offshore en la Costa Atlántica y de áreas mineras que van desde litio, tierras raras, cobre y potasio hasta el oro y la plata.
Algo huele mal en la madriguera
Durante administraciones anteriores, en especial las de signo nacional, muchos empresarios se quejaban del “entramado de regulaciones”, tanto como de las normativas que desde 1945 protegen los derechos laborales y las cargas impositivas.
En este presente de falsa reducción del déficit fiscal, destrucción del Estado “desde adentro”, de control represivo de calle, de pérdida de derechos laborales y sociales, el fenómeno vuelve a repetirse, aunque por razones diferentes. Y se manifiesta a pesar de que las empresas de los grupos económicos más concentrados prácticamente duplicaron sus utilidades en el primer trimestre de este 2024 contra el año anterior, al compás de las pérdidas de los sectores del trabajo activo o pasivo, que ven caer la capacidad adquisitiva de sus modestos ingresos.
Las sonrisas de la revancha empresarial, de los asociados al mercado internacional, no ocultan distintos aspectos que conviven con el discurso presidencial: uno palpable, como es el achique sostenido y acelerado del mercado, con una pobreza que ya supera el 50% de la población, el aumento de la desocupación y la consecuente caída de todo tipo de consumos. Otra, menos evidente, pero de posibles consecuencias de una gravedad difícil de calcular: la inestabilidad económica, que lleva a las multinacionales a abandonar el país, tercerizando la comercialización de sus productos, que refleja su desconfianza en el futuro de la economía.
Alguien tan insospechado de estatista como Mauricio Macri, acaso por fracaso presidencial propio, considera que sin orden político no hay estabilización económica y sus colaboradores ven que el actual gobierno, además de carecer de gestión, sigue sin rumbo político. Las permanentes contradicciones de sus funcionarios, que ya escalaron hasta el desmentido del ministro de Economía, Luis Caputo al mismísimo Milei cuando este acusó al poderoso Banco Macro de “intenciones golpistas”, se suman a la continua expulsión o huida de decenas de funcionarios encumbrados y se constituyen en indicadores de los temblores permanentes que se viven en una Casa Rosada que, además, pasa largos períodos de tiempo sin la presencia de su jefe.
En su visión de un escenario sin estabilidad consolidada, además de la salida de empresas extranjeras, el equipo macrista tuvo en cuenta la suba del dólar (que ya obligó al gobierno a una intervención absolutamente reñida con los preceptos que proclama) y la presión permanente que ejercen sobre él distintos sectores de la producción y las finanzas; la imposibilidad de acumular reservas; el inminente vencimiento de fuertes deudas -contraídas por el propio gerente del grupo SOCMA- y las exigencias de las generadoras de energía sobre las siderales sumas que les deben.
Los propios sectores de poder estadounidense, que incluyen desde la Casa Blanca y el Departamento de Estado hasta la comunidad de inteligencia y el Comando Sur y al Fondo Monetario Internacional, están muy atentos a la problemática de la pobreza y la inequidad -absolutamente ignorados por la actual administración argentina- por considerarlos factores de “inestabilidad para las inversiones” y elementos “desestabilizadores” de las experiencias que los generan.
De hecho, en la Argentina el ajuste fiscal recayó un 35% sobre los haberes de los jubilados, 23% en la obra pública interrumpida, 13% en los aumentos tarifarios, 7% en los incumplimientos con las provincias y otro tanto en la destrucción de diversos programas sociales, alimentarios y de medicamentos, básicos para el sostén de la mayoría de la población.
Escalera a la hecatombe
Los sectores no liberales que se oponen a estas medidas, afirman que este modelo pone en riesgo al federalismo, a los derechos sociales, laborales y de género, a la industria y a la soberanía nacional.
Algunos de los dirigentes de ese espacio apelan a la didáctica para explicar la cadena lógica que llevó al escenario del presente:
• Se produjo la devaluación deliberada más grande de la historia, superior al 115%,
• en simultáneo se desregularon, por decreto, los productos y servicios de los sectores concentrados de la economía.
• Esas medidas engendraron un golpe inflacionario,
• con la consecuente destrucción del poder de compra de los ingresos de trabajadores y jubilados
• y el automático desplome del consumo.
• esa caída de las ventas desencadenó la reducción de la producción, con cierres de establecimientos, suspensiones y despidos en el sector privado,
• con el correlato de un inevitable aumento del desempleo,
• potenciado por la expulsión de miles de trabajadores del estado nacional.
• La inversión privada se desplomó porque nadie quiere expandir la producción si no hay quien compre,
• la producción nacional muestra una caída de 5,5% del PIB en el primer trimestre respecto del mismo periodo del año pasado
• Cada uno de esos eslabones, junto al ajuste fiscal aplicado a la inversión pública, generaron una recesión que amenaza con ser de las más severas de las últimas décadas
Esa es la foto. Con esos datos y con los bolsillos repletos de ganancias, muchas firmas dejan en otras manos sus marcas y vuelan hacia destinos más seguros, en un proceso de desinversión que tiene lugar a pesar de las promesas de un “nuevo modelo” de gestión gubernamental.
La señora de la lavandina y el señor de las hojitas de afeitar, mientras tanto, siguen caminando entre las góndolas de un mundo cada vez más inalcanzable.