Según los resultados de la primera encuesta de percepción e incidencia sobre violencia contra las mujeres en las relaciones de pareja en la ciudad de Buenos Aires, sólo 3 de cada 10 mujeres que experimentaron situaciones de violencia doméstica lo comparten con alguien. Cuando lo hacen, es con una persona cercana, y sólo 1 de cada 10 acude a una institución pública.
El año pasado un total de 286 mujeres fueron asesinadas. Según los registros de la Oficina de Violencia Doméstica, todos los meses se reciben entre 800 y 900 denuncias, y en el 97% de los casos son de violencia psicológica. En el 71% de esos hechos, el agresor es o fue pareja de la víctima.
“No hay un único perfil de mujer que atraviesa estas situaciones. Lo que sí tenemos que decir es que todas las mujeres frente a la violencia se avergüenzan y eso hace que no se animen a hablar de eso. Lo que es importante es mostrar esta diversidad de mujeres para que las que viven violencia se den cuenta de que no son las únicas”, sostiene Mabel Bianco, presidenta de la Fundación para Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM).
Miedo, vergüenza, dependencia económica, las creencias culturales, religiosas y familiares, la ideología del amor romántico, la naturalización del maltrato, la violencia como forma de vida desde siempre. Estos son sólo algunos de los motivos que llevan a una mujer a sostener un vínculo violento.
“En general, adoptan formas de supervivencia al maltrato sin salirse de ese contexto. Carecen de alternativas o «pensamiento lateral», eso recién lo adquieren o entrenan en los grupos de recuperación. Es difícil, porque algunas están tan sumergidas en su burbuja emocional que aunque vean un programa que trata el tema, no les penetra la información”, dice Graciela Ferreira, fundadora de la Asociación Argentina de Prevención de la Violencia Familiar.
La trampa del silencio. Ésa es de la que tienen que salir. Evitar que el victimario pueda aislarlas y queden indefensas. Por eso siempre la primera consigna es que hablen, que pidan ayuda, que cuenten.
“Ella o quienes conocen el problema tienen que consultar en organismos especializados. No alcanzan las terapias tradicionales ni los tratamientos individuales. Los grupos de apoyo son muy estimulantes, sustituyen la falta de familia y dan apoyo y seguimiento para que alguien pueda hacer un cambio drástico en su vida”, afirma Ferreira.
Itatí Canido, subsecretaria de Promoción Social del Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat porteño, coincide en que todavía cuesta mucho asumir la violencia y hacerla pública. “Es algo que merma profundamente la autoestima de las mujeres. El círculo de la violencia se retroalimenta por períodos de enamoramiento y de paz, hasta que la mujer está en condiciones de decir basta. Siempre es muy importante pedir ayuda”, señala Canido.
A veces el punto de inflexión llega con una golpiza extrema o cuando las violencia alcanza a los hijos. Estos pueden ser disparadores para que la mujer reaccione. “El tema es cómo explicarles que no hay necesidad de llegar a eso. Y que para evitarlo, las agresiones previas son delitos que hay que denunciar”, explica Bianco.