Queremos dejar bien en claro que lo que viene a continuación en estas líneas no pretende ser una crítica despiadada a este gobierno sino, más precisamente, a toda la clase dirigente que tomó las decisiones en los últimos cuarenta años en la Argentina y que, obviamente, a éste lo incluye.
Estamos a la puerta de la reunión de líderes mundiales del G20, la cita más importante que tiene este planeta en el año, ya sea por quienes asisten al cónclave como por las temáticas que allí se abordan, en todos los formatos, en el plenario general, en las reuniones bilaterales declaradas, en las márgenes de la misma con breves comentarios o de la manera que fuere. Cada encuentro y cada palabra de la gente más poderosa del mundo puede cambiar la vida de millones de personas: se habla de las cuestiones de mayor impacto en temas financieros y comerciales, de seguridad global y regional, de cambio climático, de educación y de pobreza, entre otros temas.
Uno espera que el cónclave pueda tener aristas diferenciadas y más propositivas de lo que fue la última edición en Hamburgo, en donde no se pudo acordar prácticamente nada de envergadura debido a las fuertes contradicciones que aún persisten en la visión de los principales líderes del mundo respecto de los conflictos que mantienen en vilo a todos y que, por una razón de espacio, no vamos a comentar aquí.
Deseamos que la organización por parte del Gobierno esté a la altura del requerimiento de esta reunión, o sea, con el máximo nivel de complejidad en la logística y la seguridad para lo que significa un encuentro de este tipo. Quizá se logre. Ojalá se logre, un mimo para nuestra alicaída imagen internacional por los vanos esfuerzos de integración y por el bien de todos los que aquí habitamos.
Solo deseamos preguntarnos –más allá de aquel episodio en 1999, en el que al secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Lawrence Summers, se le ocurrió la iniciativa– cuál es la verdadera razón por la que la Argentina integra el selecto grupo del G20, creado nueve años después, en 2008 justamente con los Estados Unidos en contra. La historia hasta ahí ya está escrita. Veamos qué pasó después.
La pregunta no se basa en las potencialidades del “país rico pero pobre”, ni en su extensa geografía mal aprovechada y defendida, ni en la calidad de los recursos humanos, que ya son pocos para las necesidades que tenemos, sino más bien en los índices que tenemos de PBI, inflación, pobreza, calificación de la deuda y riesgo país, por tomar solo algunas de las variables por las que se rige el mundo.
Por hacer un brevísimo resumen, pispearemos algunos. En el rubro PBI compartimos con Arabia Saudita, Sudáfrica, Turquía e Indonesia –países pares en este Foro– el estar por debajo del 1 billón de dólares. La Argentina apenas supera la mitad de esa cifra.
En términos de pobreza, América latina, solidaria, nos acompaña, y nos encontramos rankeados entre México y Brasil, con el 32 por ciento de pobres, pero la mitad de los chicos argentinos,tristemente, están allí incluidos.
La calificación de la deuda argentina como B2 y su riesgo país alrededor de los 670 puntos nos colocan en el grado para el mundo de “altamente especulativo”, y somos el peor del G20.
La inflación anual de nuestro país, del 40 por ciento, hasta este mes solo tiene un “hermano menor” en Turquía, que ostenta el 24 por ciento anual, mientras que la mayoría delos países que aquí discutirán políticas oscilan entre el dos y el cinco por ciento, con alguna excepción pero siempre por debajo de los dos dígitos.
Por supuesto que somos el único país que acudió al Fondo Monetario Internacional en esta última etapa, y ni siquiera allí nos hubieran tratado bien en el Board si no fuera por la tremenda presión de Donald Trump sobre el organismo y la muy buena voluntad de Christine Lagarde con el presidente de los Estados Unidos.
Cualquiera que viaje o se informe tendrá claro que hay países que en todas las ramas del desarrollo, índices de pobreza, educación, salud, seguridad, defensa, energías limpias (o fósiles) y productividad están muy por encima de los estándares que manejamos aquí. Es necesario que la Argentina se ocupe de su alineamiento de acuerdo a sus intereses y que tenga un plan para cada reunión que afronta, siempre difíciles. Y no estar distraídos en los pequeños temas o en aquellos que en las grandes ligas nuestra diplomacia cumple en piloto automático. Hay que jugarse, pero para ello hay que saber como es el juego. Es un mundo complejo, hay varios actores y todo muy dinámico.
La vida nos sonrió por alguna mueca del destino. Pero estamos acostumbrados a gozar de los derechos y nunca de los deberes. Un país que pretende ser alguien en el mundo debe cumplir sus compromisos, acuerdos y metas, tanto fronteras adentro como afuera. Para eso sería bueno tener alguna vez un modelo de país y gobiernos que más allá de su signo se pongan de acuerdo en cuatro o cinco principios básicos, las políticas de Estado que nunca tuvimos y nos llevan flameando hacia abajo como país.
Quizás una nueva Constitución pensada de manera moderna por expertos y políticos en su conjunto, nos ayude a repensar nuestro destino y los caminos y desafíos hacia ese futuro para no estar más de relleno en este tipo de cumbres. No siempre vamos a organizar un G20 para participar. Y algún día, como entramos también podremos irnos, casi sin darnos cuenta.