La situación mundial por estos tiempos va poniendo en blanco sobre negro algunas situaciones obvias en distintos puntos del mapa, sobre todo en aquéllos sitios donde se están desarrollando conflictos de fuerte intensidad. La tendencia hacia una mirada más realista de los escenarios, tanto desde la política como desde el relato mediático, tiene que ver con la imposibilidad de sostener desde el Eje Occidental el accionar concreto y discursivo con el cual se manejaron las cosas desde el comienzo, allá por 2014 cuando se falsearon los compromisos asumidos en los Tratados de Minsk I y II, por el cual Alemania, Francia y Ucrania se complotaron para ganar tiempo y evitar la desintegración total de Ucrania en aquél momento, luego de la reacción de muchas regiones del país eslavo al Golpe de Estado, que derrocó al Presidente Víctor Yanukovich, hecho disfrazado por la historia de revuelta popular con el nombre de Euro Maidan.
De allí en adelante todo resultó un crescendo en el ámbito militar ucraniano, con nuevo financiamiento, nuevas armas de todo tipo, nuevas capacitaciones para sus FF.AA. y sobre todo un funcionamiento complementario de las fuerzas de Kiev con la estructura de inteligencia de la OTAN que las guiaban estando ya situados cerca de los objetivos, y que se fueron acoplando al genocidio silencioso en el Donbass desde aquéllos días.
La paz fue bastardeada inmediatamente en función de intereses geopolíticos y económicos que no eran precisamente del interés del pueblo ucraniano. El alto el fuego nunca fue real luego que Rusia retrocediera posiciones según lo acordado. Una historia de traiciones que se volvería a repetir en Bielorrusia en marzo de 2022 (con un acuerdo de 15 puntos) y luego en la ciudad de Estambul, dónde se avanzó aún más en esa línea. La retirada de la delegación ucraniana de las mismas, mientras Rusia retiraba sus fuerzas de los alrededores de Kiev, tuvo un solo mentor y no fue precisamente el presidente Volodimir Zelensky. La decisión transformada inmediatamente en orden fue tomada por el Primer Ministro británico, Boris Johnson. La apuesta del Reino Unido (y de Washington) era otra y las intenciones eran imposibles de cumplir pero nada los detendría en ese momento. El objetivo de acercar a la OTAN a la vecindad rusa, desmantelar hasta el final las fuerzas que defendían Lugansk y Donetsk, acosar a Rusia intentando con la ¿presión interna? la caída de Vladimir Putin y desintegrar el territorio de Rusia luego, era –como ya lo fue en cuatro ocasiones en la historia- y sigue siendo el objetivo occidental, sobre todo del eje anglosajón, aunque ahora cuenta con algunos líderes europeos confundidos y sin estrategia, que actúan solo obedeciendo al ex hegemón, en un Vía Crucis que ya les trae –y traerá más- graves consecuencias.
El viaje del canciller ucraniano, Dmitri Kuleba a China para reunirse con su par oriental Wang Yi revela la debilidad de los “aliados” para continuar una aventura que ya salió carísima en vidas y heridos, que en términos económicos se torna insostenible, y en el plano bélico solo puede terminar peor de lo que está ahora para la OTAN. Si bien cada vez que Ucrania se sentó a una mesa a hablar sobre un posible acuerdo de paz todo terminó en la nada ya que ellos no deciden, esta vez y tras dos años y medio de conflicto, ya convertido en un Estado fallido y con muchas grietas entre sus patrocinadores para sostener la guerra y a su Presidente, las cuestiones pueden tener algún matiz diferente. Veremos.
Zelenski firmó en octubre de 2022 un decreto que le impide a Ucrania negociar con el gobierno de Vladimir Putin (aunque no con Rusia). Eran épocas de sueños incumplibles y mentiras reiteradas en los medios occidentales a través de una campaña mediática feroz. Pero la situación internacional (multipolaridad, BRICS), local (desconfianza hacia su persona) y en la línea del frente fue cambiando, en las tres instancias lamentablemente para él.
La “cumbre para la paz” de Suiza inventada y sostenida por la OTAN para empezar a recorrer, aunque de manera errática (pero con Zelensky) una salida al conflicto fue tal como lo previsto, un fracaso. Solo el núcleo duro occidental, con algunas excepciones, asistió o prestó cierta conformidad con un documento inútil por donde se lo mire. El Sur Global, el eje asiático (China e India) y Medio Oriente con Arabia Saudita a la cabeza, o sea una amplia mayoría planetaria, no le dio crédito a esa operación.
La debilidad interna creciente del Presidente Zelensky, que además está con su mandato vencido (por la guerra dice él, mientras Putin reeligió con el 87 por ciento de los votos en marzo pasado), la concentración del poder, su autoritarismo y alejamiento de la gente ya es detectado por sus jefes extranjeros que más allá de la continuidad del conflicto o no, quisieran ver una conducción política del país menos corrupta, más eficiente y con alguna posibilidad de contener el avance ruso. Nada de eso sucede ahora. Por eso pisan el freno.
China y Brasil presentaron un Plan de Paz conjunto y desde Washington obligaron a Kuleba a mover en esa dirección entendiendo que el escenario fallido de Suiza no podría volver a repetirse. Esa foto de familia, fue recordada por las ausencias. Sin Rusia, es ridículo, pero sin los BRICS es imposible. El mundo hegemónico ya caducado, está aprendiendo a los golpes cómo se definen las cosas ahora. Y allí fue Kuleba a bajar sus viejas banderas que antes agitaba irresponsablemente mientras morían cientos de miles de compatriotas y escuchar ofertas posibles que antes ni escuchaban. Tanto Washington como Moscú esperan ver hasta qué punto este baño de realismo de Kuleba se transforma en algo concreto. Veremos también esto.
Anticipándose a esta movida, Vladimir Putin reafirmó hace un mes de un modo contundente las condiciones de Rusia para un alto el fuego inmediato. Es el único plan de paz en danza hoy. Fue tomado a la ligera por los patrocinadores de Ucrania, aunque reconocen en privado que fue una propuesta de paz, infumable para ellos, pero concreta y allí nació esta etapa en la que quizás se pueda avanzar algo en esa directriz. La otra opción rusa es la continuidad hasta cumplir en modo operación militar sus objetivos originales. Va creciendo en el bloque Occidental la certeza que no habrá paz posible sin pérdida de territorios para Ucrania, que las fronteras de 1991 jamás volverán a existir y solo parece que faltaría resolver los nuevos límites y las nuevas condiciones. Ambas cosas podrían empeorar para Ucrania si mantiene su posición de recuperar Crimea y todo lo perdido en Norte, Este y Sur. Un imposible y también peligroso objetivo, ya que Odessa y el Mar Negro podrían ser las siguientes prioridades luego de las cuatro regiones ya ocupadas.
Nada hace prever que un camino de paz esté en marcha, pero sí están las condiciones a punto de caramelo para el bloque Occidental, que ya se cansó de esta historia que no le cierra por ningún lado. Europa (la UE) seguirá alejada de Rusia probablemente por unos cuantos años y tratará de encontrar un rumbo acertado antes que su rica historia decline -junto a su paranoia- definitivamente ante la nueva realidad. Los límites, el levantamiento de las sanciones económicas, el alineamiento y status de Ucrania serán las claves del arreglo en caso que éste avance, algo que sólo por el involucramiento de China en esta etapa se puede tomar con algo de seriedad y realismo.
La OTAN no puede perder la guerra en el terreno ni con la política que la engendró. Su problema es encontrar una salida decorosa y empieza a investigar nuevas alternativas. Rusia tampoco puede dar marcha atrás, pero hoy está en ventaja en ambos temas, tras los treinta meses de conflicto.
La paz no es una posibilidad concreta en este momento, pero Occidente pretende acelerar los tiempos (o quizás planifica una nueva estafa), aunque esta vez la ruptura total de la confianza con Rusia impedirá que se repita esa escena. Queda bastante claro que, si esta vez las propuestas prosperan, el que gane la paz habrá conquistado su anhelo. Y ganado la guerra.