Un pistolero intentó asesinar a las 20:52 de la noche del jueves 1° de septiembre a Cristina Fernández de Kirchner, vicepresidenta de la Nación argentina.
Cristina, como venía haciendo todas las noches desde hacía 11 días, llegó hasta la puerta de su casa, en Juncal y Uruguay, en donde la esperaban cientos de partidarios, que querían verla, saludarla y hacer que se sintiera acompañada, ante la arbitrariedad judicial que atraviesa por estos días. El amor de la militancia peronista con la expresidenta tiene esas cosas.
En momentos en que Cristina se aprestaba a firmar el libro de su autoría “Sinceramente”, que le alcanzaba un manifestante, de repente, el pistolero brasileño de madre argentina Fernando André Sabag Montiel puso una pistola Bersa Thunder calibre 7,65 de doble acción frente a su propia cara y gatilló dos veces.
Al menos, esto es lo que se observó en el video, en el que se pudo escuchar el escalofriante, seco sonido que se produjo cuando el martillo percutió sobre la aguja y ésta no encontró la bala en la recámara, que estaba vacía. El arma tenía cinco balas en su cargador, todas en buen estado.
Especulando sobre lo sucedido, sin conocer aún la totalidad de los hechos, existe la posibilidad de que el pistolero haya recibido el arma de manos de otra persona e ignorara por esta razón que ésta no tenía en la recámara una bala lista para ser disparada. Sino, sería incomprensible que hubiera cometido semejante descuido. Difícilmente un sicario profesional hubiera caído en semejante trampa. O sea, que es improbable que lo sea.
De todos modos, según un periodista de origen judío, Sabag Montiel tiene tatuado en el codo izquierdo un sol negro, el Schwarze Sonne o Sonnenrad, una simbología en línea con el credo ocultista que cultivaba el Reichsführer de las Schutztaffel (las temidas SS) Heinrich Himmler. El sol negro representaba un sol oculto, dador de sabiduría. El pistolero fracasado profesaría, según trascendidos, estos credos de raigambre germánica.
Estos son los hechos que se conocen hasta ahora, cuando apenas han transcurrido pocos días y existen aún más especulaciones que informaciones.
Lo que es seguro es que si Cristina –una mujer de un temple y un coraje poco habituales- hubiera sido víctima de un magnicidio, la Argentina se encontraría en estos momentos al borde de la guerra civil. No hubiera sido posible contener a un Pueblo dolorido y furioso. Y una sangre convocaría a más sangre. Esto no pasará, por ahora. Sólo es seguro que la fiesta del cariño se terminó y los vecinos de Recoleta ya no verán a tantos trabajadores cerca de sus domicilios, sumiéndolos en la inquietud.
Los que por estos días están jugando con fuego –como la presidenta del Pro, Patricia Bullrich y la hetaira-diputada Amalia Granata y el león de peluche Javier Milei- deberían reflexionar. No deberían intentar apagar sus fuegos personales con la nafta de la estupidez.
El expresidente Mauricio Macri, el mediático habitualmente provocador Ángel Baby Etchecopar, el jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta, el diputado Diego Santilli y hasta el diputado José Luis Espert, habitualmente críticos de la vicepresidenta, esta vez se solidarizaron con Ella, destacando la gravedad institucional del hecho acaecido. Se manejaron de esta manera con gran responsabilidad, evitando desempolvar por el momento las antiguas, habituales chicanas.
Jugar irresponsablemente al odio y al incendio, que fue hasta ahora la principal arma de la oposición, culminó con un arma cargada en el rostro de la vicepresidenta, que está viva por milagro. Si este juego de violencia sigue ascendiendo, el destino de los argentinos será la miseria, el olvido, la injusticia social y el subdesarrollo. A eso llevan las luchas fratricidas.
Una construcción política para el bien significa el imperio de la discusión política, la atención de las necesidades de todos y que pare el saqueo a los más pobres, que vienen siendo víctimas de los empresarios irresponsables y de los constructores del odio y la maldad. Porque el odio y la maldad son el cemento de la opresión y la explotación.
Los ataques que reciben diariamente los dirigentes populares, plagados de falsedades, de verdades sólo aparentes (es decir, de mentiras) y de difamaciones tienen como objetivo mantener en la pobreza a millones de argentinos, disciplinando previamente a los dirigentes “rebeldes”.
Su filosofía es la explotación, el mercado interno deprimido, las ganancias fáciles (obtenidas al remarcar los precios todo el tiempo) y la creación de una suma de dinero flotante, que pueda ser apropiada con facilidad por el sector financiero.
Pero, de estas salvajadas cotidianas, la peor es la violencia. Colgar bolsas negras en la reja de la Casa Rosada e instalar guillotinas y carteles con amenazad contra los dirigentes políticos de signo peronista o de sus aliados es una incitación a la guerra, no sólo a la violencia.
De todos modos, las apelaciones a la conciencia y al buen comportamiento serían una ingenuidad. Pasados unos días, todos ellos volverán a las andadas.
Los estúpidos jamás aprenden.