Un Justicialismo sin esencia favorece la acción destructora de Milei

Un Justicialismo sin esencia favorece la acción destructora de Milei

Cristina quiere liderar al peronismo. Milei yace en el hueco que dejó la defección de muchos. Milei, si quiere seguir, va a tener que pensar en términos políticos. ¿Llegó la alvearización peronista?


La política es el resultado del conflicto. No existe la paz ni el orden al interior de las sociedades, que en su dinámica exigen que esa tensión permanente sea resuelta por la política. La Justicia, cuando funciona, se ocupa de resolver los conflictos entre privados. El método de la buena política para conseguir el equilibrio -siempre inestable- en el seno de la comunidad consiste en la aplicación de la tríada dialéctica: tesis, antítesis y síntesis. Por el contrario, cuando la discusión política deja paso a la imposición de soluciones no debatidas en el seno de los cuerpos sociales colegiados, como los parlamentos, los partidos políticos, los sindicatos, las organizaciones profesionales y los movimientos sociales, comienza a imponerse la “dictadura de los mercados”, que puede surgir de una elección con pátina democrática, como la de 2023 o por medio de una dictadura, como en 1976 en Argentina.

En Argentina conocemos -aunque no lo pareciera- bastante de dictaduras. Sin ir más lejos, hoy se enseñorea en Argentina una brutal “dictadura de los mercados”, resultante de una elección engañosa, en la que el presidente elegido se arrogó funciones que exceden ampliamente su contrato electoral. De esta manera, comenzó una tarea de desguace de las instituciones sociales democráticas, construidas durante más de un siglo con el ahorro público. Así, el PAMI, la ANSeS, Aerolíneas Argentinas, el INTA, el INTI y algunos bancos estatales están siendo destruidos desde adentro, sin que la sociedad reaccione adecuadamente, haciendo gala de la fuerza y la convicción necesarias para frenar el atropello, no sólo de los derechos del Pueblo, sino también de las obligaciones del Estado Argentino.

Mientras los funcionarios de la administración libertariadora se dedican a depredar la república -palabra que en su primera acepción equivale a la “cosa pública”, es decir, a lo que pertenece a la comunidad-, la oposición intenta trabajosamente reorganizarse para enfrentar la crisis que construyeron con insensata facilidad Javier Gerardo Milei y sus funcionarios, que en su primer mes de gobierno devaluaron la moneda, triplicaron las tarifas, despidieron a miles de trabajadores estatales, suspendieron la obra pública, derogaron los planes sociales y desfinanciaron a las provincias, anticipando lo que vendría en estos últimos meses.

Los beneficios de un enemigo amnésico

El peronismo ha perdido su esencia. Existen los peronistas, pero de a uno. Esa comunidad que sobrevivió a la represión más salvaje y al olvido al que intentaron condenarla, deambula sin sentido ni orientación. No hay liderazgos políticos, en este tiempo en el que la política se compone de premisas fáciles, inoculadas por gurúes mediáticos altamente asalariados, que inyectan raros venenos espirituales, que sólo sirven para cosechar odios irracionales, para los que no existe el antídoto de la sabiduría o de la experiencia, que serían los únicos medios para resistirlos.

Los debates internos del peronismo se limitan al establecimiento de cuotas de poder, del manejo de áreas del Estado que otorgan visibilidad a sus manejadores y a ejercer una conveniente sordera para los reclamos del Pueblo. Las prácticas de liderazgo de los últimos 40 años del peronismo desmienten su historia. Los líderes exigen obediencia, lealtad y seguimiento, pero no devuelven nada a sus laderos. La lealtad tiene una sola vía, la de ida. Así, convertido en un partido liberal como cualquier otro, el peronismo conoció repetidas derrotas y traiciones que llevaron a esas decepciones.

La única dirigente que se plantó fue Cristina Fernández de Kirchner, pero ella misma carga también con sus limitaciones, debidas en gran parte a las feroces campañas de desprestigio que se desarrollaron en su contra, que incluyeron la pistola Bersa calibre 32 que estuvieron a punto de gatillarle en la cabeza. El resto de la conducción no conduce nada. No existe la legitimidad política. Sólo ella sobrevive al archivo, pero así como sus seguidores son fieles, sus enemigos también lo son. Su fuerza está radicada en los barrios pobres de los centros urbanos y en algunos sectores de la intelectualidad y de allí no se moverá demasiado. Por ahora, al menos.

A pesar de sus detractores, Cristina conserva su predicamento, pero aquellos lograron afectar su expansión hacia otros sectores políticos. Ese blindaje de un gran sector de la clase media es el dique de contención que le impedirá crecer más allá de su importante caudal de votos. Su defecto es que ella no conduce, manda. Exige la incondicionalidad, no busca a pares que piensen con ella, interactúen con ella y la ayuden a tomar decisiones. Cuando el líder manda, sus seguidores se agotan más rápido y comienzan a dudar, porque nadie tiene toda la razón todo el tiempo. La falta de participación es el freno a los liderazgos. Ése es el pecado y la virtud de la expresidenta, que supo construir una imagen que sobrevive a la pedradas traicioneras del destino, aunque sus enemigos lo desmientan. Quizás por eso mismo, por esa firmeza de sus enemigos, tan intensa como la de ella, aún sigue vigente.

¿Unidad?

En cuanto a la cohesión del movimiento político que nació en 1945, el pecado de esta hora es el ánimo de imitar a los radicales. Hace muchos años, se hablaba de la “alvearización” de la Unión Cívica Radical, aludiendo a la crisis en la que entró en 1930, después del derrocamiento de su líder, Hipólito Yrigoyen a manos del rudimentario aprendiz de dictador, el general José Félix Uriburu. El partido de Yrigoyen se dividió allí entre los yrigoyenistas y los antipersonalistas. Éstos se aliaron con los golpistas -apoyados por Marcelo Torcuato de Alvear- y conformaron la Concordancia, que fue la unidad entre el Partido Demócrata Nacional -liderado por Julio Argentino Roca (h)-; la Unión Cívica Radical Antipersonalista -presidida por Agustín Pedro Justo- y el Partido Socialista Independiente, cuyo presidente era Antonio De Tomaso. Esta alianza política destruyó, además de la Argentina, la tradición popular del radicalismo, convirtiéndolo en un partido más del sistema, ausente de rebeldía y de afán reivindicatorio de la clase trabajadora. Desde entonces, la interna es el deporte de los radicales, que se dedican alegremente a la rosca, habiendo abandonado los sueños revolucionarios a los que aludió alguna vez Arturo Jauretche en su poema épico “El Paso de los Libres”.

En su construcción política, Cristina tiene tropa propia, cuyo volumen pocos pueden igualar. Además, tiene una historia para contar, que son los doce años en los que compartió el poder con Néstor Kirchner. También carga con sus propios errores, entre los que se cuentan las designaciones de Daniel Scioli y de Alberto Fernández para llegar a la Presidencia de la Nación, fallido el primero y exitoso el segundo, pero ambos igual de fracasados. En medio de esta maraña de egos insuflados, aspiraciones desmedidas y resultados inciertos, yace Javier Milei, cuyo capital fundamental es el desconcierto y la dispersión peronista, a no ser que sea capaz de en los próximos dos años de construir una alternativa política seria. Esta última opción no pareciera ser la más viable, de todos modos.

Para eso debería hacer política, no rondas de insultos. La imagen de Milei este viernes, mirando hacia la nada en silencio, mientras los demás presidentes del Mercosur departen entre sí, sin incluirlo en su diálogo, debería hacerlo reflexionar, aunque tampoco esto pareciera ser viable.

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