La primera noticia acerca del término “pato rengo” (lame duck) fue escuchada en la Bolsa de Londres en 1761. Aludía a un “profiteer” (especulador) que luego de adquirir una opción de compra, no podía hacer frente al pago definitivo. El pato rengo cometía, entonces el peor de los pecados, el de convertirse en un “defaulter” (deudor), una palabra que los argentinos conocemos tanto que casi deberíamos haber sido sus creadores.
El “lame duck” no la tenía fácil en ese mercado de bestias salvajes, en el que los “bulls” (toros) apostaban al alza de las acciones, mientras que los “bears” (osos) jugaban a la baja. En esta caterva de rebaños salvajes, el animal rengo quedaba a merced de los depredadores, que lo convertían fácilmente en su víctima. Luego, el término migró hacia la política.
Argentina se destaca en el mundial de la cojera
Argentina ostenta también por estos días su propio pato rengo. El presidente Alberto Fernández transita su último año como presidente, envuelto en conflictos -muchos de los cuales, justo es decirlo, le fueron legados por el desastroso gobierno que lo precedió-, pero sin haber resuelto ninguno de los que recibió, ni los que se generaron durante su mandato.
En ese tóxico medio ambiente, la vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, comenzó, ya hace más de un año, a reconstruir el proyecto político que el Frente de Todos nunca alcanzó a plasmar.
Para cumplir con este fin, durante el año 2021 se comunicó con todos los gobernadores que responden al Frente de Todos, que son 16. En principio, diez mandatarios provinciales le respondieron que seguirían dentro del proyecto político. Los otros seis se encontraban aún dubitativos. Ninguno repudió la idea, pero éstos prefirieron en ese momento mantenerse en las cercanías de la Casa Rosada. Hoy eso ya no ocurre. Casi todos ellos son ahora asiduos visitantes del Instituto Patria o de las oficinas de la presidenta del Senado.
¿Hay 2023?
Va a ser difícil el 2023, aunque la elección aún no fue dada por perdida por la vicepresidenta, tal como rezaban algunas versiones. Un proyecto político se protege con Plan “A”, con Plan “B” y aún con otras estrategias. Las hay de máxima y de mínima. La primera, sería ir por todo. La segunda, abroquelarse en lo aún se puede rescatar. Dicho en argentino: ir por la Casa Rosada o parapetarse en la provincia de Buenos Aires y en aquellos otros distritos en los que se puede salvar la ropa.
La estrategia dio resultado en 2017. El peronismo comenzó a volver desde las provincias en las que gobernaba tras el desastre de 2015. La consigna que pergeñó Alberto Rodríguez Saá, entonces, fue: “Hay 2019”. Paralelamente, Cristina Kirchner llegaba al Senado representando a la minoría, después de perder la elección por menos de cinco puntos, a pesar de haber encarado una campaña sin dinero ni recursos. A pulmón, como suele decirse.
De todos modos, como Argentina contra Polonia, la estrategia primordial del peronismo para 2023 pasa por sostener lo ya logrado y luego, si hubiera posibilidades, pelear por el premio más importante. El Frente de Todos alcanzó para derrotar al proyecto político neoliberal que encarnaba Mauricio Macri, pero no para construir una alternativa nacional y popular, es decir, una alternativa “populista”.
El conurbano, territorio en disputa
En los 24 partidos del Área Metropolitana Buenos Aires se decide buena parte del proyecto político en cuestión. En 2015, Cambiemos logró hacer pie en algunos municipios importantes, como La Plata, Lanús, Tres de Febrero, Morón y Vicente López, pero nunca logró consolidarse en el territorio en el que nació el peronismo y que siempre fue su base política, aún en los tiempos más difíciles.
En ese ámbito impuro, en el que se mezclan la riqueza más ostentosa con la pobreza más lacerante se va a pelear voto a voto. El que gana la Provincia de Buenos Aires, gana todo, se dice en los mentideros políticos. No es necesariamente así, pero una vez más, si sobreviniera la adversidad, desde allí nacerá la resistencia del peronismo al neoliberalismo, al que consideran que arruinaría al país.
En este territorio, al que el analista político Jorge Asís denominó hace años como “las estepas rusas”, se están produciendo los movimientos que permiten intuir hacia dónde se va a diversificar la oferta peronista en 2023.
Por de pronto, el presidente de la Nación –que lo es también del Partido Justicialista- insinúa desde hace dos años con intentar la reelección. De todos modos, no lo intentará seriamente. Allí entra, entonces, la teoría infalible del “pato rengo”. Si Fernández admitiera que su futuro político reside en la vuelta al llano, el pato ya no sería rengo, estaría paralizado. Su única alternativa reside en esa amenaza de intentar su continuidad y entretanto amenazar de alguna manera a sus socios para sostener el escaso poder que aún atesora.
La única salida estaría, entonces, en resolver la controversia de los candidatos en las Primarias, pero algunos de los laderos del presidente insisten en que esto sería una humillación para su investidura, en lo que suena como un intento de sabotear absolutamente todo futuro posible para la continuidad del Frente de Todos. En este panorama, el presidente jamás se autoexcluirá, porque piensa que eso sería su fin y quizás no le falte razón.
En medio de estas controversias, ante la amenaza del naufragio, la mayoría de los gobernadores abandonaron la barca del primer mandatario. En el mundo sindical, pocos siguen respondiéndole. El único aliado de peso que le quedaba hasta ahora en el Conurbano era el líder del Movimiento Evita, Emilio Pérsico, pero éste también hizo abandono de persona y comenzó a reconstruir su alianza con Cristina Fernández de Kirchner, que antes había dinamitado. No está ausente en este reencuentro la ambición de Pérsico de destronar al intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, promocionando la candidatura de su esposa, la senadora bonaerense Patricia Cubría.
Éste fue el último golpe a la reelección, pero había habido pasos previos. Tres intendentes del Conurbano, que ocuparon cargos en el gabinete, Gabriel Katopodis, Jorge Ferraresi y Juan Zabaleta, que recorrieron toda la provincia como delegados del presidente durante dos años y medio, ya hace seis meses que lo hacen en representación de sí mismos. Inclusive Ferraresi y Zabaleta volvieron a ocupar sus intendencias para enfrentar el 2023 desde la trinchera, alejados de las confortables oficinas gubernamentales porteñas.
Pérsico, Katopodis, Zabaleta y Ferraresi anticipan en privado que será difícil ganar en 2023 y que la única posibilidad pasa por armar otra construcción política, ladrillo a ladrillo y que ésta sólo es posible con Cristina, nunca contra ella, como pretendían desde algunas oficinas centrales.
Aun así, no habrá paz en este mundo convulsionado. Relató Umberto Eco en su artículo “La Cuarta Roma”, que narraba cómo “se producían dramáticas situaciones de punto muerto entre dos ejércitos, cada uno de los cuales no atacaba al otro porque estaba preocupado por su propia batalla interna. Ganaba, por lo tanto, la facción cuyos adversarios (más hábiles) se habían autodestruido antes”.
Esto viene a cuento porque toda esta dura batalla que sobrevendrá en 2023 tendrá como objetivo casi excluyente la conservación y no la innovación. Se produciría, entonces, la paradoja de que el equilibrio entre el ejército neoliberal y sus pares “populistas” provocaría una situación de inestable insatisfacción entre los argentinos, ya que nadie impondría una distribución del ingreso regresiva, injusta y arbitraria, que es el documento de identidad de los gobiernos antipopulares.
El pato rengo resiste, mientras que los toros juegan a levantar la apuesta, los osos, a bajarla y los gorilas juegan a quedarse con todo, ante el tumulto que neutraliza a los otros animales.
Hasta que el peronismo renazca, esto seguirá siendo así.