Ciudadano bajo sospecha

Ciudadano bajo sospecha

Algunos funcionarios se sorprendieron y molestaron porque Daniel Barenboim cuestionó el parate del Teatro Colón. Creían que por haber recibido un premio iba a permanecer callado. Error. Tanto como pensar que alguien podría haberlo convencido de que no hablara.


El hombre no anduvo con vueltas y no le importó que horas atrás, los legisladores porteños lo hubieran declarado ilustre. Está de vuelta en Buenos Aires y de vuelta de todo. Por eso, antes de dirigir la interpretación el Himno Nacional Argentino, Daniel Barenboim disparó ante un Luna Park repleto: "Que a una semana de su centenario el Colón no esté abierto es un indicio de que aquí algo no está funcionando. El Colón es un símbolo de la existencia de la cultura en la Argentina".

La mufeta de los macristas, que ni siquiera fueron los impulsores de la declaración de ciudadano ilustre del pianista y director de orquesta (la iniciativa la presentó el legislador kirchnerista Juan Manuel Olmos), fue por lo bajo. Así, se le escuchó cuchichear a más de un funcionario cosas como "alguien tendría que haberle hablado previamente a Barenboim para evitar esto. No puede ser que lo premiemos y después nos comamos semejante garrón".

Parece difícil, en realidad ingenuo, creer que algún operador político pudiera calentarle la oreja a este músico argentino que, siendo también israelí, se atrevió a aceptar la ciudadanía palestina tras ofrecer un concierto en Ramallah (Cisjordania), despertando la ira no sólo del Shas, el partido ultraortodoxo de Israel, sino de la mayoría de los políticos del Estado judío.

Además de argentino, israelí y palestino, y de residir en Berlín, donde dirige la Deutsche Staatsoper (la Ópera Estatal), Barenboim es ciudadano español y recibió en 2002 el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia junto a Edward Said, escritor y ensayista palestino (fallecido en septiembre de 2003), con quien fundó la West Eastern Divan, una orquesta integrada por jóvenes árabes e israelíes. El proyecto nació con una idea matriz: la guerra es producto del desconocimiento del otro. Así, a la imagen construida por el discurso ideologizado, Barenboim y Said le opusieron el contacto personal directo a partir de una experiencia común. En un hecho inédito, jóvenes palestinos, egipcios, israelíes, sirios y libaneses empezaron, cada verano, a compartir talleres de música, primero en Weimar, Alemania, después en Andalucía. Y formaron una orquesta que sorprendió al mundo y molestó a muchos.

Pero no fue éste el único desafío de Barenboim a la intolerancia: en 2001, en Tel Aviv, se atrevió a tocar con la Staatskapelle Berlin (orquesta Estatal de Berlín) la obertura de Tristán e Isolda, de Richard Wagner. Previamente, sometió a votación del público la propuesta. Sólo cuatro asistentes se mostraron disconformes. Y arrancó. Las críticas llegaron después y tuvieron su máxima expresión cuando la ministra de Educación israelí Limor Livnat, del partido Likud, se negó a entregarle el Premio de la Fundación Wolf de las Artes de Jerusalén y lo repudió públicamente. Pero Barenboim tenía razón. Que Wagner haya sido un compositor cuya ideología y música hayan sido funcionales al nazismo no autoriza el desprecio a su arte. Igual destino sufrió Nietzsche.

Los nazis tomaron la majestuosidad del sonido y las puestas, y el encendido rescate del Volk alemán de las obras de Wagner para convertir a su autor en un adalid artístico del Reich, aunque éste hubiera muerto medio siglo atrás y sus composiciones hubieran sido imaginadas en un contexto diferente. Barenboim, con la autoridad moral que le da ser judío, puso a la obra en su lugar y acabó con el tabú. Después, queda para la anécdota que Wagner, en lo personal, haya sido antisemita (en 1850 escribió un ensayo titulado "El judaísmo en la música" -"Das Judenthum in der Musik"- donde cuestiona "la judaización del arte moderno"). Simplemente porque también fue uno de los compositores más revolucionarios del siglo XIX.

La calidad de Richard Strauss, o de directores como Herbert von Karajan o Wilhelm Furtwängler, por dar otros ejemplos, está eximida de su ideología. No entender esto es caer, precisamente, en un vicio nazi estúpido: Hitler despreció las investigaciones de Einstein por considerarlas "física judía" y se concentró en diseñar armamento convencional. No pasó de la V2 y así le fue. ¿Por qué las generaciones de judíos posteriores a la Segunda Guerra y que vivieran en Israel debían ser condenadas a no escuchar a Wagner? Lo hubieran estado de no haber sido porque el músico argentino decidió tomar el riesgo. "Yo no lucho por la paz, sino contra la ignorancia", dijo Barenboim hace unos días, cuando fue declarado Ciudadano Ilustre. Sus palabras remiten, nuevamente, a la necesidad de conocer al otro para no demonizarlo.

La biografía de Barenboim dice que nació en la Ciudad de Buenos Aires el 15 de noviembre de 1942, en el seno de una familia judía de origen ruso. Y que comenzó sus lecciones de piano a los cinco años de edad e interpretó su primer concierto a los siete. A la edad de diez, fue a vivir a Israel con sus padres, quienes lo enviaron luego a Salzburgo para que tomara clases de dirección con Ígor Markevich. Conoció a Furtwängler, lo deslumbró como pianista, estudió armonía y composición con Nadia Boulanger en París. Su debut europeo al piano se produjo en el Mozarteum de Salzburgo en 1952, repitió en París ese mismo año, en Londres en 1956 y en Nueva York en 1957 bajo la batuta de Leopold Stokowski.

En los años siguientes dio conciertos por Europa, Estados Unidos, Sudamérica y el Lejano Oriente. Barenboim grabó sonatas para piano de Mozart y Beethoven. También conciertos de Mozart (tocando el piano y dirigiendo), Beethoven (con Otto Klemperer), Brahms (con John Barbirolli) y Béla Bartók (con Pierre Boulez). Tras su debut como director con la Orquesta Filarmónica de Londres en 1967, recibió invitaciones de numerosas orquestas sinfónicas europeas y americanas. Entre 1975 y 1989 dirigió la Orquesta de París. En 1973 debutó como director de ópera en el Festival de Edimburgo, con el Don Giovanni de Mozart. Y entre 1981 y 1999 dirigió en Bayreuth.

La Orquesta Sinfónica de Chicago lo tuvo como su director musical entre 1991 y 2006, y cuando dejó su cargo, lo nombraron director de honor vitalicio. Desde 1992 hasta la actualidad es el director artístico de la Deutsche Staatsoper de Berlín. Si a este currículum, más que suficiente para declarar Ciudadano Ilustre a cualquiera, se le suma el compromiso por la paz y contra los prejuicios descrito más arriba, no hay más nada que agregar: declarar Ciudadano Ilustre a Barenboim era ya una obligación. Felicidades maestro. ¿Sabía que le llevó un año, un mes y una semana más que a Diego Torres alcanzar este lauro? Ahora sí que está en la cresta de la ola.

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