Un informe publicado en diciembre de 2009 en Noticias Urbanas expuso, antes de Navidad, un dato que hasta el momento había pasado inadvertido en los medios: Buenos Aires, o, en todo caso, el sur de la Ciudad de Buenos Aires, según un informe del hospital Piñero, cuenta con la mayor cantidad de tuberculosos del país. Si el promedio nacional es de 50 casos cada 100 mil, el sur de Buenos Aires alcanza la cifra de 141 por cada 100 mil.
“En la conformación de este escenario pavoroso, juegan un rol preponderante los talleres textiles que operan clandestinamente en la Ciudad y abastecen con mano de obra inmigrante y esclava el trabajo requerido por las grandes marcas de indumentaria”, señaló entonces Lucas Schaerer, autor de la nota. Días después, otros medios tomaron el guante, como es el caso del portal Ciudad 1, que transcribió párrafos enteros de la nota original. Se trata de percibir el modo en que un montón de hechos silenciosos ocurren, se amontonan, trastornan lentamente la vida de instituciones públicas, como el hospital Piñero, y de pronto salen a la luz de un modo brutal. Buenos Aires, por densidad, es la capital de los tuberculosos argentinos. Claro que los datos del hospital dan cuenta de los enfermos que se atienden en ese centro de salud, es decir, se presupone que muchos de esos pacientes provienen de la provincia de Buenos Aires, y que muchos son inmigrantes de algún país limítrofe que llegan a ser esclavizados en sótanos/talleres de esta ciudad.
Esto habla de la importancia de una ciudad que debe gobernarse con criterios patrióticos y con criterios regionales. ¿Macri madura el entendimiento sobre qué tipo de territorio gobierna? Gobierna una ciudad que cobija un resultado nacional y continental de desigualdades sociales, de migraciones, de ocupaciones, de la lucha por sobrevivir en un país y en una ciudad que pertenece al continente más desigual del planeta. Haití –cuyo horror está a la vista de todos los televidentes– está acá adentro, está en nosotros, porque cuando uno recorre asentamientos, recorre casillas levantadas junto a las vías o en la orilla del Riachuelo, o las piezas de hotel donde se hacinan familias de hasta 10 integrantes, y las mira con los ojos de “quien mira por primera vez”, se pregunta cuándo fue la guerra, cuándo cayeron las bombas, cuándo pasó el temblor por allí. Y la guerra es una guerra invisible, lenta, individual, entre pobres, ricos, clase media, policías, instituciones. Una ciudad que atiende a una amplia cantidad de tuberculosos, es la ciudad de este segundo centenario. Es una caja de resonancia en la que es necesario echar luz. Son muchos los hechos que ocurren en soledad y silencio, que pasan por las narices, como pasa un cartonero que rumia entre los árboles. Hay mucha piel encallecida y mucha piel de canalla, y mucha mirada indiferente. Pero quizás ése sea un rol que elegimos para esta ciudad: mirar y hacer mirar. ¿Por qué creer que cosas como éstas no le interesan a nadie?