“Vamos a convocar a un gran acuerdo nacional, que no incluye solamente a los partidos, sino también a los sectores empresariales, financieros y laborales, para crear un clima de paz necesario para el desarrollo.” La frase encomillada no corresponde al jefe de Gabinete, Marcos Peña, sino que fue proferida por el entonces presidente de facto Agustín Lanusse hace casi medio siglo. Los paralelismos, afortunadamente, se agotan en la nomenclatura, pero ayudan a entender la desorientación de un Gobierno nacional que, una vez más, parece ignorar el contexto histórico en el que se desarrolla, lo que dificulta su llegada a buen puerto y le hace difícil encontrar salida a la crisis política en la que está envuelto.
Ahora, al menos, lo intenta. La última semana comenzó con un respiro de las tensiones macroeconómicas que coincidió con una serie de medidas que indican una mayor apertura política del presidente Mauricio Macri, necesarias (ya veremos si suficientes) para desarmar la bomba de tiempo que ponía en riesgo la gobernabilidad. Hacia adentro y hacia afuera: fueron días de amnistías políticas a aliados y acólitos que durante los primeros dos años y medio de gobierno habían caído en desgracia o fueron apartados de los lugares clave para la toma de decisiones, al mismo tiempo que se les tendió una mano a los sectores dialoguistas de la oposición para que se acerquen al calor del poder.
El giro copernicano del Gobierno no tuvo que ver con un arranque de generosidad sino con la necesidad imperiosa de compartir los costos políticos que traerá aparejados, necesariamente, esta nueva etapa, de negociaciones con el Fondo Monetario Internacional. Más ajuste y menos buenas noticias. Además, aspira a contener el desbande del peronismo amable, que ante una crisis y ya casi en vísperas de una nueva campaña electoral, cada vez encuentra menos alicientes a mostrar su mejor rostro y poner la otra mejilla. Por último, la invitación al diálogo permite pasar la pelota, al menos por un corto período, del otro lado de la cancha, lejos del arco cascoteado en Balcarce 50. Un respiro breve, pero un respiro al fin, valioso cada vez que el agua llega hasta el cuello.
El peronismo “amistoso”, ahora, debate qué hacer ante el convite oficial. Una negativa de plano puede leerse como mezquindad y tener un costo político, sobre todo en caso de que Macri salga airoso de este trance. Además, no deja de ser una pequeña capitulación ante un presidente que les reservó, durante dos años y medio, más palos que zanahorias. “Cuando le iba bien nos mandaba fiscales y jueces; ahora quiere que salgamos en la foto del ajuste”, reflexiona con amargura un senador que por ahora revista en el bloque dialoguista de Miguel Pichetto. Despegarse ahora tiene, además, otro costo que pocos en ese sector están dispuestos a pagar. “¿Vos querés que salgamos a admitir que Cristina tuvo razón todo este tiempo? Estás loco”, completó el legislador, ante la consulta de este cronista.
Por otra parte, hacer lugar al pedido de Peña tampoco será gratuito. A nadie le gusta dar malas noticias, y las noticias que habrá por delante los próximos meses no serán, precisamente, las mejores. Los gobernadores necesitan, por lo menos, cuidar el terruño, donde el ajuste golpeará con fuerza. Pero, además, reflexionan que si el Gobierno, gracias al apoyo opositor, sale bien parado, eso será capitalizado por el oficialismo y no por los actores de reparto. La experiencia de las elecciones de 2017 les enseñó, además, que en las buenas Cambiemos es implacable con sus socios opositores; un oficialismo de capa caída es, en el fondo, una noticia auspiciosa a la hora de pensar en reelecciones, bancas en el Congreso y hasta en aventuras presidenciales. Recalculando.
El tratamiento en la Cámara alta de la ley de tarifas impulsada por la oposición servirá para medir el posicionamiento de algunos referentes del peronismo simpático. Lo que hasta hace pocos días se encaminaba a una sanción segura, que obligaría a Macri a dictar un veto impopular, hoy está en una encrucijada, merced de la labor de los operadores oficialistas en el Senado. Pichetto, en primer lugar, consiguió patear una semana para adelante el dictamen de comisión; ganó tiempo para que el Gobierno consiga los votos que le faltan para trabar la iniciativa. Difícil, aunque no imposible.
Por sugerencia de los radicales, en la Rosada ya trasuntan un plan B: proponer cambios que alivian en el costo fiscal y político del proyecto a cambio de la promesa de promulgar la ley. La idea resulta atractiva para el oficialismo. En el mejor de los casos, implicaría ganar una pulseada que la oposición celebraba a cuenta. En el peor, el proyecto debería volver a la Cámara de Diputados, dándole al Presidente tiempo y oxígeno. En el Gobierno señalan una contra: si se posterga mucho el debate y aún así triunfa la propuesta opositora, el veto caería en pleno invierno, cuando más daño hacen las boletas de servicios. El clima, hasta ahora, fue mejor aliado que muchos aliados.
Hablando de aliados, las puertas de la Casa de Gobierno se abrieron para que pasen algunas figuras que hace rato no andaban por ahí: la crisis obligó al macrismo a aflojar el cepo político que había puesto sobre la toma de decisiones después del triunfo electoral del año pasado. Así, Ernesto Sanz volvió a ser convocado a las reuniones de mesa chica; Emilio Monzó recibió una absolución por sus pecados, y los gobernadores radicales también fueron convidados a participar de los encuentros donde se decide el rumbo del gobierno. Se sobreentiende que las invitaciones no son meramente cosméticas: Sanz y Monzó ya demostraron que no tienen problema en hacer un desplante si no se sienten escuchados; Macri no tiene margen para eso.
Sumar caras y voces a la mesa chica, que ya no es tan chica, además, es una forma diplomática de licuar el poder que venían ostentando Peña y sus dos laderos, los CEO Mario Quintana y Gustavo Lopetegui, sin tener que recurrir a una cirugía mayor de gabinete. Al Presidente, que sigue confiando en ese trío, no le gustó que intentaran aprovechar la crisis cambiaria para reemplazar a Nicolás Dujovne por un favorito de la jefatura de Gabinete, el ex JP Morgan Vladimir Werning. Lejos están de zanjarse las internas, al igual que no quedó resuelta la crisis económica y política de fondo, pero unos pocos días de calma puede ser lo que necesite el Gobierno para retomar la iniciativa. Está por verse.