2020 inolvidable: Coronavirus + hambre

2020 inolvidable: Coronavirus + hambre


“¡Se están muriendo de hambre!, ¿no entendés?”, me gritó un amigo que había votado la fórmula Fernández-Fernández y -extrañamente- no parecía contento con el triunfo de las Paso. Lo miré sorprendida y le pregunté: ¿adónde?, pues en ese momento ninguna noticia concreta daba cuenta de una muerte por hambre en el Granero del Mundo. A él mi pregunta le pareció una ironía ofensiva, a mí su afirmación una consigna electoral.

Siempre pensé que cuando uno hace proclamaciones de este tipo, o manifiesta fuertemente un deseo, se cumple para bien o para mal. Por eso, hay que tener cuidado con lo que se dice. Con la idea del hambre se convocó a la desgracia, y ella acudió presurosa. Los hambrientos de verdad se multiplicaron por cientos de miles con la llegada del COVID 19, una epidemia inesperada para el común de los mortales que obligó a la cuarentena y a la parálisis económica, comercial y financiera del país.

El escenario cambió de la noche a la mañana. Nadie discute más: ahora el hambre está, la mala alimentación ya estaba, los muertos por hambre no estuvieron pero aparecieron unos fantasmas que con sus frágiles trabajos informales se quedaron sin poder llevar el dinero a su casa para que la familia comiera. Ahora, los que tienen hambre de verdad son muchos, muchísimos más, y se ven tristes y preocupados.

A los miles de comedores habilitados en el país hasta Febrero pasado se sumaron de urgencia decenas de otros miles; la comida de las ollas no alcanza, pareciera que se desfondan. Son comedores vacíos porque la pandemia obliga a llevarse la comida a la casa en un taper una vez al día, al mediodía o a la noche. Los curas, muchas mujeres y hasta los militares se convirtieron en garantes de la distribución equitativa para que el alimento llegue a quien lo necesita y nadie especule. Esta desgracia es demasiado fuerte para que, encima, alguien se embolse unos millones con las compras infladas desde el Estado o negocie la confección y la distribución del plástico: la tarjeta alimentaria.

Esta pandemia del año 2020 va a cambiar muchas cosas con sus efectos  devastadores. Las Naciones Unidas advirtieron que el Coronavirus podría conducir a una “catástrofe humanitaria” desatando hambrunas en países  vulnerables por la parálisis del trabajo, la producción, el comercio nacional e internacional y el shock que sufrieron y sufrirán los mercados financieros. Las relaciones de intercambio comercial cambiarán, el tipo de consumo cambiará, los sistemas de producción cambiarán y los alimentos no llegarán a tiempo a millones de personas en el mundo.

Dijeron: El mundo está al borde de una posible “pandemia de hambre”. Fue el peor anuncio que se hizo a través del Programa Mundial de Alimentos (WFP, por sus siglas en inglés) de Naciones Unidas. A finales de 2019, 135 millones de personas vivían en el mundo con niveles de hambre “extremos”, pero a causa de las cuarentenas por el COVID-19 es probable que ese número aumente a 265 millones.

Hoy, la mayoría de los países de América Latina y el Caribe lloran el contagio del Coronavirus y las muertes de personas a los que sus familiares ni siquiera pueden despedir, asistir en sus últimos minutos ni enterrar. El espectáculo espeluznante de Ecuador, con sus pobres muertos tirados en las calles, prendidos fuego o abandonados, destroza el alma.

Pero esto es solo una señal del futuro inmediato en el planeta Tierra, carente de un liderazgo del que nadie quiere hacerse cargo. Ni el voraz Estados Unidos siempre amante del poder y la dominación, ni la potente China, desacreditada por haber escondido información sobre la diseminación del virus y no alertar al resto del mundo de semejante amenaza.

El Hambre y el desempleo pueden ser los protagonistas de esta obra de teatro de la decadencia humana que no toca fondo porque, como decía mi entrañable amigo y periodista Oscar Raúl Cardoso, “la decadencia no tiene fondo”. El coronavirus podría desatar una hambruna a raíz del desacomodo económico internacional. Será posterior a la pandemia y a causa de ésta, a diferencia de la gripe española que en 1918 provocó 50 millones de muertos en el mundo pero por la debilidad física de las personas que, en muchos países, habían sufrido antes la hambruna y la Primera Guerra Mundial.

Previo a la crisis sanitaria del Covid-19, 821 millones de personas se iban a la cama con hambre, cada noche, en todo el mundo. Hoy, en Argentina, más de 11 millones de personas necesitan de la ayuda alimentaria de un Estado que, al finalizar el mes de abril, está tan paralizado como el sector productivo privado, con una deuda externa que no puede pagar y una leve caída del empleo formal e informal.  El confinamiento y la recesión económica conducen a una pérdida importante de ingresos en los trabajadores más pobres de oficios y changas. Sin embargo, aún se come.

Se calcula que alrededor de 265 millones de personas en países de ingresos medios y bajos sufrirán inseguridad alimentaria aguda a finales de 2020, a menos que se tomen medidas rápidas. En la región, Haití será uno de los países más afectados.

Los organismos internacionales saben que la pandemia del COVID 19 empujará a 130 millones de personas a niveles de hambre críticos, a la inanición, por la falta de salarios, por la escasez de alimentos, por la recesión económica mundial,  por el descalabro financiero en el mundo entero. Pero, si se agregan a los 821 millones de personas que ya padecen hambre crónica, más de 1.000 millones de personas se verán pronto en un escenario de extrema gravedad. Diez países están señalados con ese riesgo: Yemen, República Democrática del Congo, Afganistán, Venezuela, Etiopía, Sudán del Sur, Sudán, Siria, Nigeria y Haití. Pero hay otros 55 países que pueden caer en la hambruna por la ineficiencia de sus sistemas de salud, y demorados en la salida de sus cuarentenas. En el mundo, a fines de abril, hay 2.500.000  enfermos de coronavirus en sus diferentes niveles.

¿Qué pasará en Argentina? ¿Tendremos hambruna o pasaremos a ser uno de los países productores de alimentos? El estado de la economía al finalizar este proceso ¿dejará margen para producir por lo menos lo que necesitamos consumir? ¿Tendremos la inteligencia de pensar una estrategia para esa etapa, o padeceremos una segunda pandemia?

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