Tres, cuatro, hasta cinco. En cuantas más porciones se divida el espectro peronista en la provincia de Buenos Aires en las elecciones de medio término del año que viene mejoran las chances de Cambiemos de ganar y de obtener el anhelado control de las cámaras legislativas.
Esa es la meta principal de los operadores políticos más íntimos de la gobernadora María Eugenia Vidal, un equipo encabezado por el ministro de Gobierno, Federico Salvai, y secundado por Alex Campbell en la Secretaría de Asuntos Municipales y por Manuel Mosca en la jefatura del bloque de diputados bonaerenses. La gestión va por otros carriles y con otros nombres: la tarea de ellos es lisa y llanamente consolidar al vidalismo en un territorio siempre hostil para fuerzas no peronistas y evitar que su jefa vuelva a ser rehén legislativa del massismo en el bienio 2018-2019.
“Sería bueno que el Papa tuviera una candidatura con los suyos, con su apoyo. Podría ser Julián Domínguez”, se lo oyó decir a Salvai en la comodidad de su despacho del Banco Provincia. Calculador, el salteño exlegislador de la Ciudad de Buenos Aires sabe que esa jugada sería muy funcional a sus objetivos. Cuando se consulta a otros agentes vidalistas, responden que ellos no apoyan candidaturas opositoras, pero saben que pueden cooperar a su conformación o, al menos, lograr alianzas tácticas con los intendentes afines para que actúen en forma articulada en contra del massismo.
Si Domínguez representara a un peronismo socialcristiano y desligado de los hechos de corrupción podría quedarse con una parte nada despreciable del electorado afín al PJ y quitarles más de un voto al Frente Renovador y al kirchnerismo menos radicalizado.
Domínguez, junto con otros dirigentes bonaerenses, ven a Jorge Bergoglio no sólo como la máxima autoridad de la Iglesia católica de la cual son fervorosamente adscriptos, sino como un representante cabal de la doctrina peronista. No son pocos en este país los que ven al Sumo Pontífice como un valuarte moral y un legítimo opositor al liberalismo del presidente Macri.
Sin embargo, Vidal no es Macri. No solamente para los bonaerenses –sus índices de aprobación popular superan con creces al del líder del Pro–, sino que su vínculo con el Papa es de mayor confianza y más fluido. De hecho, en una entrevista con el diario La Nación, Francisco la ponderó antes que a nadie. También, en esa selecta lista, nombró a la esposa de Salvai (la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley). Además, existe una relación profunda y cercana entre el jefe del Vaticano con otro posible candidato de Cambiemos a senador, el ministro Esteban Bullrich.
Que Bergoglio considere propios o cercanos a los integrantes de una lista que, dividiendo a la oposición, ayudaría a ganar a Cambiemos, es esencial para la gobernadora. Así lo interpreta también la cúpula del vidalismo, consciente además de otro factor importantísimo: el exarzobispo de Buenos Aires no siente ningún afecto por el diputado Sergio Massa. Varias fuentes aseguran desde antaño que la grieta es insanable, y viene de los tiempos en que el tigrense era jefe de Gabinete del kirchnerismo, durante uno de sus períodos de mayor confrontación. De hecho, el excandidato presidencial por el frente UNA es uno de los pocos dirigentes políticos de envergadura nacional que no tiene una foto con Francisco en Santa Marta.
Una boleta de perfil peronista y socialcristiano, encabezada por Domínguez –a quien el Papa apoyó sin titubeos en su precandidatura a gobernador el año pasado– y secundada por sectores distantes al cristinismo podría poner en jaque el triunfo massista, hoy por hoy, pronosticado por las encuestas. Especialmente si se considera que habría también otra lista de matriz peronista, o al menos dos: una del kirchnerismo más ultra y otra del PJ moderado, articulada en torno a los intendentes. Por ahora, el exministro de Agricultura se mueve con discreción –hace poco se reunió con el expresidente uruguayo, Pepe Mujica– y, fiel a su estilo, se desmarca del cristinismo con imágenes, sin criticar a la vieja jefatura.
He aquí la otra gran cuestión que juega a favor de la utopía del vidalismo: el caos y la desorientación en la que está subsumido el peronismo bonaerense.
Sin brújula
El escenario en el que días atrás se congregó el PJ de la Provincia para recordar la Renovación encabezada por el fallecido Antonio Cafiero era un variopinto de vanidades y caciques de arraigo dispar. La figura que se llevó las miradas fue el excandidato presidencial Daniel Scioli, a quien todos vieron como un híbrido autoinvitado: es que la idea era utilizar el encuentro para “deskirchnerizar” al peronismo, y él mantiene su síndrome de Estocolmo con Cristina a la vez que les envía señales a los renovadores.
A 29 años del triunfo de Cafiero en la gobernación, ganándosela al radical Juan Manuel Casella, el cuarto piso del NH Hotel intentó recrear una épica al recordar de lo que fueron capaces en otro momento histórico en el que habían sufrido previamente dos derrotas electorales (1983 y 1985). Intendentes del denominado Grupo Esmeralda, que intenta encabezar –no sin rispideces internas– el lomense Martín Insaurralde, organizaron el evento, al cual invitaron a gobernadores y sindicalistas. Nada de cristinismo duro. Eso sí, tampoco ningún un líder claro y aglutinador que dispare la clásica verticalización justicialista bajo una candidatura que prometa poder.
Cantó presente el Grupo Fénix, otra línea interna informal que compite con el Esmeralda y que la conforma la intendenta matancera, Verónica Magario, y el excamporista Walter Festa, problemático jefe comunal de Moreno. Sorprendió Felipe Solá con su aparición, mostrando que el massismo tiene mucho de peronismo nostálgico, a pesar de que su líder quiere mantener distancia del PJ, al que considera un sello “naftalinado”, por lo que prefiere rodearse del halo legitimador progresista de Margarita Stolbizer.
Días después del homenaje cafierista, Insaurralde y sus intendentes aliados se reunieron con la cúpula de la CGT unificada. Dispusieron el armado de una “mesa de trabajo común”, aunque la foto mostró una vez más al peronismo bonaerense fraccionado intentando mejorar su base de sustentación.
A pesar de tantos movimientos tácticos y jugadas mediáticas, nada parece alcanzar para que una figura, ni siquiera la de Massa –que cobijan las encuestas pero de la que desconfían todos–, sea la que ordene esa maraña de liderazgos locales y viejos rencores arrastrados desde el kirchnerismo.