Después de transitar durante diez meses por el sinuoso y árido camino de la duda, algunos referentes gubernamentales parecen comenzar a pensar en que reinventarse políticamente es necesario para sobrevivir.
El panorama no es halagüeño. Nunca hubo, desde el 10 de diciembre de 2019, una primavera para los nuevos funcionarios. La “luna de miel” que se supone que debería gozar en sus inicios cualquier nuevo gobierno, nació muerta. Las miserias que alfombraban el camino, ocultaban los desniveles. Entonces, cuando comenzaron a acumularse las demandas que acosaban a los miles de argentinos que habían sido arrojados a la marginalidad, comenzaron a acumularse también los males.
La aparición de la pandemia de Covid-19 no podría haber caído en un lecho más propicio para los desastres. La pandemia neoliberal, que la precedió, ya había abierto el camino.
En medio del tembladeral que era la Argentina en default, Alberto Fernández asumió el Gobierno después de haber sido convocado por Cristina Fernández de Kirchner, que con esta simple jugada demostró que todos los plañideros que la cuestionaban eran sólo cartón pintado, que sólo se quejaban esperando conseguir algo más en la negociación con Ella.
De esta manera, dividido entre dos flancos, Alberto se convirtió en primer mandatario sin ser el líder del peronismo y, para peor, siendo el adjudicatario del desprecio de algunos analistas, que lo tildaban de ser “el títere de Ella”. Lo mismo le había pasado 16 años antes a Néstor Kirchner.
La suma de las adversidades obligó al replanteo de la estrategia. La fecha coincidirá con el emblemático 75° aniversario del 17 de octubre, que rememora aquel día en el que la Argentina dejó de ser “el granero del mundo” y pasó a ser el embrión de un país pujante.
Ese día, Alberto encabezará un acto en la CGT, en el que culminará el operativo clamor para que se convierta en el presidente del PJ y abandone las ilusiones de cerrar una grieta que los que habitan del otro lado no quieren clausurar de ninguna manera. Esta vuelta al Pejota significaría el abandono de aquella misma doctrina que en algún momento enarboló Néstor Kirchner, que acercaba al peronismo con el progresismo, que se llamaba “transversalidad”.
De todas maneras, la modernidad se infiltró en medio de la pandemia y no habrá masas populares en las calles. Una aplicación (o una “app) oficiará de lazo para que todes se conecten para volver a ser un colectivo en medio de la dispersión a que obliga la tiranía del virus.
Esta ruptura de la estrategia significa la aceptación de que no hay manera de conciliar al país agrario con la Argentina industrial y productiva. Unos quieren un dólar “recontra-alto”, que sea de libre acceso y con salarios “recontra-bajos”, que abaraten los costos que su ineficiencia les impide abaratar y que les permita beneficiarse cuando les toque liquidar las divisas de las exportaciones. Es decir, favorecer los dividendos de los que cultivan un desarrollo hacia fuera.
Los otros reclaman la existencia de un mercado interno, que incluye salarios altos, derechos en vigencia para que sus trabajadores estén cubiertos y el acceso masivo a los bienes que sus industrias producen. Éste sería un desarrollo hacia adentro, que permitiría abastecer al mercado interno y exportar los excedentes. Además, el consumo moviliza a más del 80 por ciento del Producto Bruto Interno. Fin de la discusión.
La controversia entre ambos lados de la grieta está simbolizada en la campaña contra el Banco Credicoop que lanzaron los ruralistas en represalia por la actuación de su presidente, el diputado Carlos Heller, en la sanción del Aporte Solidario y Extraordinario para Ayudar a Morigerar los Efectos de la Pandemia… o el impuesto a los patrimonios mayores a 200 millones de pesos. No existe la intención de conciliar en aquellos que piensan en sus bolsillos y no en el destino del país. Ésa es la diferencia entre aristocracia y oligarquía. Los primeros se solidarizan con el destino de su país, mientras que los otros usufructúan los beneficios sin dejar nada a cambio.
Entretanto, aquellos sectores que quieren quebrar el banco cooperativo más grande del país, son los mismos que presionan fuertemente para devaluar la moneda argentina frente al dólar, una vez más.
Alberto encabezará un acto en la CGT, en el que culminará el operativo clamor para que se convierta en el presidente del PJ y abandone las ilusiones de cerrar una grieta que los que habitan del otro lado no quieren clausurar de ninguna manera. Esta vuelta al Pejota significaría el abandono de aquella misma doctrina que en algún momento enarboló Néstor Kirchner, que acercaba al peronismo con el progresismo, que se llamaba “transversalidad”.
De afuera
Mientras tanto, una vez más el capital internacional presiona a la Argentina. La misión del FMI, cuya titular se esfuerza desmedidamente por esconder la palabra ajuste, no arribó con buenas noticias. No serán tan brutalmente directos como Anne Krueger, aquella subdirectora gerente del organismo en los tiempos de la crisis del 2001, que el 22 de septiembre del año pasado vaticinaba, cuando aquí se estaba a punto de elegir a Alberto Fernández como presidente, que “Argentina es ese hombre que gasta y regula excesivamente de manera crónica, hasta que se ve obligado a ir al Fondo Monetario Internacional para una nueva ronda de tratamiento”, a la vez que advertía que “los candidatos deben comprometerse a reformas serias, o el médico puede decidir desconectarlo”.
El FMI no cambia. La excesiva deferencia que guardó con Mauricio Macri no se repetirá en 2020. Saben que no pueden exigir un ajuste brutal como los que suelen promocionar, porque ellos mismos, de alguna manera, violentaron su propia carta orgánica en 2019, cuando otorgaron generosos préstamos que no tenían garantía. O, dicho en otras palabras, que financiaron la campaña de Juntos por el Cambio, a la que aportaron 44.000 millones de dólares, sumando en buen cristiano.
Pero que Julie Kozack y Luis Cubeddu no estén en condiciones de exigir ajustes no quiere decir que no tengan sus amigos argentinos. Por caso, en los últimos días apareció en varios medios el nombre de Martín Redrado, el mejor amigo de los mercados que se puede encontrar en Argentina. La ecuación es sencilla: para introducir cambios en la economía se necesita dinero. Como dinero no hay, algo hay que entregar a cambio.
En este capítulo ingresarían los amigos de los mercados, como es el caso del expresidente del Banco Central, que tomaría los recaudos para que los mercados, precisamente, sean los beneficiarios de las medidas económicas que vendrían. Ésa es la opción de máxima que, por ahora, se plantean los leones herbívoros del FMI.
Por de pronto, el mismo día en que esta publicación se envíe a sus suscriptores –el jueves ocho de octubre- los enviados de Kristalina Georgieva sufrirán un baño de realidad argentina cuando se reúnan con los directivos de la Unión Industrial Argentina y de la Confederación General del Trabajo.
En el Gobierno estiman que tanto el capital como el trabajo argentinos se mostrarán unidos y en bloque para convencer a los economistas del organismo multilateral de crédito que la propuesta que presentará Martín Guzmán cuenta con su aval y es la única viable para que la Argentina no sea inviable. Ésa es la opción de máxima del Gobierno en esta circunstancia. La unidad de los distintos sectores colabora con el objetivo de extender los vencimientos a la mayor distancia posible.
De aquí adentro
Planes para financiar obra pública; para desarrollar la industria militar; para sostener a las empresas que deben pagar sueldos mientras no producen; para bancar a los sectores más golpeados por los años del neoliberalismo y la pandemia; para que la construcción de viviendas permita matar dos pájaros de un tiro: trabajo y albergue familiar; para que los estudiantes de menos recursos accedan a las computadoras.
Todas estas herramientas exigen la inversión del Estado, que siempre se mostró en la Argentina más dinámico que el sector privado, que se mantiene a la expectativa para desarrollar los negocios que rinden mucho con poco esfuerzo.
Que Alberto Fernández acepte presidir el Partido Justicialista marcará un cambio de rumbo coherente con los planes descriptos. Es inevitable. Incluso, no se descarta que haya reemplazos en el gabinete. No habrá nombres en esta crónica, pero se puede afirmar que no en todas las áreas del Gobierno hubo desempeños acordes con las exigencias de la coyuntura.
En esta circunstancia, ya Alberto dejó hace algunos días de compararse con Raúl Alfonsín y recordó que “Néstor fue el mejor presidente que tuvo la democracia”, como para acordar con la exigencia del peronismo de volver a las fuentes, más aún después de haberse definido en algunas ocasiones como “un socialdemócrata” o “un liberal de izquierda”.
De todos modos, con la moderación no alcanza. Quizás rinda algún dividendo en determinada coyuntura, exhibir cierta mesura, pero si la mesura no ayuda a encarar los problemas con firmeza y seguridad, se parece demasiado a una excusa para dejar las cosas como están.
Y éste es un lujo que nadie se puede permitir en la Argentina 2020.