El ministro Nicolás Dujovne anunció que “se está estudiando” una importante reforma tributaria. Los trascendidos no permiten que seamos optimistas. Se habla de una generalización aún mayor del IVA. En concreto, los pocos productos que están exentos o con tasa diferencial (la mayoría, los más necesarios de la canasta alimentaria, como el pan o la leche) pasarán a tributar igual que el resto. Se plantearía también una baja sustancial (alrededor de 10 puntos) del impuesto a las ganancias a las empresas. Y “suena”, quizás como compensación, algo que finalmente podemos anticipar que no sucederá: algún tipo de impuesto a la renta financiera.
Existe un fortísimo lobby del establishment que inunda los medios de comunicación protestando por la “alta presión impositiva”. Pero eso es falso. Lo real es que en nuestro país hay una estructura tributaria muy regresiva, que “descarga” sobre los trabajadores y sectores populares en general el peso del pago de impuestos. Ahí sí la presión tributaria es alta. Empezando por el IVA, el más regresivo de los impuestos, con su alícuota astronómica. Siguiendo por otros tributos fácilmente trasladables al precio final de los bienes de consumo, como Ingresos Brutos. Y, además, por la deformación perversa de impuestos que deberían ser progresivos, como Ganancias, hoy transformado para muchos trabajadores en un virtual impuesto al salario.
Pero hay una contrapartida: la baja carga relativa sobre los sectores de mayores ingresos y riqueza, un impuesto a las ganancias con miles de forma de evadirlo o eludirlo, exenciones absurdas, como la renta financiera, la herencia o la transmisión gratuita de bienes. O incluso impuestos a la riqueza irrisorios o con mecanismos de valuación que los transforman en algo que en los hechos no afecta a la persona que tiene que tributar, como los distintos impuestos inmobiliarios provinciales.
En síntesis: no cabe duda de que hace falta una auténtica reforma tributaria. Pero es, justamente, en el sentido inverso del que plantea el ministro Dujovne. Hay que eliminar el IVA sobre el conjunto de los bienes que integran la canasta familiar. Los trabajadores no deben pagar impuesto “a las ganancias”. Del otro lado, deben ser los ricos y poderosos los que efectivamente financien al Estado. Terminando con exenciones impositivas absurdas: la renta financiera debe tributar ganancias, con alícuotas diferenciadas y crecientes a medida que pasamos del simple plazo fijo del pequeño ahorrista hacia las megaoperaciones especulativas con bonos y acciones. Se deben reponer las retenciones a las exportaciones agropecuarias y megamineras. Hay que reponer el impuesto a la herencia. A nivel provincial, corresponde proceder a recalcular el valor fiscal de todas las propiedades inmuebles, urbanas y rurales, haciendo de ese impuesto el eje de la recaudación de los distritos. Y, por sobre todo esto, se debe crear un impuesto especial a las grandes fortunas y superganancias, con altas alícuotas.
Una verdadera reforma tributaria progresiva debe responder a un principio sencillo: que paguen menos los que menos tienen y menos ganan y, a la inversa, que los impuestos recaigan sobre los privilegios, que poseen más riqueza e ingresos.