Lo de la Ciudad es preocupante. Es preocupante por los cuatro costados políticos. Es uno de los finales más abiertos que tiene la política argentina. El PRO quiso resolverlo imaginando una de las escenas más apagadas que tenía la política municipal: la Legislatura. Así, algo que ocurría entre la cobertura mediática, pasillos de Tribunales y despachos políticos, se vio multiplicado y amplificado en una Legislatura ñoña y sombría, donde nada ocurría. La histeria política porteña en su máxima expresión: su estrella opositora (Pino Solanas) no está enamorada de la Ciudad. Su decisión es jugar la nacional y se entiende: alguien cuya metáfora son los trenes nacionales no quiere saber nada con las peleas de consorcio urbano. Pero esa decisión, y la previsible recaída de la candidatura en Claudio Lozano, sumerge esa energía progresista en la inercia fragmentaria de las fuerzas antimacristas. Un 12 por acá, un 14 por allá, y así se dividen pequeñas tortitas de electorado entre progres, nac & pop, cívicos y kirchneristas. Este escenario electoral parece preservar una suerte de tercio integrista, puro y duro que reporta su filiación al macrismo. Una derecha a secas.
Cristian Ritondo a la cabeza, y varios legisladores detrás, pregonan frente a cualquier micrófono su verdad desconsolada: “A la gente no le importa lo de las escuchas”. Como si se tratara de perder el tiempo dando explicaciones sobre cosas que sólo les importa a los oportunistas. Se lo dijo, siguiendo el libreto al pie de la letra, la señora Mirtha Legrand al mismo Macri en uno de los últimos almuerzos a los que lo invitó. Pero no lo dejan ahí. Suponen que ese sentimiento solidario “una vez que se demuestre la verdad” se va a multiplicar porque va a terminar de desarbolar la naturaleza de la operación política de la que fue víctima Mauricio Macri.
Oficialistas y opositores porteños, al unísono, han demostrado una improvisación asombrosa y una ansiedad por distintas razones pero que plantea esta encerrona en la política local: el carro delante de los caballos. Como si fuera poco, lo que antes era una maldición (“¡juicio político!”) ya fue desvirtuado por ambas partes: unos por proponerlo, otros por rechazarlo.
El argumento de que a la gente le importa poco lo de las escuchas es un argumento triste, solitario y final de la política. Se podrían pensar varias cosas: 1) que las prioridades del humor social no son la única preocupación que rodea el funcionamiento político institucional, como si fuera posible decir “robo, total a la gente no le importa”, “espío, total a la gente le interesa su bolsillo”; 2) que suponen lo obvio, y es que no todo el mundo sabe, conoce o se informa de una trama de hechos que es bastante compleja y que requiere de precisiones fundamentales para la elaboración de cualquier juicio; 3) y que instala el mismo imaginario que galardonó al PRO originario, aquel que reza que a ellos “les importa lo que le importa a la gente”, ocultando en eso que desde que comenzó la gestión su calidad es deficitaria, y lo es justamente ahí donde a mucha gente le importa curarse, educarse, viajar mejor, etc.
Y sin remarcar demasiado, además, que ese tipo de argumentos entraña un eco casi procesista, ya que lo que no dice es que las acciones que se investigan son acciones silenciosas, secretas, que hacen a la trama oculta de un Estado. Ocurren detrás de la escena. Y que la producción del “escándalo” social frente a los hechos es una construcción política que empieza por algo sencillo: su revelación. Mucha gente aún no sabe de qué se habla. Y ese no puede ser un amparo institucional serio.
Estos días, los dichos agresivos de Mauricio Macri cuando habló de ser candidato a presidente y “tirar a Kirchner por la ventana” remarcan la hebra de una posible estrategia política: encuadrar la crisis institucional porteña en una dinámica abierta de campaña donde, reconozcámoslo, las acusaciones están a la orden del día y nadan en un río de olvido que finalmente se lleva todo. Es decir, transformar a las escuchas en el eje ladino de una campaña agresiva contra Kirchner. Pero para eso, para que eso realmente sea así, falta demasiado tiempo, demasiadas roscas, demasiadas cenas.
Lamentamente entramos en la recta final del año que, se acostumbra decir, es la que más lenta termina de pasar.