Entiendo que la movida que generó en la sociedad el fallecimiento de Raúl Alfonsín pretendió mostrar un camino. Supongo que quizás la gente entendió que de nuevo era el momento de mostrar la necesidad del cambio a una dirigencia mezquina que cruza transversalmente todos los partidos, empezando por el gobierno nacional y siguiendo por las provincias argentinas. Debe ser por eso que eligió la muerte del líder de Renovación y Cambio, el espacio con que el dirigente radical derrotó a Fernando de la Rúa, su adversario en la interna de su partido en 1983 y que lo sucediera años más tarde en la Presidencia con el mismo final apresurado.
También entiendo que la presidencia de Alfonsín tiene relación directa con la tristísima oferta que presentaba el peronismo de aquel entonces, que a pesar de haber puesto los muertos, los desaparecidos y los presos en la dictadura, llegaba condicionado con lo peor del movimiento en su conducción. La intensa rechifla a Lorenzo Miguel en la cancha de Vélez Sarsfield en plena campaña por parte de los sectores más afines a la resistencia y la quema del cajón de Herminio Iglesias fueron los dos hitos peronistas de la campaña. Un desastre. Para completar el podio, meses más tarde y mientras transcurría el mejor acto de Alfonsín en toda su gestión -el Juicio a las Juntas-, Jorge Triaca y Ramón Baldassini, dos gordos del sindicalismo declararon que a ellos no les constaba que hubiera desaparecidos.
La esperanza con que se había salido de la dictadura era infinita, sólo un poco menos nutrida era la inmensa participación popular de todos los sectores. El progresismo en el radicalismo y la renovación en el peronismo encontraron por aquellos tiempos su época de oro de militancia democrática. Para completar el campo nacional y popular estaba el Partido Intransigente del "Bisonte" Oscar Alende, con una importante cantidad de votos y el PRT metido en sus entrañas silenciosamente. Un grupo de iluminados "demócratas intachables" redactó el histórico Nunca Más y la temible Comisión Bicameral fundió biela ante la primera provocación en el sótano del Congreso -con caño incluido- para felicidad de la Coordinadora y su Gobierno. Primero el Juicio, después las Leyes.
Luego vendría el gobierno de la desazón permanente hasta para los propios radicales que no podían creer cómo el poder acumulado por toneladas se les esfumaba de las manos con el correr de los meses, hasta padecer la hiperinflación crónica y los levantamientos militares que lograron superar con el OK del gobernador Antonio Cafiero (orador en su sepelio), hasta la rareza nunca aclarada de los fusilamientos en el cuartel de La Tablada, en un intento de copamiento trasnochado teledirigido por Enrique Gorriarán Merlo y sus acólitois del Movimiento Todos por la Patria.
Sólo con el ánimo de recordar a un hombre con demasiados claroscuros a la hora de gobernar -de quien sin dudar rescato su estilo de consensos, algunas buenas intenciones y su honestidad en el ejercicio de la Presidencia- pero sin dejar pasar por alto el rol de "estadista" con que lo calificaron (y reservaron nicho en la eternidad) opinólogos de distinto pelaje.
No puede existir un estadista que no maneje con criterio y solvencia la concepción de Estado. Y también entiendo que más allá de los halagos que se le propinan a un presidente de estilo bonachón y campechano, no se le debería escapar a ningún argentino de buena voluntad que la teoría de los dos demonios que inventara Alfonsín con la absoluta intencionalidad de falsear la historia, no es propia de un estadista. Es sólo una pretensión de soslayar las responsabilidades de un partido que, al igual que el PJ, estuvo comprometido con ciertos sectores de la dictadura, y quedarse en el máximo escalón del podio de la democracia, sin "loquitos" en su seno. Equiparar al terrorismo de Estado con la lucha armada no sólo no es de estadista, sino que es el discurso de la otrora FAMUS o de Cecilia Pando. Pero la historia, para suerte del hombre de Chascomús, lo distinguirá. Porque Alfonsín y su teoría ganó la batalla mediática, ayer y hoy, y también la de los libros de historia reciente, aunque no sea verdad porque siempre habrá otra historia, la verdadera.
Por todo eso prefiero quedarme con la reivindicación de la gente a un hombre en el cual proyectó hacia el futuro durante dos días y medio todas las esperanzas que tuvo cuando lo votó en el 83, todas las asignaturas pendientes mientras pasaban uno tras otro los presidentes, pendientes por el descenso en la sensibilidad social del mandamás de turno y por el aumento de la brecha entre los que más y menos tienen; por el desprecio creciente a las instituciones -estilo INDEC- que habíamos recuperado cuando Alfonsín empezó a gobernar. La gente unió el pasado que quiso tras la dictadura con el futuro que desea para sus hijos, pero parece bastante difícil que ese mensaje sea escuchado por la actual dirigencia, radical, peronista o de cualquier signo. Si hubiera capacidad para descifrar el teorema no habría teorema. Fue un alerta, una señal, una de las últimas, al borde de la catástrofe.
Si esto pudiera ser capitalizado por alguna fuerza política en el corto o mediano plazo, la intencionalidad transformadora de la gente hará de aquel gallego tozudo -político de raza y no de facebook-, un tipo más atractivo para la historia, y su féretro acompañado por el pueblo en paz, podría quizá abrir camino hacia una nueva historia, Dios quiera más exitosa.