¿Podrían nuestros economistas calcular cuántos millones mueve el mercado de la seguridad? Vigilancias y custodias privadas, alarmas, blindajes, rejas, barrios cerrados, armas, seguros, adicionales policiales, control satelital, etcétera. Agreguemos a quienes venden lo suyo aprovechando la inseguridad como mercadería de consumo: cumbia villera, programas de TV, publicidades, etcétera.
¿Podrían de paso ayudarnos a analizar quiénes son los compradores en este mercado? No parece muy difícil: cada sector social compra seguridad a la medida de sus miedos, su bolsillo y bienes a proteger.
¿Y quiénes son los que ganan en el mercado de la inseguridad? Tampoco es tan difícil: basta con ver los directivos e integrantes de las empresas que venden seguridad, o armas, o alarmas satelitales u otra tecnología afín, a los que se agregan otras menores que aprovechan de cualquier mercado y venden miedo, violencia, cerraduras, etcétera.
A los sociólogos -que tanto les preocupa contabilizar y clasificar pobres- ¿por qué no estudian cuál es el proletariado que emplea hoy la rama de producción de seguridad para incentivar que el mercado funcione? Tampoco parece muy difícil: basta con ver el origen de los "pibes chorros" y la calidad de la droga que les proporcionan, y el de los vigiladores, policías o penitenciarios. A veces los mismos pibes que "trabajan" robando terminan víctimas del gatillo de los capataces de la in-seguridad, que ya ni saben para quién trabajan, ni quiénes aprovechan de su trabajo también riesgoso y mal pago que los lleva muchas veces a compartir el otro campo.
¿El mercado de la seguridad-inseguridad no está acaso íntimamente relacionado con el de la droga? El paco para que el proletariado de la inseguridad ponga la compulsión y la violencia que meten miedo, o la droga de mejor calidad para que los sectores medios y altos trabajen y consuman a toda vela y contrarreloj en los centros urbanos en su propio descontrol y baile socialmente aceptado.
Tal vez sea hora de replantear que la contradicción no es entre los derechos humanos y la seguridad sino entre la democracia y estos mercados sucios del tráfico de armas y de droga que se aprovechan de los excluidos del sistema legal de la esperanza para incluirlos en el sistema ilegal como esclavos proletarios sin futuro o capataces en las neoindustrias de la in-seguridad. Así van limando a la democracia y sus valores.
La guerra sucia ha sido sustituida por el mercado sucio. Y es cierto, tiene zonas liberadas, protegidas por la política sucia, también continuidad por otros medios.
La sociedad reclama el cese de eso que ve, de los resultados que sufre por toda esa suciedad organizada. Somos otros los que tenemos que analizar las causas. Cuando alguien pide "seguridad" hay que escuchar que está pidiendo "protección", aunque las palabras digan disparatadas propuestas.
Por cierto que debiéramos protegernos colectivamente de estos mercados sucios y mafiosos, y de sus complicidades.
Las mamás de esos nuevos proletarios: los pibes chorros o paqueros, saben mejor que nadie cómo entraron sus hijos en el delito o en la droga. Y quiénes son sus capataces. Y luchan y se organizan a pesar del miedo. Miedo porque están mucho más desprotegidas que los otros desprotegidos que pueden pedir protección legalmente, o comprarla en el mercado de la seguridad, el mismo que necesita de la inseguridad para seguir funcionando. Y porque saben, igual que la Señora Presidenta, que las zonas liberadas no están liberadas por arte de magia sino porque algunos las han liberado, para que la droga pudra las conciencias en forma directamente proporcional al engorde de sus ambiciones, empresas o bolsillos y -por que no- de su clientela electoral.
(*) Defensora del Pueblo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.