Scioli: la difícil tarea de conservar la primacía

Scioli: la difícil tarea de conservar la primacía

Por Horacio Ríos

Jaqueado por un resultado que no esperaba, el gobernador bonaerense intentará romper la maldición que pesa desde siempre sobre sus antecesores. Para ello, deberá obtener 3.200.000 votos más.


La noche del domingo 25 de octubre sucedió el resultado más inesperado, que encendió todas las alarmas en el búnker de Daniel Scioli, quien de imaginarse ganador, repentinamente, tuvo que volver a calzarse el overol para evitar una catástrofe el 22 de noviembre próximo.

A las 21.55, Scioli abandonó el sector VIP para salir al escenario del Luna Park y dirigir un breve discurso ante sus seguidores. La pieza oratoria siguió los mismos lineamientos de su campaña, la que se pudo ver hasta el hartazgo en todos los canales, las radios y las redes sociales de todo el país, aunque esa noche también incluyó los lineamientos principales que tendrá su campaña en el camino hacia el balotaje.

Esa fue la primera señal, para todos los observadores, de que el resultado no sería el esperado, porque en el discurso del gobernador bonaerense no hubo una sola alusión al porcentaje obtenido y, especialmente, no hubo anuncios triunfales, ni esa alegría que antecede a la gloria. Paralelamente, los dirigentes más importantes del Frente para la Victoria iniciaron un operativo de evasión de los periodistas, adoptando esa actitud reticente que los asesores de imagen recomiendan calurosamente soslayar.

Números mentirosos
No hubo más que unos pocos encuestadores que acercaron sus pronósticos al resultado que se produjo el domingo último. De todos modos, los candidatos ya tenían los números ciertos el jueves o el viernes anterior, lo que obliga a pensar que los guarismos erróneos que publicaron los medios no fueron generados por los analistas que producen las encuestas, sino por los candidatos, que “toquetearon”, como otras veces, esos datos para forzar sus posibilidades.

Desde hace tiempo, casi todos los medios venían publicando que el triunfo de Scioli por una cifra cercana a los diez puntos que necesitaba para ganar en primera vuelta era inevitable. Esto generó un fuerte hastío en el electorado, que comenzó a ver en las elecciones solo un trámite casi concluido. Por otra parte, en el kirchnerismo se produjo alguna vez en estos últimos dos meses una especie de repentina “molicie” ante el convencimiento de tan abrumadora ventaja, que en realidad era solo una construcción mediática.

Ahora se sabe que el FpV siempre estuvo en primer lugar en los sondeos, pero nunca se despegó de manera contundente de sus opositores. Esto hace pensar que los dos puntos y medio de ventaja, si bien podrían haber sido algunos más en algún tramo de la campaña pos-PASO, nunca pasaron de los cinco o seis puntos.

Combates en la máxima categoría
En el peronismo, las medias tintas no valen ni para comenzar. En la misma noche del domingo, en el propio espacio en el que la dirigencia esperó los números finales, comenzaron a sucederse, sin solución de continuidad, los reproches, las recriminaciones y la adjudicación de culpas.

En esos momentos, el blanco de todos los ataques fue el fracasado candidato a gobernador bonaerense, Aníbal Fernández. Su derrota a manos de María Eugenia Vidal lo convirtió en el adjudicatario del mote más temido de cualquier dirigente peronista: el de “mariscal de la derrota”.

Muchas hipótesis se tejieron acerca de la performance de Aníbal Fernández, aunque pocas veces los analistas tuvieron en cuenta un elemento fundamental. El jefe de Gabinete llegó a ser candidato tras derrotar por muy pocos votos a Julián Domínguez, que era el postulante que corría con el auspicio de la Iglesia. Así haya sido pura (o no) la victoria de Fernández, lo seguro es que contó con un enemigo muy poderoso a la hora de influenciar a sus miles de fieles, para quienes el consejo de su sacerdote es “palabra santa”.

De todos modos, entre tanta conmoción, después del Día D llegó el momento de la reflexión y el análisis. Así, hasta el propio Daniel Scioli deberá reconocer que su desempeño no fue el mejor en estos últimos dos meses. Apagado y circunscripto a un discurso que no es el propio (y se nota), se lo vio desdibujado en su rol de candidato a gobernar un país, aun confrontándolo con el propio Mauricio Macri, que nunca se mostró ducho ni en la oratoria ni en la exposición de ideas. Quizás esta circunstancia común, que liga a dos candidatos demasiado parecidos, augura que los debates que se producirán el 11 de noviembre, en el canal TN, y el 15 de noviembre, en la Facultad de Derecho, podrían convertirse en un trámite algo farragoso para los votantes del 22 de noviembre.

Llegados a este punto, habría que señalar que quizá Scioli se haya parecido tanto a Mauricio Macri (y viceversa) que los electores votaron al que parecía más auténtico en su propuesta, más allá de la adhesión que generen en ellos las ideas de cualquiera de los dos candidatos.

Lo viejo y lo nuevo
Macri se posicionó desde el principio como un adalid de “la nueva política”, una idea que para ser definida exigiría la contratación de un lenguaraz, porque nadie atinó a explicar en qué consiste. Por contrapartida, el jefe de Gobierno porteño acusó a sus rivales en la lid de pertenecer a otro ambiguo territorio, el de “la vieja política”.

Lo cierto es que lo que realmente produjo una profunda renovación de la política se desarrolló en los últimos años, cuando el Gobierno puso sobre la mesa la discusión sobre la soberanía, la industrialización, el castigo a los crímenes cometidos por el Estado, la inclusión social y la dependencia de los ministros de Economía del poder político, entre otros temas que permanecieron durante décadas fuera de la mesa del debate.

Las posiciones está planteadas y los debates van a girar, o deberían hacerlo, sobre algunas de estas políticas que ya fueron implementadas y ahora corren peligro de ser dejadas de lado, en especial si el sol de la gloria alumbra las costas de Cambiemos.

Se va la segunda
Esta folclórica apelación, que genera una tremenda ansiedad tanto en el campamento del FpV como en el de Cambiemos, definirá también la dirección que tomarán ambos contendientes.

El del 22 de noviembre próximo será el primer balotaje que se concrete de la historia política argentina. Anteriormente, en dos ocasiones fue soslayado. En 1973, el radical Ricardo Balbín desistió de presentarse a la segunda vuelta en razón de que su rival, Héctor Cámpora, había obtenido el 49,5 por ciento de los votos, apenas por debajo del 50 por ciento exigido para ganar en primera ronda.

El 27 de abril de 2003, Carlos Menem se impuso en la primera vuelta al obtener el 24,45 por ciento de los votos, superando a un neófito Néstor Kirchner, que fue votado por el 22,24 por ciento de los argentinos empadronados. El 18 de mayo se iba a realizar la segunda vuelta, pero Menem renunció a su postulación el 14 de mayo, por lo que el santacruceño vio repentinamente facilitado su camino hacia la Casa Rosada.

En esta ocasión, aparentemente no habrá abdicaciones. La primera encuesta realizada después del 25 de octubre da como ganador a Mauricio Macri, aunque las conclusiones suenan algo apresuradas, dada la cercanía de la elección con el estudio.

No hagan olas
La imaginería política describió como “la ola amarilla” al Pro y, vuelven las coincidencias, el sciolismo se definió a sí mismo como “la ola naranja”.

El peronismo, se calcula, necesita convocar a unos 3.200.000 votantes de los otros candidatos que resultaron eliminados en la primera vuelta. Macri, por su parte, necesita 3.800.000 sufragios para ser el triunfador.

En los primeros momentos poselectorales, tanto Massa, que obtuvo cinco millones de votos, como Stolbizer, que solo llegó a 600 mil, se mostraron como férreos enemigos del kirchnerismo, llamando a sus votantes a decidirse por Mauricio Macri. La paleo-izquierda argentina, en tanto, fiel a su tradición, decidió “no votar a ninguno de los candidatos del ajuste” y propuso el voto en blanco.

Distinta fue la actitud del exgobernador puntano, Adolfo Rodríguez Saá, que no se pronunció todavía. Solo dijo: “Voy a proponer un acuerdo y al que lo acepte lo apoyaré, sea Scioli, Massa o Macri, que dijo ‘pobreza cero’ pero no le creo, porque también dijo que iba a hacer diez kilómetros de subterráneo por año y no lo hizo”.

Tanto como en la primera vuelta, los resultados del balotaje permanecen abiertos. La paradoja es que, finalmente, ganará el candidato que mejor convoque a los que no lo votaron.

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