El conflicto que padece actualmente la Argentina no comenzó en 2019. En realidad, la mutación que sufrió nuestro país fue generada expresamente a partir de diciembre de 2015, con la adopción, por parte de Mauricio Macri, de algunas medidas ejemplares. Podrían algunas de éstas ser enumeradas por la positiva o por la negativa. En el primer bloque se podría contabilizar a los aumentos desmesurados de las tarifas de los servicios públicos, del transporte, de los combustibles y a la generalización en el cobro de algunos impuestos (como Ganancias). Dentro de lo negativo se puede nominar a la caída de los salarios, motivada en todos los casos por la ausencia o por la limitación de las negociaciones paritarias.
A partir de esta árida realidad, comenzaron a crecer cada vez más las transferencias de ingresos desde el sector asalariado –que algunos analistas económicos situaban en diciembre de 2015 como destinatarios del 46 al 53 por ciento del Producto Bruto Nacional- hacia el sector empresarial. Hoy, casi cuatro años después, los asalariados sólo obtienen el 24 por ciento del PBN. Y estudios recientes podrían hacer caer aún más este índice.
Esta enorme desvalorización del mercado interno retrotrajo la economía a valores similares -en casi todas las áreas de la producción industrial- a los que regían antes del 2001, incluso hasta una década antes.
Una muestra nos la trae el mercado de la carne. En los primeros diez meses de 2019 creció un 47,8 por ciento la exportación, lo que constituye un record para los últimos diez años. Hasta allí, ésta aparenta ser una buena noticia, pero los números finos resultan decepcionantes: la producción aumentó sólo el 1,1 por ciento y el consumo interno cayó un 9,6 por ciento, hasta niveles sólo hallados en 2002.
Paralelamente, en 2018 la inflación alcanzó el 47,6 por ciento, según el INDEC y las proyecciones para este año son aún mayores y aquella podría llegar hasta el 53 o 54 por ciento. En ambos casos, son las más altas desde 1991, cuando la inflación alcanzó el 41 por ciento.
Para agravar el panorama, mañana, jueves siete de noviembre de 2019, vence un pago de deuda pública de 290 millones de dólares y se adivina por detrás de este abismo la sombra del ínclito (ilustre, para los legos) Luis “Toto” Caputo.
La crisis provocada por las medidas de ajuste derrumbó tan violentamente el mercado interno que el Estado se quedó sin su principal fuente de ingresos. Por eso, no tuvo otra alternativa que apelar al financiamiento externo para cumplir con sus obligaciones. Lo hizo yendo a buscar fuentes privadas para obtener los créditos necesarios, hasta que sus incumplimientos obligaron al Gobierno a acudir al Fondo Monetario Internacional, que presta realmente a tasas mucho menores y más ventajosas que el JP Morgan, aunque como contrapartida exija tomar medidas de ajuste impropias para el nivel de vida de los hijos de este país.
El endeudamiento se utilizó además para compensar la rebaja de impuestos a algunos sectores concentrados de la economía, que poseen una gran capacidad de presión sobre los funcionarios del Estado. La espiral volvió a girar, entonces, en torno al pago de las obligaciones financieras y hacia ajustes más severos.
Para peor, ni un solo dólar de los tomados en préstamo salió del sistema financiero, que los blindó especialmente para que fueran utilizados sólo para sí mismos. En un reportaje al gobernador de San Luis, Alberto Rodríguez Saá, realizado hace casi un año, éste le manifestó a quien esto escribe, muy en ‘modo mandatario’: “ni un solo dólar se usó para construir un sólo metro de cordón-cuneta”.
Esta forma de valorización financiera, similar al utilizado en el período 1976-2001, reclama que los dólares sólo son utilizados para cubrir las necesidades del sistema bancario y se utilizan también para financiar la fuga de capitales, por lo que el país emisor de deuda –Argentina, en este caso- queda además con la plaza “seca” de dólares y hasta de pesos, para prever la fuga de éstos hacia el dólar.
Paralelamente, en su despedida, la Jefatura de Gabinete publicó un documento titulado “La herencia económica que dejamos”, en la que se difunden una serie de polémicas afirmaciones. Para empezar, dejaremos el comienzo en estas páginas a disposición del lector: “A fin de 2019 el país está listo para crecer. Sin magia, sin mentira, sin ficción. Gracias al esfuerzo de los argentinos de todos estos años, hemos revertido la herencia de 2015”.
Se verá en el corto plazo si esta afirmación guarda alguna veracidad. Todo hace pensar que no. Dicen que crisis significa oportunidad, en chino. Pero la oportunidad será para otro, no para Mauricio Macri.