Una vez que los fuegos del tercer paro general contra el Gobierno al que convocó el lunes último la Confederación del Trabajo de la República Argentina se hubieron atenuado –ya que no apagado–, las primeras conclusiones comienzan a aflorar.
La primera conclusión que surge con nitidez es el poderío que mostró el movimiento obrero al alinear tras de sí a los sindicatos, a un porcentaje importante de las pymes productivas y del comercio y aún a diversos sectores de la clase media. Este hecho objetivo limitará en el futuro inmediato la posibilidad de que las leyes que engloban genéricamente a la reforma laboral que la Casa Rosada envió al Congreso, sorteen con éxito el trámite legislativo. Al menos, los capítulos de las leyes que generan resistencia en el sector sindical serán casi seguramente desechados.
La segunda es que, en línea con el cuestionamiento que expresó Marcos Peña, que tildó a la medida de “justicialista” al adjudicarles esa filiación a “los sindicatos”, efectivamente el peronismo será el que capitalice políticamente el éxito de la huelga convocada por la CGT, que comienza a convertirse tras el suceso en un actor de peso en la escena política.
En el tiempo transcurrido desde el 10 de diciembre de 2015, la central obrera encaró un camino de unificación de los tres sectores mayoritarios en que estaba partida la central y este hecho es a la vez su fortaleza y su debilidad.
Los agrupamientos más importantes estaban nucleados en la CGT Azopardo, que conducía Hugo Moyano; en la CGT Alsina, que llevaba al frente a Antonio Caló, y, finalmente, en la CGT Azul y Blanco, que tenía a Luis Barrionuevo a la cabeza. Las negociaciones fueron ríspidas y dificultosas, pero la orientación económica que comenzaba a adoptar la administración Cambiemos “ayudó” a limar sus diferencias a algunos viejos enemigos, so pena de perderlo todo.
Finalmente, quizá la solución de una conducción tripartita no haya sido la mejor medida que podía surgir aquel lejano 22 de agosto de 2016, pero fue el mejor desenlace posible. No podía haber acuerdos que incluyeran a todos y, aún así, ni siquiera sirvió para aglutinar a todos los sectores. Quedaron afuera, entonces, entre otros, el Movimiento de Acción Sindical Argentino (MASA), algunas expresiones de las regionales del interior y la Corriente Federal de Trabajadores. Todos estos agrupamientos aún esperan integrarse de alguna manera a la nueva conducción que será elegida el próximo 22 de agosto, justo cuando se cumplan dos años de la entronización del triunvirato de transición.
La fortaleza de la nueva CGT surgió entonces de la fusión de las líneas internas mayoritarias, que funcionaban separadamente. Paradójicamente, la necesidad de negociarlo todo y de sostener la trabajosa unidad conseguida genera demoras que muchas veces resultan exasperantes para algunos sectores sindicales –en especial, de clase media– y para las bases –la tradicional clase obrera–, que presionaron durante dos años a sus dirigentes para que lanzaran un plan de lucha que ya no será materia de esta conducción.
Este paro es lo máximo que esta CGT puede pergeñar. Lo que venga, más o menos combativo, se verá después del 22 de agosto venidero. Allí se perfilan para asumir lugares de mayor responsabilidad los sindicalistas “duros”, los más dispuestos a enfrentar el programa económico del Gobierno y al propio Mauricio Macri con medidas de fuerza, cortes de calles y movilizaciones de protesta.
Se podría decir que después del 22 de agosto, la calle va a desplazar al palacio como sede de las negociaciones.
La estrategia del Gobierno
Para contrarrestar el desgaste político que consume al oficialismo, el plan del Gobierno es buscar la aprobación de las leyes que contemplan el blanqueo de los trabajadores informales, la creación del sistema de pasantías y la instauración de una agencia de evaluación de tecnología médica. Esto ocurriría en el primer semestre y Cambiemos buscaría el apoyo de los bloques que responden a los gobernadores, del Frente Renovador y del peronismo federal, especialmente.
En este paquete no estarán los puntos que irritan al peronismo que aún existe y a los sindicatos. Estos incluyen el sablazo a las indemnizaciones y la extensión de la malhadada Libreta de Desempleo, que desde hace años reemplaza a las indemnizaciones en el mundo de la construcción. También figura en este ítem la rebaja de los aportes patronales a la seguridad social, incluida en la reforma tributaria aprobada en el cierre de 2017.
Paralelamente, en su relación con los sindicatos, las primeras señales comenzaron a producirse inmediatamente después del paro. El ministro del Interior, Rogelio Frigerio III, pergeñó el martes una reunión que había pedido la Unión Obrera de la Construcción para reclamar por la sustanciosa baja en la obra pública que resultó del ajuste contenido en el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Además de Gerardo Martínez, estuvo presente el presidente de la Cámara Argentina de la Construcción, Gustavo Weiss.
El propio jefe de Gabinete, Marcos Peña, se mostró proclive a continuar las reuniones con los sindicatos, aunque la línea negociadora con este sector nunca lo contó entre sus integrantes. Por el contrario, uno de los artífices de la línea dialoguista es el propio Frigerio, que es uno de los integrantes de la mesa chica que había quedado marginada hasta los inesperados acuerdos con el FMI y que ahora recobró protagonismo, de la mano de la crisis gubernamental.
El otro tema que desvela a los protagonistas de la crisis es el ríspido ítem de las paritarias. Al reconocer en el propio Gobierno que la inflación llegaría al 27 por ciento en 2018, a lo que habría que sumar el índice del 25 por ciento que consiguieron los Camioneros, se corrió del rígido límite del irrisorio 15 por ciento que regía. Quizás haya que deducir que Hugo Moyano volvió a marcarles la cancha a todos –Gobierno y la propia CGT–, más allá de los amores y los odios que cosecha su accionar.
De todos modos, el Gobierno buscará por estos días una serie de fotos que comprometan a los sindicalistas, citándolos a reuniones de trabajo. La próxima se producirá este mismo jueves, con la mesa del sector automotriz y hay varias más pendientes.
El modo gremial
La visión de los gremialistas difiere absolutamente de la del Gobierno, como era de esperar.
De todos modos, habría que atender a algunas definiciones del triunvirato cegetista. Schmid atribuyó la esencia de la decisión de encarar el paro a “un fracaso de la política”, al informar que antes “agotamos todas las instancias”, por lo que “el fracaso no se debe a nuestra tozudez”.
Paradójicamente, el titular del gremio de Dragado y Balizamiento expresó: “Paramos para poder seguir trabajando”, aunque también dijo que “hoy la protesta desbordó el encuadramiento gremial”, al informar que un alto porcentaje de la pequeña y mediana empresa adhirió a la medida sindical. Lo cual no es algo inhabitual, cabría agregar.
Para adherir al cálculo que realizó el pluriministro de Hacienda Nicolás Dujovne, Schmid respondió que si en el transcurso del paro se perdieron mil millones de dólares, “en el último mes se perdieron 11 mil millones” por fuga de capitales.
La historia de los desencuentros en democracia
Hasta el día de hoy, se cuentan 43 paros a partir del 10 de diciembre de 1983. La CGT le hizo 13 paros a Raúl Alfonsín; nueve a Carlos Menem; otros nueve a Fernando de la Rúa; tres al presidente provisional Eduardo Duhalde; uno a Néstor Kirchner, y cinco a Cristina Fernández de Kirchner.
Los paros fueron casi todos de distinta magnitud. Por ejemplo, el paro que le hizo la CGT a Néstor Kirchner el 9 de abril de 2007 fue en repudio al asesinato del docente Carlos Fuentealba, ocurrido en Neuquén cuatro días antes. El 23 de mayo de 2002, la “CGT disidente” que lideraba Hugo Moyano paró con acusaciones contra Eduardo Duhalde por “no tener el coraje y la decisión política para cambiar esta historia negra” en la Argentina.
Este del lunes fue el tercer paro contra Macri. El primero fue el 6 de abril de 2017, también en protesta por la política económica. Fue masivo, aunque no tan contundente como el de este lunes que pasó. El 18 de diciembre, en cambio, fue un paro sorpresivo de doce horas, convocado una hora y media antes de que se lanzara. El motivo de la medida fue la aprobación del proyecto de reforma previsional que se concretó ese mismo día en el Congreso, en medio de una feroz represión.
El protagonismo de Moyano
Como colofón queda el protagonismo del retirado Hugo Moyano, que no solo fue el artífice del 25 por ciento que consiguió su gremio, sino que entregó contundentes definiciones acerca del Gobierno, la situación económica, Macri y Cristina Fernández de Kirchner.
En una entrevista que le realizó el periodista Luis Novaresio, disparó por elevación contra el Presidente, al aludir sobre él que “hay personas que no entienden porque no pasaron necesidades”.
Luego, fue el momento de comparar el pasado con el presente, y el camionero fue lapidario: “Si uno compara lo que pasó con lo que está pasando, hay una diferencia muy grande. La gente no pasaba las necesidades que hoy está pasando”, disparó.
Luego, lastimó con dureza, esgrimiendo como una espada a la figura de la enemiga número uno de Cambiemos: “Cuando estaba Cristina, comía todo el mundo. Hoy hay gente que no come”.
Finalmente, disparó con munición gruesa contra todo lo que se mueve cerca de la Casa Rosada. “Que el Presidente, con el gabinete que tiene, nos diga chorros a nosotros es lo mismo que yo le diga feo a alguno”, remató, en modo de autoflagelo.