Fue acercándose de manera inexorable, como un choque visto en cámara lenta. En el Gobierno nacional supieron desde un primer momento que, eventualmente, el tema iba a volverse un problema político. Y aun así no hicieron nada para detenerlo o reducir los daños. Entonces llegó el crash. Justo cuando los humos de diciembre se comenzaban a disipar en el espejo retrovisor y la Casa Rosada podía volver a imponer su agenda, a pesar de los escándalos de corrupción que se destaparon durante este verano extra large y tras 29 meses de subas que llevaron a que el valor de las boletas se multiplicara varias veces, el aumento de las tarifas de servicios públicos explotó, finalmente, en las manos de Mauricio Macri. El momento no pudo ser más inoportuno. El comienzo de la pendiente de su primer mandato encuentra al Presidente ante el desafío más complejo que tuvo hasta ahora.
Sus socios le levantaron la voz en público. Sus aliados le retacearon colaboración. Los opositores olvidaron, por una vez, sus diferencias para oponerse a la iniciativa presidencial. El Congreso se convirtió en un lugar hostil para el oficialismo; sus principales espadas en cada cámara, Miguel Ángel Pichetto y Emilio Monzó, reculan y recalculan. Los gobernadores, por una vez, opusieron resistencia, incluso algunos propios, como el mendocino Cornejo (a la sazón, presidente de la UCR), y otros casi, como el cordobés Schiaretti. La opinión pública agota su paciencia y sus bolsillos al mismo tiempo. Hasta los comunicadores más amables le muestran los dientes. Es Macri contra el mundo. La muñeca política del mandatario ha sido puesta a prueba. Lo que está en juego es mucho más que la tasa de ganancias de las empresas prestadoras y aún el déficit fiscal.
La primera alarma la dio ese Rodrigo de Triana que tiene Cambiemos en la diputada Elisa Carrió, mucho mejor entrenada que las otras partes de la entente para detectar cambios en el humor social que pueden tener rédito o costo político. Lilita puso un grito en el cielo y amenazó con un pedido de informes público sobre la situación tarifaria, aunque su entusiasmo en la materia declinó con el correr de los días. Le siguieron los radicales, encabezados por Cornejo, que acudieron a la Casa Rosada para reclamar una solución al aumento de los servicios y más lugares en las boletas del año que viene. Se fueron sin ninguna de las dos cosas. Por ahora, no habrá rebelión en la granja: mejor ser cola de león Pro que cabeza de ratón radical. Pero todo puede cambiar si al león se le empiezan a caer los dientes.
El viernes pasado llegaron a Casa Rosada las últimas mediciones de opinión pública que religiosamente encargan y estudian Macri y su principal asesor, el gurú del marketing político Jaime Durán Barba. Fueron las peores en los casi dos años y medio que lleva Cambiemos en el poder. El Presidente, según este sondeo, solo tiene imagen positiva entre un tercio de los argentinos; desde diciembre de 2015 dilapidó casi 25 puntos. Se confirmó, además, la tendencia que se había percibido durante el debate por la reforma jubilatoria: las balas, ahora, entran directo a la figura presidencial. La novedad, en todo caso, fue que esta vez el enojo salpicó también a la gobernadora María Eugenia Vidal, que aunque sigue siendo la figura política más popular del oficialismo (y del país) rompió, por primera vez, el piso del cuarenta por ciento de aprobación.
Probablemente, los gobernadores conocían estos datos cuando decidieron frenarle el carro al Presidente, que había pedido en una cuasicadena nacional que las provincias rebajaran impuestos y tasas a los servicios públicos para ser solidarios en este trauma. O quizás lo hicieron porque las economías provinciales, ya castigadas por el pacto fiscal firmado bajo amenaza el año pasado, no pueden soportar el peso de la carga que Macri les encomienda. O a lo mejor porque cada vez falta menos para la campaña y ya no es negocio mostrarse tan amigable. Lo cierto es que los mandatarios provinciales, que hasta ahora funcionaban como garantes de gobernabilidad, le escatiman no solamente el dinero, con lo caro que está, sino también apoyo político.
Así las cosas, en el Congreso el panorama para el oficialismo es complejo, como pudo apreciarse en las últimas sesiones. Esta semana, la oposición unificó 29 proyectos diferentes sobre tarifas para torcerle la mano al oficialismo y obligarlo a bajar al recinto para discutir el tema; una proeza sin precedente durante el gobierno de Macri y una señal de la que los operadores de Cambiemos en el Congreso deberían tomar nota. Hablando del asunto: con Monzó oficialmente en retirada y Massot en penitencia por sus errores no forzados, algunos legisladores de la UCR planean tomar la cámara de Diputados por asalto. En la Casa Rosada no quieren saber nada pero tienen un problema: no encuentran ninguna figura propia con la capacidad de asumir esos roles. En doce meses, a fines de abril de 2019, arranca el calendario electoral. Va a ser un año muy largo.